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Durante la final de la Copa América. Abajo, con la camiseta de España.

Pizzi, el único argentino contento

El exvalencianista fue el primer compatriota que marcó un gol a la albiceleste. Lo hizo con España. Ahora le ha quitado la Copa América como técnico de Chile

FERNANDO MIÑANA

Lunes, 4 de julio 2016, 21:26

Cuando Messi falló el penalti y dejó flotando sobre toda Argentina un mal presentimiento, Pizzi apenas sonrió. Y cuando Bravo detuvo el lanzamiento de Biglia y convirtió a Chile en campeón de la Copa América del centenario, su seleccionador se limitó a levantar los brazos y esbozar una sonrisa que era una mezcla de alivio y felicidad. Nada más. Esa mesura en la celebración, ese respeto por el rival tiene un motivo: Juan Antonio Pizzi, el técnico de Chile, en realidad es argentino. Ayer, de hecho, era el único argentino feliz.

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No es la primera vez que tiene esa extraña sensación. Pizzi (Santa Fe, 1968) parece predestinado a chinchar a su país de nacimiento. Ya le sucedió en los años noventa, cuando era delantero del Barcelona. Harto de que Basile no le convocara por Argentina, eligió, aprovechando que posee la doble nacionalidad, jugar por España. Lo que no esperaba es que acabaría convirtiéndose en el primer argentino de la historia que le marcaba un gol a la albiceleste. «No fue nada agradable», afirma.

La suerte del 'Macanudo' es que suele caer bien en todas partes. No abundan sus enemigos en aquellos lugares donde ha trabajado: Argentina, México, España, Perú, Chile... Ahora tampoco parece que le guarden excesivo rencor en esa Argentina deprimida por un nuevo gatillazo balompédico.

Pizzi es un tipo educado que proviene de buena familia. Juan Antonio es el segundo de los tres hijos de un médico de Santa Fe. De niño practicó varios deportes y hasta dedicó un año al rugby soñando que algún día el cachorro se convertiría en puma. Pero a los 13 años lo dejó todo y se enganchó a la pelota redonda en el colegio La Salle. Un verano en la tórrida Santa Fe decidió, aunque no le hacía falta, sacarse unos pesos. Un amigo que tenía una heladería conducía la camioneta y él iba vendiendo puerta por puerta en el barrio de Guadalupe.

El ariete siempre destacó por su potencia, sus saltos, aquellos cabezazos temibles. Pero tenía poca batería. Nunca le entusiasmó el trabajo físico. De niño era perezoso, llegaba tarde a los entrenamientos y cuando había que dar vueltas al campo, siempre se 'mojaba' alguna. Ni hablar de los entrenamientos más duros. Esos días siempre encontraba alguna excusa para no aparecer.

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Cuando ya entrenaba con los jóvenes del Rosario Central hizo feliz a su padre y se matriculó en Medicina. Pero lo suyo no eran las batas blancas. Solo aguantó un semestre. Y porque los amigos le convencieron para que les echara un cable con el equipo de la universidad, el Hermanos Macana. Pero para eso tenía que ir aprobando los exámenes. Para uno de Histología empezó a estudiar la víspera. Por la noche le pidió a un compañero de piso que le despertara a las cuatro. Veinte minutos después ya había vuelto a la cama...

A los 18 años peligró su carrera. En un entrenamiento chocó con el portero Roberto Bonano, que le clavó una rodilla en los riñones. El golpe fue tan fuerte que del mareo se desmayó. Por la noche empezó a mear sangre y lo llevaron a urgencias. Tres días después le extirparon un riñón y el médico le recomendó dejar el fútbol.

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«¡Pizzi sós macanudo!»

Pero no se arrugó. Nunca lo hizo. Ni siquiera en su debut en la élite del balompié argentino, cuando Ruggeri le dio la 'bienvenida' con un codazo que le dejó un ojo como un tomate. Siempre recuerda ese duro marcaje y los que recibió de la defensa del Valencia de la época, con Giner, Voro y Camarasa. Su fuerza le permitió abrirse camino. En sus dos primeras temporadas marcó 30 goles. Primero se lo llevó el Toluca mexicano. Luego, a España. Tenerife, Valencia -marcó el gol 3.000 en Liga de la historia del club al que regresaría como entrenador-, vuelta a la isla y, después de ganar el pichichi, el Barcelona.

Pizzi era el suplente de Ronaldo, pero se ganó la estima del Camp Nou y enloqueció a la grada en una eliminatoria de Copa en la que el Barça perdía 3-0. A falta de ocho minutos marcó el 5-4. El locutor catalán Joaquim Maria Puyal se emocionó y comenzó a gritar por el micrófono: «¡Pizzi sós macanudo!». Un adjetivo que se convirtió en su apodo.

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El delantero se retiró en el Villarreal y se marchó a vivir a Barcelona. Primero le pidió consejo a su admirado Jorge Valdano porque temía la transición de la gloria del futbolista a la nada. Tras un descanso probó como representante, pero no le gustó. Se sacó el título de entrenador en la misma promoción que Pep Guardiola y Luis Enrique, y pasó por la Masía, donde se apresuraron a presentarle a un chaval de 15 años, rosarino como él, que hacía auténticas diabluras. Aquel chico, Leo Messi, se marchó el domingo llorando del Metlife Stadium de Nueva Jersey. Pizzi sonreía.

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