Médicos, profesores, empresarios. Mayores, jóvenes… Da igual la dedicación, edad o creencias religiosas. Son muchos los valencianos que guardan en su memoria vivencias personales para ... las que el paso de los años no trae una explicación razonable. Sean o no paranormales (no habrá manera de saberlo), sean o no proyecciones de su mente, son percepciones que les han marcado.
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Estas experiencias forman parte de la fascinación por lo que no comprendemos. Suelen reservarse o se comparten sólo con personas íntimas, con el convencimiento de que otros no les van a creer. Los testigos temen, a menudo, que duden de su veracidad y se cuestione su razonamiento o estado mental.
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Por eso hemos buceado entre familias valencianas rescatando vivencias desde el respeto, la honestidad y el anonimato (quien lo prefiere). Eso sí, poniendo el filtro en personas completamente cabales que llevan una vida normal y, sencillamente, no pueden encajar lo que vivieron.
Esta es la historia que quedó para siempre grabada en el recuerdo de dos amigas. La visión que ambas percibieron tenía el aspecto de un jinete fantasmal. Así lo describe una de ellas, María, en primera persona.
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Sucedió una noche de verano de los años 90, en una urbanización de chalés de un pueblo cercano a Valencia. No era una noche especial, sino una más de tantas en las que nos juntábamos chavales muy buenazos e inocentes y salíamos a la calle con el bocata a pasar el rato, dar vueltas con la Vespino, leer las revistas de la época o pegarle cuatro patadas a un balón entre dos pinos. La bendita rutina antes de internet, móviles y redes sociales.
Tendría unos 15 o 16 años y nos quedamos una amiga y yo charlando, sentadas en el bordillo de la acera y comiendo pipas. Después decidimos dar un paseo por la urbanización. Serían ya las 12 de la noche. De repente, andando por una calle entre chalés y ya llegando al cruce con otra vimos pasar por la perpendicular una silueta blanca con forma de caballo y jinete incluido.
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De entrada, resulta muy extraño creer que alguien ha decidido salir a cabalgar a esas horas. Pero lo realmente curioso fue que tanto mi amiga como yo -pese a la edad unas niñas muy normalitas y racionales- percibimos lo mismo a la vez: tanto el caballo como el jinete eran totalmente blancos y etéreos. El caballo no andaba al paso normal de estos animales. Más bien se deslizaba como un coche a poca velocidad o un tren llegando a la estación.
Además, no distinguimos rostro alguno en el jinete. Era como una silueta estilizada sin rasgos o ropajes. Lo mismo sucedía con el caballo, una forma perfilada y sin detalle. Lo que quiera que fuera pasó por nuestras narices con toda parsimonia, mientras nosotras nos miramos y exclamamos: «¡Qué ha sido eso!». Fue una expresión de incredulidad.
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Rápidamente, aceleramos el paso para llegar a la calle por la que transitaba nuestro nebuloso compañero, con la esperanza de ver a alguien de carne y hueso con su caballo relinchón. Pero no fue así. Muy a lo lejos divisamos a unas personas que probablemente estaban matando el tiempo como nosotras, pero ni rastro del conjunto ecuestre. No sentimos miedo. Es más, teniendo en cuenta nuestra edad, nos entró la risa floja mientras nos repetíamos: «¿Pero, lo has visto?, ¿verdad que no andaba?, ¿a que parecía que fuera volando?, ¡no tenía cara!, ¡nos van a tomar por locas!, ¿qué hemos cenado?...». Y así durante un buen rato, andando rápido hacia casa. Por si acaso.
Nunca conseguimos encontrar explicación lógica. Siguieron pasando las noches, los veranos y los años. Las calles cambiaron. Las personas también. Y la historia del caballo flotante se quedó como una anécdota de esa primera juventud. Ya con cuarenta y tantos años, las dos seguimos manteniendo la imagen de aquella visión tan real. ¿Nos influenciamos mutuamente? Puede ser. Aunque no lo creo.
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La experiencia descrita guarda relación con el sentido de la vista. Si escapa o no al mundo de lo conocido, no lo podremos saber. Pero desde una perspectiva racional, aporta algunas posibles explicaciones el Colegio de Ópticos-Optometristas de la Comunitat Valenciana.
Aunque la visión de un jinete fantasmal puede parecer inexplicable a primera vista, la vivencia de María puede interpretarse desde la perspectiva de la optometría y la visión. Varios fenómenos ópticos y condiciones ambientales pueden contribuir a este tipo de experiencias creando ilusiones visuales convincentes translúcidas y en movimiento. Y estas serían las posibles causas:
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1. Iluminación Nocturna y Efectos Ópticos. Durante la noche, la menor iluminación, unido a sombras y a luces tenues, pueden distorsionar la percepción de los objetos y crear ilusiones ópticas. En una urbanización con iluminación artificial los reflejos de las farolas, o incluso las luces de algún vehículo lejano en movimiento, sobre superficies irregulares (como el pavimento o las paredes de los chalés) pueden proyectar imágenes distorsionadas. Esta difusa iluminación podría haber creado la ilusión de un jinete y caballo etéreos deslizándose por la calle.
2. Condiciones Atmosféricas y Reflejos. Las condiciones atmosféricas, como la presencia de niebla o humedad alta, pueden difundir la luz de las farolas y crear halos o áreas de luz difusa. Este fenómeno podría hacer que objetos comunes parezcan más etéreos y fantasmagóricos. Además, si había alguna superficie reflectante cerca, como ventanas o charcos de agua, la luz reflejada podría haber contribuido a la ilusión de un jinete flotante.
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3. Visión Periférica y Pareidolia. La visión periférica, que es menos precisa en detalle y color, y es la que más se usa en condiciones de baja iluminación, puede ser propensa a ilusiones. La pareidolia, la tendencia del cerebro a ver patrones significativos en estímulos vagos o aleatorios, podría haber llevado a María y su amiga a interpretar sombras y luces dispersas como un caballo y un jinete. En la periferia de su visión, estas formas pueden haber sido percibidas como más claras y definidas de lo que realmente eran.
La sincronización de percepciones entre María y su amiga puede reforzar la creencia en lo visto. La influencia mutua y la confirmación pueden hacer que dos personas experimenten la misma ilusión, potenciada por la emoción y la expectativa del momento.
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