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Médicos, profesores, empresarios. Mayores, jóvenes… Da igual la dedicación, edad o creencias religiosas. Son muchos los valencianos que guardan en su memoria vivencias personales para las que el paso de los años no trae una explicación razonable. Sean o no paranormales (no habrá manera de saberlo), sean o no proyecciones de su mente, son percepciones que les han marcado.
Esos relatos suelen reservarse o se comparten sólo con personas íntimas, con el convencimiento de que otros no les van a creer. Los testigos temen, a menudo, que duden de su veracidad y se cuestione su razonamiento o estado mental. Por eso hemos buceado entre familias valencianas rescatando vivencias desde el respeto, la honestidad y el anonimato (quien lo prefiere). Eso sí, poniendo el filtro en personas completamente cabales que llevan una vida normal y, sencillamente, no pueden encajar lo que vivieron.
El pasado domingo cientos de valencianos llevaron sus plegarias, devoción y agradecimientos a la Virgen de los Desamparados. Esta es, en primera persona, una historia de fe y de lo que significa ser madre. Trini, es una médico valenciana convencida de que sus oraciones fueron escuchadas en el momento más difícil de su vida. Y de que otro médico ya fallecido al que se encomendó protegió desde el cielo a su quinta hija.
Soy médico y madre de cinco hijos, lo que ya me parece algo inexplicable. No planeé ser médico, fue surgiendo. No planeé ser madre de cinco hijos. Nunca lo hubiera imaginado. Siempre he tenido partos difíciles, pero nadie esperaba el trauma que supuso el nacimiento de mi quinta hija.
Acudí con mi marido al hospital cuando ya sentía contracciones fuertes y regulares. Pasadas unas horas, en el hospital, decidieron provocar el parto porque no conseguía dilatar. Supe que algo no estaba bien, pues sentí un dolor que no me permitía respirar incluso a pesar de la anestesia. Tuve miedo y sugerí una cesárea. Un ginecólogo me salvó la vida. Empujando la camilla me llevó rápidamente al quirófano y hubo cesárea.
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Después me contó que en toda su carrera no había visto un parto tan traumático, con una rotura completa uterina. El brazo de la bebé había quedado enganchado en la pared del útero desgarrado y no podía descender. Tuvieron que hacer una histerectomía y mi hija nació en parada cardiorrespiratoria. La reanimaron, pero la falta de oxígeno en su cerebro desencadenaba un estado epiléptico que ensombrecía el pronóstico. Le hicieron una ecografía cerebral y tenía una encefalopatía grave, con daño cerebral severo, coma, reflejos ausentes, flacidez, succión ausente y convulsiones.
Nadie podía decirnos cuáles serían las secuelas, pero sí que alguna tendría. Eso era seguro. Y, con altísima probabilidad, el hecho de no dejar de convulsionar las primeras 48 horas de vida hacía pensar que, si sobrevivía, el daño neurológico sería muy importante.
En mi trabajo he tratado a niños con parálisis cerebral. Sentía que no estaba preparada para esta situación y lo veía, además, como algo injusto para mis otros hijos. Estos sentimientos hacían que me sintiera incluso peor, juzgándome a mí misma. Como si el mundo se hubiera parado. Como si me encontrara fuera de la realidad. Pensaba que me volvía loca.
Parte de nuestra familia y amigos nos decían que rezaban para que pudiéramos aceptar la voluntad de Dios. Pero yo pedía que rezaran para que mi hija no tuviera secuelas. Ninguna. No podía pedir otra cosa. Mi marido y yo rezábamos todo el tiempo. Además, muchísima gente que ni siquiera conocíamos estaba rezando para que se obrara el milagro: en el colegio de mis hijos, en congregaciones religiosas, en conventos de clausura…
Mi cuñada me regaló una postal que le dio una madre del colegio de sus hijos. Ella ni siquiera me conocía. Era de Jérôme Lejeune, el médico y científico que descubrió la trisomía 21 como causa del síndrome de Down. En el dorso de la postal aparecía una oración y mencionaba que era necesario que pidiéramos milagros para que pudiera completarse el proceso de beatificación del pediatra francés (hoy considerado venerable siervo de Dios por la Iglesia Católica). Y a él nos encomendamos.
La recién nacida estuvo 72 horas en tratamiento de hipotermia. Los médicos intentaban así minimizar el daño cerebral por la falta de oxígeno. Y cuando le realizaron una resonancia para objetivar el daño ocurrió lo sorprendente: no había nada. Ninguna lesión. Los médicos la daban por hecho, pero buscaron y buscaron. Todo estaba bien.
Al cabo de un año, vio a la niña una doctora de Rehabilitación. Era el momento de la revisión. Y, según me expresó, no se podía creer que la historia que estaba leyendo en el ordenador fuera de la niña que tenía delante. Sin rastro de daño cerebral.
Creo firmemente que Jérôme Lejeune acompañó durante mucho tiempo a mi hija en su cuna, porque se lo pedí insistentemente. Ella es hoy una niña de 10 años, sana y feliz, sin ninguna secuela. Pensé en escribir mi experiencia, pues sólo hace falta un milagro para que el genetista sea considerado Santo. Todavía estoy a tiempo…Quizá mi hija sea ese milagro.
El relato de Trini pone el foco en el poder de lo religioso, en el sentido más profundo de la oración y en la apertura personal al milagro, a la esperanza cuando todo parece perdido. La Asociación Española de Ciencia Regional estima en un 62% el porcentaje de creyentes valencianos. El padre dominico Martín Gelabert es Catedrático de Teología Fundamental y Antropología Teológica. Es maestro en Sagrada Teología y académico numerario en la Real Academia de Doctores de España.
En una de sus obras, 'La revelación acontecimiento fundamental, contextual y creíble', explica que para entender el milagro «no hay que preguntar a la ciencia, ni a la filosofía, sino a la teología, aunque la teología tiene mucho interés en presentar su reflexión en diálogo con la ciencia y la filosofía».
Según el teólogo, «es cierto que Dios interviene en la historia, conduce los acontecimientos y guía el destino de los seres humanos». Pero Gelabert entiende que no interviene como si fuera una causa física. «Dios es la realidad que todo lo determina y por eso no puede ocupar el lugar de una causa física. Su obrar está siempre regulado por causas segundas y se efectúa a través de los acontecimientos mundanos, no en contra de ellos o compitiendo con ellos, pues todo es obra suya».
Para Gelabert, «los milagros podrían entenderse como llamadas de atención que hacen pensar y su calificación como milagros dependería de épocas y situaciones». Desde su saber, esta es la mejor interpretación: «Un acontecimiento de este mundo, ocurrido en circunstancias inesperadas, desconocidas para el observador, que produce sorpresa y admiración, puede llevarle (según su disposición religiosa) a preguntarse por la relación que tiene todo lo real con el Creador». También «a darle gracias o a elevar su mente más allá de la sorpresa del momento hasta la consideración del poder y bondad del Autor de lo sorprendente».
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