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Médicos, profesores, empresarios. Mayores, jóvenes… Da igual la dedicación, edad o creencias religiosas. Son muchos los valencianos que guardan en su memoria vivencias personales para las que el paso de los años no trae una explicación razonable. Sean o no paranormales (no habrá manera de saberlo), sean o no proyecciones de su mente, son percepciones que les han marcado.
Estas experiencias forman parte de la fascinación por lo que no comprendemos. Suelen reservarse o se comparten sólo con personas íntimas, con el convencimiento de que otros no les van a creer. Los testigos temen, a menudo, que duden de su veracidad y se cuestione su razonamiento o estado mental.
Por eso hemos buceado entre familias valencianas rescatando vivencias desde el respeto, la honestidad y el anonimato (quien lo prefiere). Eso sí, poniendo el filtro en personas completamente cabales que llevan una vida normal y, sencillamente, no pueden encajar lo que vivieron.
En esta ocasión es Jordi, un profesor valenciano, quien regresa a su infancia para brindarnos un recuerdo que le marcó: el avistamiento de unas extrañas luces desde la casa de sus abuelos. No era una fantasía infantil. Era el célebre caso Manises, uno de los pasajes más desconcertantes de la historia del fenómeno ovni en España.
Fue hace ya muchos años. Ocurrió a finales de la década de los 70. Yo tendría unos cinco años. Mis abuelos paternos tenían un chalé en una urbanización de Alzira llamada El Respirall y allí viví aquella experiencia que no he olvidado.
Recuerdo que estaba en el jardín y era por la noche. Sobre el horizonte aparecieron dos bolas de luz muy intensas que surcaban el cielo en un movimiento parecido a un baile de luciérnagas. Eran muy grandes y lejanas. Pero por la velocidad y la forma en la que se movían una cosa me quedó marcada: no podían ser un avión ni un helicóptero.
A pesar de mi corta edad, ya pensé que había sido un OVNI, aunque nadie más estuvo conmigo para verlo esa noche. Estaba con mis abuelos mientras mis padres trabajaban, pero ellos no fueron testigos. Lo que sí recuerdo es irme a dormir muy excitado por lo que acababa de presenciar.
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Al día siguiente, como cada mañana, mi padre pasó a darme los buenos días, a desearme un feliz día antes de marcharse a trabajar. Y aún recuerdo que le mencioné:
-Papá, he visto un ovni.
Él me dijo que siguiera durmiendo, convencido de que lo había soñado. Pero después, no recuerdo si el mismo día o los siguientes, volvió a Alzira y me enseñó la portada de un periódico. Creo que era El País. Aparecía la noticia sobre las luces misteriosas. Era el conocido caso Manises. Confirmé así que había visto algo inexplicable. Que no eran imaginaciones de un niño. Ni tampoco un sueño.
La historia del caso Manises es ya bien conocida. Con el paso de los años (y las muchas informaciones y documentales sobre aquel pasaje de la ufología) el hoy profesor ha obtenido la perspectiva para interpretar lo que presenció aquella noche. Ovni o no, lo cierto es que aquel niño no se inventó nada.
Fue el 11 de noviembre de 1979 cuando un avión de la compañía TAE (Transportes Aéreos Españoles) que partió de Palma de Mallorca poco antes de las 23 horas se vio obligado a aterrizar en el aeropuerto de Manises, en Valencia. ¿Por qué? El piloto aseguró que el vuelo JK297 estaba siendo perseguido y amenazado en su seguridad por unos misteriosos, próximos y veloces objetos luminosos.
El caso llegó al Congreso de los Diputados. El PSOE preguntó en septiembre de 1980 al Gobierno por el suceso y el Ministerio de Defensa simplemente expuso en su informe que aquel tráfico aéreo desconocido era de procedencia indeterminada.
Después surgieron otras teorías que hablaban de algún avión militar de la VI Flota estadounidense que maniobraba por la zona en esas fechas. Pero un alto mando de las Fuerzas Aéreas norteamericanas negó esa posibilidad en un documento firmado el 15 de noviembre de 1979.
Otra explicación relacionaba las luces con las llamas de las chimeneas de una refinería en Escombreras (Murcia). Según esta interpretación, unas condiciones meteorológicas muy particulares provocaron unos reflejos celestes del fuego que generaban la ilusión óptica de esos objetos voladores de movimiento rápido y caprichoso.
Y hubo una tercera hipótesis encima de la mesa, pero sin ninguna prueba documental fehaciente: que todo fue una operación urdida para sacar de España al hermano del piloto del avión, Francisco Javier Lerdo de Tejada. A este familiar, Fernando, se le relaciona con el grupo de asesinos de extrema derecha que tirotearon a cinco abogados laboralistas de ideología opuesta en la calle Atocha de Madrid en 1977. Huyó y nunca se ha vuelto a saber de él.
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