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Los vecinos del barrio de la Fuensanta saben que no tienen que mirar al colegio de la Misericordia por las noches. «Se ven luces raras», dicen. En ocasiones, hasta siluetas. En el tercer piso, aseguran, un niño se asoma a la ventana a horas en las que no hay nadie en el centro. Tres siglos de historia contemplan los muros del colegio de la Misericordia. Tras las puertas cerradas de un edificio que fue hospicio para huérfanos se esconden secretos, historias susurradas en las garitas de los guardias de seguridad o murmurados sobre los cubos de basura del personal de limpieza. Este año se cumple una década de los primeros testimonios de fenómenos paranormales en el colegio.
El centro acoge en este momento la sede en Valencia de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), un instituto de Enseñanza Secundaria, otro de Formación Profesional y otros tres centros más. Unos 4.000 estudiantes y 200 profesores comparten las instalaciones situadas entre el Hospital General de Valencia y el centro comercial Gran Turia. Mucha gente para ver y oír cosas. Los guardias de seguridad no se atreven a trabajar por la noche en el edificio. Aseguran que ven luces que se encienden y se apagan solas, cuadros que caen al suelo sin motivo aparente, ruidos extraños de madrugada y hasta que llanto de un niño se han escuchado por los largos pasillos del edificio.
El primer testimonio recopilado es el de Nicolás, un guardia de seguridad que contó en 2011 a este diario que en una ocasión perdió las llaves durante el servicio nocturno. Como quiera que no podía trabajar sin ellas, tuvo que llamar a su esposa para que acudiera a darle otro juego que guardaba en casa. Fue cuando esta mujer se acercó a la ominosa figura del antiguo colegio cuando distinguió un niño que le saludaba desde el tercer piso del inmueble.
Además, se dieron casos de poltergeist, esto es, manifestaciones físicas en las que objetos inanimados se mueven sin que nadie los impulse. Cuadros que se caen o llantos salidos de la nada son algunos de los fenómenos relativamente habituales en un colegio en el que todo el mundo habla del tema sin que nadie se atreva a hacerlo delante de un micrófono.
Sí lo consiguió Javier Martínez en 2011. «Algunas veces las luces se apagaban y luego se encendían poco después, pero yo creo que esto se debía a un fallo eléctrico», afirma Andrés V., otro vigilante que trabajó hace tiempo en el complejo educativo. «La única vez que me asusté un poco fue una noche que escuché un tremendo ruido como si hubiese caído un armario o algo metálico. Entré con mi linterna pero no vi nada raro», recordaba entonces el guardia de seguridad.
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Si se da por buena teorías como la de la impregnación o incluso explicaciones físicas como los bucles temporales, no es de extrañar que en la Misericordia la historia se repita. Y es que es un inmueble con una historia amplísima. Los orígenes del complejo educativo se remontan al siglo XVII, según la Diputación de Valencia. En 1673 se decidió levantar un hospicio para huérfanos en terrenos de la antigua morería, fuera de lo que entonces era Valencia. Los arzobispos Mayoral y Fabián y Fuero (nombres que suenan del callejero) contribuyeron a su ampliación. La casa llegó a acoger a más de 800 personas y se fue ampliando de forma consecutiva a lo largo de los años. En 1952 se convirtió en centro de formación profesional y acogió huérfanos hasta 1981.
Quienes asisten ahora a clase entre sus muros reconocen determinadas situaciones «extrañas». «Hay veces que vas tú sola por un pasillo y sientes que te miran, o estás en una zona con poca gente y escuchas voces aunque sabes que no hay nadie cerca», dice Yaiza. Se encoge de hombros. LAS PROVINCIAS acudió a los alrededores del centro a intentar recopilar testimonios de estudiantes o profesores. De nuevo, nadie se atrevió a hablar de forma clara, pero todos saben que en el colegio «pasan cosas raras». «Algunos lo tenemos muy asumido», reconocen.
Sus testimonios hablan de sillas que aparecen movidas o utensilios escolares que terminan en el suelo tras el recreo. «Las clases se cierran y ahí no entra nadie, pero a veces aparece alguna libreta en el suelo o algo así. Nada grave», reconoce una profesora que, de nuevo, no quiere identificarse. Unos alumnos explican que incluso han intentado ponerse en contacto con supuestos espíritus mediante la tabla ouija. «Fue desagradable, salió alguien que no queremos nombrar», dicen asustados. Cerca de ellos, otro grupo asegura que cuando ellos lo hicieron «no salió nadie»: «El marcador ni se movió, ahí dentro no había nadie». Dicen que hay zonas del colegio donde es más fácil vivir este tipo de experiencias, pero no quieren concretar. Sobre la Misericordia se extiende un velo de silencio y misterio, una especie de pacto para no desvelar la realidad de lo que ocurre ahí dentro. Aquel niño que observaba la calle desde el tercer piso es el fenómeno más extraordinario, pero la historia que impregna los muros del antiguo hospicio tiene todavía, quizá, secretos por desvelar.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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