Running en los Molinos de Alborache: para toda la familia y con zona de baño

La ruta de Los Molinos de Alborache es un ejemplo de que en la sencillez está la belleza. Una senda ideal para los que se inician en la actividad física o familias, que cuenta con un sendero señalizado y llano. Los puentes de madera completan esa visión idílica de un recorrido que se inauguró en 2010.

Desde entonces, el municipio comparte su historia con las numerosas personas que acuden al paraje para andar, ir en bicicleta o correr. Once molinos, siete a la cuenca del río Buñol, tres que bebían de aguas del río Juanes y otro en el Barranco de San Jaime eran el motor económico de la zona. Harina, papel o chocolate eran algunos de los productos que se elaboraban y que vivieron su momento álgido en el siglo XIX. En la actualidad sólo quedan cuatro en pie.

«Fui un domingo y por suerte no había demasiada gente», explica Lydia Aguilar, vecina de Catarroja que, habituada a hacer rutas a lo largo de la Comunitat Valenciana, destaca la belleza del paisaje: «Es un sitio de una gran belleza, soy aficionada a la fotografía y da mucho juego, y a una media hora de la ciudad de Valencia», añade. Niños y mascotas son bienvenidos para participar en una ruta con sorpresa nada más arrancar.

Antes de tomar la senda principal hasta el Molino de los Zanones es aconsejable andar unos 500 metros hacia el Charco Azul. «Es una especie de lago pequeño de unos tonos bellísimos», explican sus visitantes. Al lado hay una zona de pícnic en la que se puede hacer una parada para tomar un tentempié antes de regresar al punto de partida. Pero antes, ojo con dejarse cualquier bolsa o resto. La basura se recoge. «Más adelante, en Buñol sí que estaba todo limpio pero había zonas del río con plásticos quizás traídos desde otros lugares», comenta disgustada Aguilar.

Poco después, la senda lleva a un puente que cruza al otro lado del río Buñol. Si hay suerte y los visitantes no masifican la zona, durante el recorrido, se puede ver el Molino Galán y las ruinas del Molino Guarro que en el siglo XIX abastecía de electricidad a Cheste cuando caía la luz del sol mientras de día dotaba de energía a una papelera de Buñol, y se pasa de una orilla a otra en un par de ocasiones hasta el Azud del molino de la luz.

Éste se mantiene en un buen estado. Las vistas son increíbles, además de los campos situados en los aledaños, se puede disfrutar del campanario de la iglesia de Alborache entre otros.

Los chopos madereros, sauces, olmos y también higueras o nispereros forman un frondoso paisaje que permite escuchar la fauna local al son de las pisadas o zancadas de los visitantes en el denominado Bosque de la Ribera. Dado lo frondosa de la zona, el paso tiende a reducirse: «Mejor ir con pantalón largo», recomiendan.

El molino papelero de los Zanones reconvertido a residencia privada es la parada previa al Yesar. Casi al final del recorrido se llega a una zona donde se situaba una fábrica de yeso, el antiguo camino de Chiva es considerado el punto final (o de inicio si se empieza allí) de esta ruta de apenas unos 1.700 metros. Los que se quedan con ganas de más tienen la opción de realizar el camino de regreso pero no para subirse al coche, si no para estirar el recorrido hasta unos 15 kilómetros.

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Desde el Charco Azul del inicio de la ruta, siguiendo el Camino del Galán se puede alcanzar la Cueva del Turche, pertenece a Buñol y es espectacular en el que después de días de lluvia se puede disfrutar de una cascada de 60 metros.

En un camino casi circular, y una zona empedrada se alcanza la imponente Cueva de las Palomas, ya en término de Yátova. El camino de regreso, esta vez sí, es para poner rumbo a casa.