Carmen se levanta muchas mañanas falta de ideas. Cuando llegas a cierta edad, parece que las ha quemado todas y que eso de reinventarse ya no funciona. El tiempo transcurre más lento de lo habitual y tienes todo muy visto. ¿Qué les preparas de comer ... a tus nietos que no hayan probado ya? ¿Cómo se les puede sorprender para cuando vuelvan de la universidad? ¿A qué lugar vas a pasear que no hayas ido ya y te conozcas como la palma de tu mano? Ocupar el tiempo tras la jubilación es muchas veces un reto enrevesado y, con 78 años, ya has probado de todo. Es tentador caer en las actividades más típicas –que a cierta edad resultan monótonas– como abusar de estar pegado frente a la televisión.
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Una mañana cualquiera, recién desayunada, Carmen Bonache decidió probar algo diferente: bajó de su domicilio en la calle del doctor Sumsi, echó mano a su cartera y desenfundó con brío su Bono Oro. Ese mágico carnet de transporte para personas mayores de 65 años que cuesta solo 20 euros al año y que da para mucho. Nunca le había sacado tanto partido como ahora. La línea 6 olía diferente aquella mañana. Su recorrido no se había alterado –pasaba por los mismos lugares de siempre– y su destino tampoco pero, ese día, Carmen supo exprimir y sacarle provecho a un trayecto que tenía aborrecido de tantas veces que lo había efectuado para quedar con sus amigas a tomar algo por la plaza de la Virgen.
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«Sales de casa, coges el bus, te cansas, te bajas cuando quieras y ya vuelves a casa de otra manera, con otros aires», apunta. El autobús ya no es un mero medio de transporte para moverse de un punto a otro de la ciudad: viajar con él obliga a cada vez más mayores a arreglarse, salir del domicilio un rato, estirar las piernas, interactuar con otros, ver caras nuevas y, de alguna forma, cansarse yendo de acá para allá. Tampoco se puede considerar deporte o actividad física pero sí mental. Es terapéutico, de algún modo. «Podría estar viendo la tele pero no hay que pasarse de horas, un rato bien, prefiero obligarme a salir de casa, estoy hablando por el camino con una amiga disfrutando el paisaje y camino un ratito hasta la parada, pero lo justo», relata Carmen sobre lo que le aporta el autobús.
Nuevos usos del transporte público
Las utilidades del autobús y del metro han crecido notablemente entre los 'boomers'. «Estar en casa está bien pero yo recomiendo obligarse a salir y moverse, que sienta muy bien», aconseja. Unos lo agradecen porque se sienten frescos en el abrasador verano valenciano y reciben calor durante los días más fríos del año, otros lo conciben como una obligación y unos deberes que se autoimponen para no pasar todo el día en casa y hay quienes reciben una bocanada de aire nuevo y renovador de la gente a la que dan los buenos días, hablan del tiempo o saludan. Además, este nuevo pasatiempo es una herramienta para luchar contra la soledad, una lacra instalada entre los mayores.
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Como le ocurre a Amparo Barón, de 90 años: «A mi me encanta ver caras nuevas y me pongo a hablar siempre que puedo con quien no conozco, aunque sea sobre el tiempo, el buen día que ha salido, a mi me da una energía nueva». Ella es fiel a la línea 90 –como sigue llamando a la nueva C3– para cruzar de Peris y Valero a Eduardo Boscá. «Por lo menos, cuando vuelvo a casa me ha dado el aire y me he distraído un poco y eso que me llevo, si me hubiera quedado en el sofá con el móvil…», reflexiona.
El caso de Amparo no es aislado. Ni mucho menos. Este nuevo pasatiempo –si se le puede considerar como tal– cada vez recibe más adeptos de la tercera edad. Si será una moda pasajera o una costumbre que viene para quedarse para rato solo lo podrá juzgar el tiempo. Como ella, hay unos cuantos casos de mayores valencianos que están forjando una estrecha y especial relación con el transporte público de la ciudad. Algo similar le ocurre a Adela –más partidaria del bus que del metro, al cual apenas se sube– que adora la comodidad del autobús y lo bien que se viaja en verano. A sus 73 años, reconoce que ese alargado vehículo rojo es el culpable, en muchas ocasiones, de que se mueva y salga de casa: «Cojo todas las líneas de la ciudad, me recorro Valencia entera», bromea. «Cojo el 93, el 92, el C3 a casa de mi hijo o el 31 a la Patacona, no solo lo uso para quedar con mis amigas sino porque me es muy agradable viajar en autobús», añade, que suele compartir batallitas con su amiga Carmen Bonache en la plaza de la Virgen.
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Asomarse por la ventana a contemplar la belleza de Valencia es también otro placer implícito en los viajes en autobús. Sin embargo, se disfruta más estando sentado. «Me ceden más el asiento los jóvenes que los adultos», reconoce Adela, quien no tiene ningún miramiento si uno de los espacios reservados para mayores, embarazadas o discapacitados está ocupado por otro usuario que no sean ellos. «Los adultos se creen que son los amos y se sientan donde les da la gana. Yo, si veo a alguien sentado ahí le digo que ceda el sitio a la persona mayor, no se lo tendría ni que decir», expresa. «Aunque vea que a alguna persona muy mayor le dé vergüenza reclamar el sitio, a mi no me da ninguna vergüenza y lo pido para ella», concluye. «Nos obligamos entre todas a salir de casa y nos encanta aprovechar el viaje en bus para hablar entre nosotras o con gente nueva, que ya nos tenemos muy vistas», comenta su amiga Carmen. «Yo suelo usar el 19 y el 40 mucho», añade sobre sus preferencias. Estas dos amigas no dudan en bajarse, subirse e ir de bus en bus las veces que haga falta: «Lo bueno es que si te equivocas de autobús, que te bajas y puedes coger otro en la siguiente parada, así tampoco tienes que caminar mucho». Para descansar, hay que cansarse previamente. «Yo cojo el bus menos que mi mujer pero es verdad que, cuando lo cojo, lo noto, me sirve como excusa para salir de casa y vuelvo con otro aire diferente», apunta su marido Miguel, que se asoma fugazmente en la conversación.
Dejarse llevar
Carmen y Adela tienen un destino claro. Sus viajes al centro ya son típicos: allí suelen reunirse con sus amigas para tomar algo sentadas por los aledaños de la Catedral. Sin embargo, no todo el mundo se sube a un autobús o a un metro con un rumbo fijo y un objetivo claro. Hay quien duerme la siesta, otros leen y los hay que viajan sin destino por varias líneas hasta que llega la hora de regresar a sus hogares. Las vertiginosas prisas de los jóvenes contrastan con la parsimonia y la calma de la tercera edad. Algo similar le pasó una mañana a Carmen con una amiga, que la tuvo dando tumbos durante horas por Valencia. «Quedé con una amiga en el centro y me subió a una línea, no recuerdo cuál era, solo sé que era la línea más larga de toda Valencia», asegura. «Ella me dijo que nos sentáramos y que fuéramos hablando de nuestras cosas y yo lo hice caso, al final estuvimos dando vueltas toda la mañana sin enterarnos», narra Carmen rememorando aquella aventura que le resultó algo tediosa. «Tanto tiempo allí se me hizo un poco pesado». Sin embargo, para su compañera de viaje, fue una fructífera vivencia.
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Todas coinciden en lo mucho que echan de menos su medio de transporte favorito en Fallas. La ciudad se transforma durante las fiestas y se ven alterados notablemente los servicios de la EMT. «En Fallas el problema es que los horarios de los autobuses son muy malos, cambian mucho», lamenta Carmen Bonache sobre la logística del transporte público en la época fallera. Es ahí cuando notan un pequeño vacío en sus rutinas porque, el autobús, que siempre se ha concebido como herramienta, medio de transporte y canal para acceder de un punto A a un punto B es ahora mucho más que un vehículo. Ha cobrado una dimensión especial y ha adquirido un rol diferente y es un fiel compañero de viaje de cada más mayores.
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