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Los viejos refranes empiezan a estar caducos. ‘De marzo a la mitad, la golondrina viene y el tordo se va’ o ‘Por San José, la golondrina veré’ están perdiendo su sentido. La golondrina común cada vez llega antes a una España menos gélida, más templada. «Un mes antes que en el siglo pasado», apuntan desde SEO/BirdLife, que ha estudiado en profundidad el efecto del calentamiento global en las aves. El cambio climático está reescribiendo la ornitología. Los pájaros varían sus hábitos. Muchos salen perjudicados, pero otros, en cambio, han mejorado.
Ya no es raro ver en invierno golondrinas -mucho antes de San José-, águilas calzadas o incluso vencejos. O un aumento significativo del número de garzas, que se reproducen cerca de embalses y ríos donde encuentran un nuevo alimento, el cangrejo americano, muy frecuente en los humedales.
Esto no preocupa más allá de la inquietud que genera que se rompa el orden de tantas décadas. Pero también está la mano del hombre, como explica Blas Molina, experto en Aves y Clima de SEO/BirdLife. «Y lo sufren, por ejemplo, las aves agrícolas, víctimas de que ese medio cada vez cuente con menos recursos, que ya no haya saltamontes y otros insectos por culpa de los pesticidas. O en las zonas de trigo o cebada, donde ya no oyes el canto de un grillo ni una chicharra. El alimento es fundamental. Más importante, de hecho, que las temperaturas».
Varias investigaciones han demostrado que el calentamiento global está modificando los lugares de distribución de las aves o en qué momento regresan de una migración en el sur. La revista ‘Science’ ha llegado a dividir a las aves entre las que salen perjudicadas y las beneficiadas. El equipo científico dirigido por Phillip A. Stevens, investigador de la Universidad de Durham (Reino Unido), ha establecido unos índices de tendencias de grupos de especies con datos recogidos entre 1980 y 2010 a partir de programas de seguimiento, 340 aves comunes reproductoras de Estados Unidos y otras 145 de Europa, el 89% de las aves nidificantes de nuestro continente. Noventa y cinco de ellas están presentes en España, de las que 59 han salido perjudicadas y 37, beneficiadas.
Con estas tendencias, tanto de las beneficiadas como de las perjudicadas, se obtiene el CII, el Índice de Impacto Climático, un indicador ecológico que sirve para abundar en la medida de las consecuencias de ese cambio. «El fenómeno ocurre de manera similar en Europa y en Estados Unidos, y esto permite afirmar que las poblaciones de aves comunes de ambos continentes se han visto afectadas de forma similar por el cambio climático en los últimos 30 años», concluye Virgina Escandell, de SEO.
Hay asuntos más graves que dónde cría cada especie. La revista ‘Science’ también ha constatado que el calentamiento global ha desencadenado un mecanismo de alteraciones en ecosistemas e incluso cambios genéticos en algunas especies. Este estudio, liderado por la Universidad de Florida, concluye que el 80% de los procesos ecológicos que forman la base para los ecosistemas marinos, de agua dulce y terrestres saludables ya muestran signos de estrés y respuesta al cambio climático.
2004 En España se publicaba un censo de aves cada diez años, pero el último es el de 2004, dado que el de 2014 se suspendió por falta de presupuesto. Son cinco años de trabajo
2018 Cuando acabará el trabajo de campo de SEO/BirdLife, que ha asumido la tarea de elaborar un censo al ver que el Gobierno, obligado por ley (42/97), no lo hacía
4% Ha disminuido la envergadura de las alas de varias especies de aves paseriformes del noreste de Estados Unidos por el cambio climático
Aumentan las rarezas Algunas especies de latitudes cincumpolares, escasas pero regulares en España, son menos frecuentes y han pasado a considerarse rarezas (porrón osculado, mérgulo atlántico, somormujo cuellirrojo), pero llegan otras que dejan de ser raras
La salamandra, por ejemplo, ha menguado un 8% -como si un hombre perdiera 15 centímetros- en los últimos 50 años. También encontraron que tres especies de aves paseriformes de Estados Unidos habían experimentado una disminución en la envergadura de sus alas de un 4%. Y el correlimos gordo, un ave limícola que se reproduce en el Ártico, tiene descendientes más pequeños y con picos más cortos. A cambio, la marta americana y la marmota de vientre amarillo encuentran más comida y han aumentado de tamaño. «Ahora tenemos la evidencia de que con solo un grado de calentamiento global ya se están haciendo sentir grandes impactos en los ecosistemas naturales», anuncia Brett Scheffers, el autor principal de este proyecto.
Muchas aves que desaparecían al final del verano se van haciendo más presentes en el invierno. Desde rapaces como el águila calzada, la culebrera, el alimoche o el cernícalo primilla, hasta golondrinas, el vencejo pálido, el aventorillo, la lavandera boyera... Muchas retrasan sus partidas hacia las zonas de invernadas al sur de África o adelantan las llegadas en primavera y acortan la distancia de migración.
La mayoría de estos datos se conocen gracias a ornitólogos aficionados que realizan concienzudos controles. Como Antonio Sandoval, un educador y comunicador ambiental, autor del libro ‘¿Para qué sirven las aves?’, al que le gusta ir a Estaca de Bares para deleitarse con el paso de los alados desde este cabo coruñés. Allí ha descubierto cambios significativos, como el desplazamiento hasta la vecina isla Coelleira de la colonia más al norte del mundo de pardela cenicienta, que nunca había subido más allá de Portugal.
«También he visto que aves de muy al norte cada vez bajan menos. Las de las zonas más árticas acuden allí a criar porque, tan al norte, hay menos competidores y más alimento. El calentamiento ha provocado que a los pollitos los devoren los mosquitos. Los mares más al norte ya no se congelan y no necesitan bajar hasta la Península Ibérica, por ejemplo. Como el negrón común, un pato marino que viaja en grandes bandadas, que ahora es mucho menos numeroso que en los 60, cuando venían ornitólogos europeos y contaban, solo en un día, 14.000 ejemplares, una cifra que ahora no alcanzamos ni en todo un año», adiverte Sandoval, quien incide en que todo influye, como que cada vez haya menos insectos.
Los inviernos árticos son cada vez más suaves y el mar Báltico o el del Norte se congelan menos, con lo que algunas especies se ahorran los largos y pesados desplazamientos hacia el sur. Las aves no migran por costumbre sino por necesidad, así que si pueden ahorrarse un viaje, como cruzar el estrecho del Gibraltar, lo hacen. Sandoval también nombra el estudio de un ornitólgo danés que comprobó, haciendo un estudio durante 45 años, poniendo cajas de estorninos en su granja, que el calentamiento había adelantado la temporada de cría y retrasado la segunda puesta.
No hace falta ser científico para ver que las aves cada vez encuentran menos alimento. Ahora, a diferencia de hace unas décadas, un viaje en coche ya no termina con el parabrisas repleto de insectos. «Antes, si salías al campo, no parabas de ver saltamontes. Ahora ya no -señala Blas Molina-. De niño mis padres me reñían en verano si dejaba las ventanas abiertas por la noche porque las bombillas o los fluorescentes enseguida se llenaban de insectos. Ahora, en regiones como Extremadura, apenas ocurre. Y tampoco hay tantas moscas, consecuencia de la disminución del ganado extensivo».
Varias especies de África son cada vez más frecuentes en la Península Ibérica y otras que entraban en las listas de rarezas -aquellas especies muy poco habituales en un territorio avistadas por un ornitólogo, que las considera todo un hallazgo- han dejado de serlo porque cada vez se ven más. Como el mosquitero bilistado, que viene desde los bosques de Siberia y se ha expandido por toda Europa. «Hasta tal punto, que ahora puedes verlo en Cataluña, en Valencia y hasta en el parque del Retiro, en Madrid -advierte Molina-. Aunque lo que más me preocupa ahora es el medio agrícola, porque para esas especies todo va muy mal: la tórtola, el aguilucho cenizo y el pálido... Los cazadores dicen que ya no se ven perdices tampoco. Y la alondra y la golondrina. Eso en España, en Europa ya es alarmante. Disminuye la biodiversidad. La gente que viaja a Suiza comenta que apenas se ven pájaros. ¿Está todo envenenado?».
Hay una especie llamada papamoscas cerrojillo que cría en zonas forestales como los robledales tras regresar del sur del Sahara. Su particularidad es que tenía sincronizado el nacimiento con el de las larvas, lo que aseguraba su alimentación en las primeras semanas. Pero, con el calentamiento global, los gusanos se adelantan y cuando nacen los pollos tienen problemas para nutrirse. Un problema parecido al que sufren algunos cucos.Existe la percepción de que cada vez hay menos insectos, y eso tiene una incidencia tremenda en la cadena alimenticia de un ecosistema que, por descontado, afecta a las aves. El recuento sistemático del número de insectos voladores en los últimos 27 años en decenas de áreas protegidas de Alemania ha tenido como resultado que más de un 75% de la biomasa de estos insectos ha desaparecido. Solo hay que imaginarse que cualquier individuo pierde tres cuartas partes de su comida. Eso es lo que están sufriendo los pájaros de estas áreas protegidas de Alemania. Una situación verdaderamente alarmante.
Otra de las preocupaciones de este experto de SEO/BirdLife es la conservación de los humedales en un país como España, que cuenta con las Marismas, la Albufera y el Delta del Ebro. «Se siguen metiendo infraestructuras y se sobreexplotan los acuíferos, porque el regadío está creciendo un montón. Y sigue habiendo vertidos», advierte.
El calentamiento también afecta a las aves acuáticas. En junio se realizó un análisis de los censos de 25 especies invernantes en 21 países europeos entre 1990 y 2013. «Los resultados son contundentes -argumenta Molina-. A escala continental, los núcleos principales de invernada de varias especies han sufrido un desplazamiento progresivo hacia el noreste de Europa. Especialmente los patos buceadores, como el pato colorado, el porrón moñudo o la serreta mediana». El comportamiento de las aves es un factor que los expertos tienen tan en cuenta en el cambio climático como la temperatura, la cantidad de precipitaciones, la humedad, los días de niebla...
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