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IRMA CUESTA
Jueves, 17 de noviembre 2016, 21:16
No sé si alguna vez ha viajado usted por Latinoamérica, pero si lo ha hecho es probable que una hora después de aterrizar en el Nuevo Mundo ya le hayan llamado doctor (o ingeniero, o maestro) media docena de veces. En el aeropuerto, un taxista parlanchín le habrá preguntado si necesita de su inestimable ayuda, un amable maletero se habrá ofrecido a echarle una mano con el equipaje y un joven recepcionista se habrá dispuesto a confirmar su reserva después de un: «Buenas tardes, doctor», sin importarles lo más mínimo su deseo de aclarar la cuestión: que nunca se le ha pasado por la cabeza estudiar medicina, y que tampoco encontró el momento de dedicar unos cuantos meses de su vida a armar con algo de sustancia una tesis doctoral. Pues bien, la idea es que, a partir de ahora, en Cali (Colombia) dejen de hacerlo.
Maurice Armitage, alcalde de la capital del departamento del Valle del Cauca, firmó el pasado 7 de octubre un «decreto pedagógico» por el que se excluye de las comunicaciones, tanto internas como externas de la Administración, los términos 'doctor', 'doctora', 'señor' y 'señora'. El objetivo, ha dicho la primera autoridad de la 'Sucursal del Cielo', es restablecer el respeto a la igualdad. «Es hora de entendernos y mirarnos a los ojos; aquí no importan las diferencias, sino las ideas y trabajar de la mano para que esta ciudad progrese con tolerancia y respeto», explicó cuando los periodistas le preguntaron precisando que los trabajadores de la Administración pública, empezando por él, tienen nombre. «La medida forma parte de la estrategia de igualdad puesta en marcha desde la Asesoría de Cultura Ciudadana de Cali. La idea es promover la cercanía entre los servidores públicos y los ciudadanos para romper con las barreras del lenguaje que distancian o establecen desigualdad por rangos o cargos», agregó Armitage. La norma, que rige para todo el personal del Ayuntamiento caleño, se aplicará en el lenguaje verbal de las conversaciones cotidianas, pero también en todas las comunicaciones escritas. «Vamos a dar ejemplo en Colombia. Trataremos con igualdad a las personas que vengan a solicitar un servicio a una ventanilla, así sea jefe o quien sea. Todos somos iguales y debemos servir con el compromiso y efectividad que nos merecemos todos», ha dicho el alcalde, que ya ha adelantado que, de no llamarle Maurice, prefiere que le digan 'figurita'-en Cali han apodado así a su alcalde porque, acostumbrado a saludar a cientos de personas a diario, suele llamar a la gente «figura» cuando no sabe o no recuerda sus nombres-; cualquier cosa antes que doctor.
Aunque no tiene precedentes en Colombia, que la iniciativa provenga de Armitage, un empresario del sector de la siderurgia con ascendencia inglesa, no es una sorpresa. Desde que ganó las elecciones, el presidente de la Corporación de la tercera ciudad más poblada del país, prometió que iba a gobernar «desde las comunas» y a «despolitizar la administración».
A pesar de que ésta es su primera experiencia en el sector público, Armitage, que ha sido secuestrado en dos ocasiones y formado parte del grupo de víctimas que estuvo en La Habana durante la negociación con las Farc, se ha metido en el bolsillo a buena parte de los caleños, según las últimas encuestas.
Pero, ¿de dónde sale esa manía de llamar doctor a la gente? Los expertos en lingüística aseguran que el origen de esa costumbre está en las antiguas estructuras de la abogacía que existían en Colombia a principios del siglo XIX. Entonces, para poder ejercer ciertos roles dentro de la profesión de abogado, como estar presente en algunos litigios o poder modificar leyes, era necesario tener el título de doctor.
Con el tiempo, ese título se convertiría en un trato socialmente extendido y los empleados de los cafés, los limpiabotas, los cocheros o los obreros, comenzaron a aplicárselo a cualquier persona que percibían como superior en la escala social.
Dos siglos después, 'figurita' se dejará la piel tratando de poner fin a algo que, por otro lado, está tan presente en el ADN del colombiano como el merengue. Vamos, que acabar con la enfermedad no será nada fácil.
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