

Secciones
Servicios
Destacamos
Suena el despertador. Maldigo mí suerte. Bueno, mi suerte no, mis ocurrencias. Había salido el día anterior de trabajar del periódico tarde y acumulaba ya ... un buen déficit de sueño durante la semana. El madrugón y con el frío que hacía… ¡Uf! Tocaba ducha, un rato de coche, aparcar a 25 minutos de la estación Joaquín Sorolla (eso entonces no lo sabía) y unas cuantas horas de tren. ¿Compensa? Compensa. Me dicen hace ocho años que me voy a levantar un día a las 6.30 para irme a Sevilla y correr 21,097 kilómetros, y me río en la cara de quien haga esa afirmación. Pero ahí me fui, con mi mochila y mi maleta, y con el primer libro que he devorado en este 2023, 'Las madres' de Carmen Mola. Continuará…
No hablo del libro, sino lo de mis aventuras. Espero. Sevilla me ha reconciliado con el medio maratón y me ha confirmado que tengo unos compañeros fantásticos de aventuras con zapatillas, mi gente del NLTT, ya os he hablado de ellos en alguna ocasión. Llegué casi a la hora de comer y me tocó un pateo de 2,5 kilómetros que fue un buen sucedáneo de la activación que había fijado Natacha López, mi entrenadora, y que yo me había pelado. Es más, la dupliqué en el paseo a por el dorsal.
Unas horas y una excelente pizza después, nos íbamos a dormir. Ya sin maldecir mi suerte ni mis ocurrencias. Ilusionado, lo que me hizo ver todas las horas hasta, de nuevo, las 6.30, cuando sonó el despertador y desayuné aún adormilado. Comí lo de las grandes ocasiones (las mías, que no es que yo sea Kipchoge): vaso de café con leche y muesli. La suerte estaba echada. No imaginaba el crisol de emociones que me iba a deparar el EDP Medio Maratón de Sevilla, una carrera que, como yo mismo, tiene margen de mejora. Mucho. Eso espero. Lo digo por ambos.
Ya no por la salida, lo mejor de la carrera. Bien gestionada, en una avenida muy amplia, nos pusieron a más de 10.000 corredores (12.000 inscritos) rumbo a un sueño. A Vicente, uno de los cracks del NLTT, lo veríamos más tarde, ya de cerveceo. Compartimos los últimos metros hacia el 'va de bo' (sí, me gusta la pilota y me refiero a la hora de la verdad, cuando pasas por el arco de salida, así que 'va de bo') Óscar, Tomás, Isamar, Patri y quien escribe. La verdad, iba mentalizado a que salieran como flechas y plantear la carrera yo solo, en busca de bajar de las dos horas por un puñado de segundos. Con no verme asfixiado y hundido, caminando penosamente, como me ocurrió en l'Alcúdia hace unas semanas, me daba por satisfecho.
Noticia Relacionada
Pero no. Sería una buena mañana que me permitiría observar con mirada crítica, de periodista quizás algo pejiguero y proyecto de cascarrabias, las virtudes y aspectos a mejorar del Medio Maratón de Sevilla. Y sobre todo, a valorar la excelencia y especialización que hemos alcanzado en Valencia a la hora de organizar y participar en las carreras en ruta. La gente que las prepara comete fallos (así lo reconocieron, por ejemplo, desde la 10K Valencia Ibercaja por la famosa caída), pero trata de cuidar el detalle. Y los corredores acostumbramos a exigir esos valores añadidos que se acaban convirtiendo en etiquetas de la World Athletics.
Antes de que hubiese podido pensar u observar cualquier aspecto destacable, Óscar y Tomás, mi compañero en la última gran aventura de 2022 (la 10K por la Fibrosis Quística de Foios) habían desaparecido. Me quedé con Isamar, que iba a su bola haciendo un poco la goma, y Patri. Ella y yo acompasamos las zancadas durante la primera mitad del recorrido, en esos 10.000 primeros metros en los que si todo va como debe de ir, no ha empezado el medio maratón. Kilómetros en los que charlas de esto y de lo otro, en los que te tomas a cachondeo el primer paso por un túnel que podría haberse evitado. Sevilla debe ofrecer como valor añadido de una ciudad prácticamente llana un circuito idóneo para hacer marca personal y ese desnivel no ayuda… menos si se pasa dos veces.
Mientras comentamos esto… ¡clonc! Un chico se ha tropezado con un bolardo y se da un buen porrazo contra el frío asfalto. Se levanta y sigue corriendo, con ese rostro que dibuja el dolor por el golpe y la vergüenza por la caída. «¿Paramos?», le pregunta su novia. «No, no», acierta a responderle. Algún bache, más bolardos, separaciones del carril bici y raíles de tranvía… Sevilla, como muchas otras ciudades, cada vez tiene más obstáculos. Las organizaciones harían bien en señalizarlas. Nunca, en una carrera de 21 kilómetros o menos, había visto a cinco personas besar el suelo. Y yo no vi pero me lo contaron, a un hombre en la plaza de España, casi al final, acabar sangrando en la cabeza mientras otros corredores pedían a gritos una ambulancia.
Pasado el primer mal trago (ver al primer participante tropezar y caer, digo), llegamos al primer avituallamiento. Mejorable, también. No más de ocho personas por lado y en la 'hora punta' de un medio (los que vamos a bajar de 2.00) ese es un batallón de voluntarios a todas luces insuficiente. Fue evidente en el kilómetro 5, luego en el 10 (donde además el agua nos la dieron en vasos de cartón que dejaban encima de mesas, más ecológico que el plástico pero complicaba más el proceso). Antes del 15 conseguí otra botella a empujones y en el último punto de suministro, pasado el 17, ya no quise entrar en la guerra del agua. Corríamos ya por la zona empedrada, que además estaba mojada, y no quise arriesgarme a irme al suelo en algún empujón.
Y es que nuestro medio maratón, cuando tienes que domarte para no decaer, empezó en el kilómetro 11. Isamar optaba por descolgarse y coger agua tranquilamente. Patri y yo no parábamos. Seguíamos coordinando las zancadas pero cada vez hablábamos menos. Síntoma de que el cansancio hace mella. En la cabeza y en las piernas, ¡y cuando se juntan las dos...! «Moi, tira, que no puedo… los isquios», me dijo de repente Patri en el 12. Me siento mal. Había sacado el móvil unos minutos antes para tomar alguna foto para este reportaje. «Vamos a hacernos algún selfie antes de que nos separemos», le había dicho, creyendo que sería yo el que caería. Noto la culpabilidad, como si hubiera activado alguna tecla autodestructiva de su mente. Decido animarla, o intentarlo.
«¿Que te vas a quedar? ¡Ponte detrás de mí y sigue, que quedan menos de 8!». «¡No, quedan 9, Moi!». «El último se hace con el corazón y con el alma». Me hace caso e Isamar aparece de la nada… otra vez. Ninguno de los tres vamos sobrados. «Bueno, ahora vamos a pasar por el centro. A eso hemos venido, a correr por lo más bonito de Sevilla», dice de repente. Milagro: el isquio ha dejado de darle la lata. El paso bajo Las Setas, junto a la catedral, la Torre del Oro y la cercanía de la meta tendrían buena parte de culpa. «En los últimos tres apretamos», propone Isamar.
Le digo que ya veremos. Entonces el que va justito soy yo. Me martillea el recuerdo de l'Alcúdia, donde peté vilmente en el 18. Esta vez lo paso, pero noto que mis músculos están ya descontando los metros. Si paro, no vuelvo a arrancar. Llega el momento. Sin hablarlo ni firmarlo alcanzamos el pacto de que cada uno haga ya su carrera. Alcanzo a meta y vuelvo a por Patri, que ha sacado su Senyera para la ocasión. También llega Isamar. Estamos contentos los tres. Ya no me acuerdo del madrugón del sábado a las 6.30. Ha merecido la pena.
Lo que sí lamento es tener que esperar 45 minutos para grabar la medalla porque había 4 personas para más de 10.000 corredores. O que te hicieran dar un vueltón de casi otro kilómetro para salir hacia el centro de la ciudad. La zona postmeta es muy mejorable, al menos en la opinión de un humilde corredor 'mal acostumbrado' a la excelencia de Valencia. La buena noticia es que tenemos margen de crecimiento… tanto el EDP Medio Maratón de Sevilla como yo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.