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Paula y Lola se reencuentran con LAS PROVINCIAS. Paula Hernández
Madre de acogida a los 58 años: «No es un camino fácil pero puedes cambiar vidas. Hay miles de niños que lo necesitan»

Madre de acogida a los 58 años: «No es un camino fácil pero puedes cambiar vidas. Hay miles de niños que lo necesitan»

Historias como las de Paula, Lola y Alicia reflejan cómo el acogimiento familiar transforma vidas con amor, apoyo y compromiso, aunque sea más allá de los 50 años

Chema Bermell

Valencia

Lunes, 27 de enero 2025, 01:06

La vida de Lola cambió para siempre cuando decidió abrir las puertas de su casa y de su corazón a Paula, una joven de 15 años retirada de su hogar biológico. Esta es la historia de cómo el acogimiento familiar impacta no solo a niños en situaciones vulnerables, sino también a quienes deciden convertirse en su apoyo incondicional.

Lola, maestra de profesión, había pasado toda su vida rodeada de niños. Su decisión de ser familia de acogida surgió de manera natural. «Siempre me ha gustado ayudar. Aquí en Ribarroja hubo un caso de una familia que no podía quedarse con los hijos, y me enteré porque no encontraban quién los acogiera», recuerda Lola. Impulsada por la necesidad y su deseo de marcar una diferencia, realizó un curso en Valencia para obtener la idoneidad como familia acogedora. Aunque su primer caso no se concretó, el proceso la introdujo en un mundo donde descubrió la enorme falta de familias dispuestas a abrir sus hogares.

A los 58 años, Lola recibió una llamada que cambiaría su vida: «Me dijeron que había una niña de 15 años que necesitaba una familia. Así llegó Paula».

De los conflictos a la confianza

La transición no fue fácil. Paula, que venía de un ambiente de gritos e insultos, tuvo que enfrentarse a un entorno completamente nuevo, donde se le ofrecía algo que nunca antes había tenido: estabilidad. «Al principio estaba desorientada. No entendía cómo alguien que no era de mi familia podía cuidarme mejor que mi propia familia», confiesa Paula. La desconfianza inicial era inevitable: «Pensaba que lo hacían para luego atacarme de alguna manera».

Sin embargo, la paciencia y experiencia de Lola como educadora fueron claves. «Tuvimos muchos roces. Ella era una adolescente con mucho carácter, y yo sentía la responsabilidad de educarla. Pero poco a poco ganamos confianza», explica Lola.

Paula también recuerda esos primeros días como un período de adaptación difícil pero crucial: «Pasé de sacar unos y doses en matemáticas a sacar nueves. Nunca en mi vida imaginé que podía lograr algo así». Ese cambio no fue solo académico; fue el inicio de una transformación personal.

Con el tiempo, Paula no solo mejoró en sus estudios, sino que también encontró en Lola una figura materna que, aunque al principio no entendía, con el tiempo llegó a valorar profundamente. «Cuando cumplí los 18 años, decidí irme a un piso de emancipación, pensando que era lo que necesitaba. Me equivoqué. Ahí fue cuando me di cuenta de cuánto me hacía falta Lola».

Hoy, con 22 años, Paula está estudiando Educación Social y sueña con ser un referente para otros niños en situaciones similares. «Un árbol torcido sí se puede enderezar. Mi experiencia demuestra que con apoyo y amor, se puede cambiar el rumbo de la vida».

Un llamado a la acción

La historia de Lola y Paula es solo una de las muchas que reflejan la importancia del acogimiento familiar. Según Lola, los centros de menores no son un lugar adecuado para el desarrollo de un niño: «Un centro no es una familia. Allí no aprenden las cosas que se aprenden en un hogar».

Aunque ahora, con 65 años, Lola ya no participa en programas de acogimiento, sigue siendo una defensora apasionada de esta causa: «Animo a las familias a que se involucren. No es un camino fácil, pero con ayuda y ganas de hacer bien las cosas, puedes cambiar vidas. Ver a niñas como Paula y en lo que se ha convertido es el mayor regalo».

Paula, por su parte, insiste en la necesidad de dar visibilidad a esta realidad: «Hay miles de niños en centros de menores que necesitan una familia. Hace falta gente que dé el paso y les ofrezca una oportunidad».

La relación entre Lola y Paula ha evolucionado con los años. Lo que comenzó como una relación de madre e hija se ha transformado en un vínculo de amistad y respeto mutuo. «Me llama todos los días. Siempre le digo que estoy muy orgullosa de ella», dice Lola emocionada. Paula no duda en devolver el sentimiento: «Nunca podré agradecerle todo lo que ha hecho por mí. Lola no solo me dio una casa, me dio una vida».

Esta es la historia de Lola y Paula, pero podría ser la historia de muchas otras familias que se atreven a cambiar el mundo, una vida a la vez.

Las cifras del acogimiento familiar

En la Comunitat, el sistema de protección de menores ampara a 3.767 niños y adolescentes, según los datos de la Generalitat al 31 de diciembre de 2023. De ellos, 2.063 se encuentran en acogimiento familiar, ya sea con familiares directos o familias educadoras, mientras que 1.704 residen en centros de menores.

El acogimiento familiar es una medida de protección temporal que permite a un menor en situación de desamparo convivir en el seno de una familia que asume la responsabilidad de velar por su bienestar, proporcionarle alimentación, educación y un entorno de afecto y seguridad. Esta medida, que no debe confundirse con la adopción, busca evitar la institucionalización y garantizar que el menor pueda desarrollarse en un ambiente familiar mientras se resuelve su situación definitiva.

Existen diferentes modalidades de acogimiento en función de su duración y finalidad. El acogimiento de urgencia, dirigido principalmente a menores de seis años, tiene una duración máxima de seis meses y permite evaluar la mejor medida de protección para el niño. Por su parte, el acogimiento temporal es una solución transitoria mientras se determina una solución definitiva, con una duración máxima de dos años prorrogables. En casos donde la reintegración familiar no es posible, se recurre al acogimiento permanente, también aplicable a menores con necesidades especiales.

El perfil de los menores en acogimiento corresponde a aquellos declarados en situación de desamparo, un estado que se produce cuando la familia de origen no puede garantizar su desarrollo y bienestar. Las causas incluyen maltrato, abandono, negligencia, consumo de sustancias o condiciones de vida extremas.

Las familias acogedoras se dividen en dos categorías: familias extensas, que tienen un vínculo previo con el menor, y familias educadoras, que no tienen relación previa pero se ofrecen voluntariamente. En ambos casos, las familias deben cumplir requisitos como ser mayores de edad, no tener antecedentes penales, demostrar estabilidad emocional y social, y respetar la identidad del menor.

Belén Mora, psicóloga y técnica de AVAF, destaca la generosidad de estas familias: «Son familias que libre y voluntariamente deciden complicarse la vida por otra persona. Tienen un alto nivel de responsabilidad social y conciencia hacia la infancia en situación de vulnerabilidad».

Respecto a la edad de los acogedores, Mora explica que, en acogimientos de urgencia, incluso familias que sean mayores de 60 años se prestan para ayudar: «Muchas veces están jubilados, tienen más disponibilidad de tiempo y experiencia». Sin embargo, se intenta evitar un desfase generacional excesivo para garantizar la estabilidad del menor.

El amor incondicional de Alicia

Alicia Alonso recuerda con claridad el momento en que decidió abrir su hogar a niños que necesitaban una familia. «Tenemos cuatro hijos biológicos, y aunque ellos ocupaban mi día a día, algo dentro de mí me decía que podía hacer más», cuenta con la serenidad de quien ha dado lo mejor de sí misma. Así, en 2013, Alicia y su esposo Ángel Perles iniciaron su camino como familia acogedora.

Desde entonces, su casa se ha llenado de risas, llantos y sobre todo, amor. «Al principio nos ofrecimos para acogimientos permanentes. Recibimos a dos nenas de dos y tres años que venían con muchos problemas. Fue un choque tremendo para la familia cuando, tras dos años, tuvieron que irse», relata Alicia con voz entrecortada.

Tras esa experiencia, decidieron optar por acogimientos temporales, especialmente de bebés. «Es un cúmulo de emociones. La alegría de recibir una llamada diciendo que mañana llega un bebé es indescriptible. Desde el momento en que entra, es uno más de la familia», explica emocionada.

En 12 años han acogido a ocho niños, cada uno con su historia y sus desafíos. Algunos se quedaron hasta los dos años, otros apenas unos meses. Pero cada despedida ha dejado una huella imborrable. «Duele cuando se van. Pasas de tener un niño las 24 horas del día a no tenerlo al siguiente. Es un agujero enorme en el corazón. Algunos de mis hijos lo han llevado tan mal que han preferido no involucrarse tanto. Pero yo siempre les digo que el amor que damos, aunque sea temporal, puede cambiar una vida para siempre», confiesa Alicia.

Actualmente, Alicia cuida a un niño con autismo que pasa fines de semana y vacaciones con su familia, aunque durante la semana vive en un centro especializado. «Es un niño con ansias de familia, pero nuestras circunstancias no nos permiten ser esa familia al 100%. Aun así, hacemos lo que podemos para darle amor y estabilidad, aunque siento que a veces le fallamos. Estos niños necesitan tanto amor como cualquiera, pero pocos se atreven a dar ese paso», reflexiona con tristeza.

Alicia lanza un llamamiento para aquellas familias que consideran esta posibilidad pero dudan. «La frase que más he oído es 'yo no podría hacer eso'. Pero no se trata de ti, se trata del niño. Si piensas en todo lo que puedes darle, y en lo que puedes recibir, te darás cuenta de que sí puedes. Todos los niños necesitan amor, y todos podemos darlo», afirma con firmeza.

La experiencia no ha sido fácil, pero Alicia asegura que volvería a recorrer el mismo camino una y otra vez. «A veces los padres adoptivos rompen el vínculo con nosotros, y eso es desgarrador. Pero hay otros que no, y siguen viniendo a casa. Para algunos somos los tíos Ángel y Alicia, y seguimos siendo parte de sus vidas. Eso es lo más bonito, verlos crecer y saber que contribuimos a su felicidad».

Con 55 años y un corazón inagotable, Alicia sigue soñando con un futuro donde más familias se animen a cambiar vidas. «Lo principal que necesitan estos niños es amor. Y todos tenemos amor para dar. Quedarte con la duda de si era lo tuyo, sin intentarlo, es peor que darte cuenta de que quizá no lo era. Pero cuando lo haces, la satisfacción es inmensa. Yo los llamo a todos mis niños, porque en mi corazón siempre lo serán».

El acogimiento familiar no solo transforma vidas, también ensancha corazones. Y Alicia Alonso es la prueba de que el amor no tiene límites.

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