![Callejones, filtros de amor y brujas en Valencia](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202109/24/media/cortadas/sayan-ghosh-CvmAStPNtsw-unsplash-R32aKsXJrC1WO0Tumi9bLzK-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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La fantasía urbana es esa rama de la literatura fantástica en la que magos, brujas o vampiros comparten realidad con los humanos en las ciudades que todos conocemos. Pero la fantasía, a veces, tiene un poso de realidad, una suerte de ruido de fondo en el que se puede distinguir la verdad. Esta historia es una de ellas. Aquí no hay trenes mágicos ni escobas voladoras ni cartas que traen lechuzas. Esto no es Harry Potter. Esto es Valencia. Pero aquí también hay callejones misteriosos donde quienes practicaban magia lo hacían de forma casi pública. Se conoció, de hecho, como el callejón de las brujas.
A espaldas del Palacio de Colomina y de l'Almoina se encuentra un estrecho callejón que une las calles Almudín y Salvador. Se llama, de hecho, Angosta del Almudín. Sin embargo, esa pequeña vía recibió otro nombre, al menos de forma popular, durante décadas: era el llamado callejón de las brujas. El motivo de este nombre, aunque pueda parecer evidente, no está claro. César Guardeño, gerente de CaminArt, empresa que organiza rutas por el centro de la ciudad, y que es, además, uno de los mayores conocedores del patrimonio de Valencia, explica que en la ciudad se dieron «muy pocos casos de condena por brujería hasta el siglo XVI». «En realidad, las brujas y brujos valencianos fueron más bien 'fetilleres', hechiceros, visionarias, adivinadoras (y alguna 'metzinera' o envenadora) que realizadoress de pactos diabólicos y carnales, más propios de la brujería en sí, aunque hay que apuntar que en la documentación aparecen mencionados como 'bruixes' y 'bruixos' o 'bruixots'», indica Guardeño.
Expedientes X valencianos
Este tipo de personajes con supuestos poderes eran, en realidad, gente que conocía perfectamente el funcionamiento no sólo de las plantas y las hierbas, sino también de cierto 'show business' que les permitía realizar «conjuros y fórmulas mágicas con cierta parafernalia». «Se daba más la hechicería de andar por casa que no superaba los límites de un círculo reducido de creyentes que se dejaban llevar por la ignorancia, la superstición y la necesidad de buscar una solución a sus problemas», explica Guardeño. «Abundaban las prácticas populares, como la adivinación, los conjuros, las supersticiones y hechizos amatorios y curativos (brujería doméstica), practicada por cristianos, judíos y musulmanes, cada uno con sus peculiaridades y características propias», matiza el historiador.
La mayoría de los casos de hechicería valenciana estuvieron protagonizados por mujeres cuya actividad era la de sanadoras, a través de los remedios que se elaboraban con algunas plantas medicinales existentes, o también la de adivinadoras y visionarias, con las que pretendían ganarse la vida como podían. En la Valencia medieval y durante los siglos XVI y XVII llegaron a ser tan frecuentes las prácticas de adivinación, sortilegios, hechizos, maleficios, encantamientos y otras artes mágicas que tanto el poder civil como el religioso (sobre todo después de la llegada de la Inquisición traída por los Reyes Católicos a Valencia entre 1480 y1481) las persiguieron y prohibieron.
Se da la circunstancia, de hecho, de que el Consell municipal «prohibió que la gente acudiese a consultar a estos adivinos, hechiceras, encantadores, aunque fuese para recobrar la salud y pedir prácticas sanadoras», desvela Guardeño. Aquellos que no cumplían estas ordenanzas eran castigados a recibir latigazos, recorriendo casi desnudos las calles de la ciudad, o recibían multas económicas, normalmente cincuenta morabatines. «De esta forma, se quería preservar la moralidad y la pureza de las costumbres de los católicos. Se perseguía todo aquello que pudiera provocar la ira divina, y que por tanto pudiera provocar inestabilidad y desorden, o sea, aquello que desatara sequías, malas cosechas, inundaciones, enfermedades y epidemias como la peste negra», cuenta Guardeño.
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Las historias de brujas tienen nombre y apellidos también en Valencia. Esperanza Badía se quedó huérfana a los 9 años y con 13 años se casó con un hombre llamado Francisco Mainer el cual la dejó embarazada y la abandonó. La historia se ambienta en algún momento del siglo XVIII. Con el paso del tiempo Esperanza se enamoró de Andrés Berenguer y se dirigió a un grupo de hechiceras que practicaban la magia amatoria para que le hicieran un filtro con el que conseguir a su amado, pero la pócima no surtió efecto. Badía no se dio por vencida y decidió ponerse a aprender a realizar esos conjuros. Se unió al aquelarre. «Con el paso de los años llegó a ser una de las fetilleras más activas de Valencia», indica Guardeño.
Sin embargo, en 1655 fue denunciada ante la Santa Inquisición y apresada junto a numerosos brujos y brujas más, en total cuarenta, 31 mujeres y 9 hombres. «Algunos de los apresados recibieron cien latigazos, y otros doscientos, cien en privado y cien en público ante el gentío que se acercaba a ver este tipo de castigos», cuenta Guardeño. Badía fue desterrada a un pueblo y su pista se perdió en algún punto entre la leyenda y la historia.
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