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En los 65 días que llevamos de año ya hemos hecho frente a un devastador terremoto con decenas de miles de muertos en Turquía y Siria, hemos asistido a un choque mortal de trenes en Grecia, a la incesante subida de las hipotecas y nos hemos casi acostumbrado a contar mujeres asesinadas por violencia de género (nueve en lo que va de 2023). Eso, en lo que a las grandes cifras se refiere. En nuestro día a día vivimos con pesimismo cada visita al supermercado, sufrimos para encontrar un piso de alquiler o hasta para cambiar de coche. Pero, no le prestamos la misma al enésimo descubrimiento de la ciencia que nos acabará por cambiar la vida o a que la RAE le acaba de devolver la tilde al adverbio sólo.
Las malas noticias han comenzado a acumularse a nuestro alrededor. O, al menos, la sensación de que nos rodean. De ahí que una parte de la sociedad haya decidido ponerse una venda en los ojos para dejar de consumir contenidos que les provocan pesimismo, tristeza e incluso malestar. La pandemia puso sobre la mesa este fenómeno al que algunos ya le han puesto nombre: infoxicación. Un empacho de noticias, en su mayoría negativas o de impacto emocional.
Pero, la enfermedad tiene cura. Porque aunque no lo parezca, en el mundo siguen pasando cosas buenas. Sólo que no están tan a la vista o las esquivamos por una vorágine de negatividad. O ni las tenemos en cuenta, porque las consideramos ordinarias. Algo así como el famoso aforismo anglosajón de 'No news, good news' (si no hay noticias, es que son buenas noticias) . El Digital News Report de 2022 hacía referencia a este fenómeno por el que una parte de los lectores de medios han comenzado a evitar las que les resultan más incómodas. Ese porcentaje ha aumentado bruscamente en todos los países y ha pasado del 29% de media en 2017 a un 38% en 2022. En España, por ejemplo, un 35% de consumidores de prensa dejó de leer o ver noticias a menudo por factores diversos. Pero uno de ellos es porque les producían un «efecto negativo en su estado de ánimo». Esa evasión selectiva se ha incrementado incluso más por la guerra de Ucrania. Este acontecimiento aumentó notoriamente el consumo de información, perola encuesta del Reuters institute detectó mayores niveles de escape de noticias, incluso en lugares directamente afectados por la guerra, como Polonia y Alemania.
A nivel general, quienes dejan de leer noticias negativas dan distintas razones. Muchos afirman desanimarse frente a lo reiterativo de la agenda informativa (especialmente, con asuntos de política y de la pandemia en su día) o que suelen sentirse agotadas por las noticias (29%). Alrededor de un tercio de los encuestados (un 36%), sobre todo menores de 35 años, sostienen que las noticias les bajan el ánimo, les provocan discusiones que preferirían eludir (17%) o les generan sensación de impotencia (16%).
Pero, como antídoto a esa sensación de pesadumbre, los expertos recomiendan consumir buenas noticias para tener una foto global de la realidad. Básicamente, porque aunque no lo parezca, pasan más cosas buenas que malas a diario por pura estadística, pero hemos convertido en ordinario lo extraordinario. Lo dramático nos engancha, pero también nos hace querer hacer la vista gorda. «Trato a diario con personas en mi trabajo que tienen una visión muy negativa del mundo y la vida en general. En buena parte por la sobreabundacia de malas noticias que instalan creencias en el incosciente, generando conexiones neuronales en las que, ante cualquier noticia negativa, se genera una visión de lucha o huida», asegura José Barroso, terapeuta de desarrollo personal.
Para Guillermo López, catedrático de Periodismo de la Universitat de València, que haya una tendencia a filtrar noticias es «una forma de evasión ante una realidad que puede resultar angustiosa. Llevamos tres años de acumulación de malas noticias: pandemia, inflación, guerra...» En esta situación, explica, mucha gente puede verse tentada de eludir esa realidad, por diversas razones. Porque se sienten incómodos con la crispación y un contexto de actualidad desagradable, porque piensan que ignorando los problemas éstos tienden a desaparecer o relativizarse, y también por hartazgo, desapego y desconfianza respecto de las instancias que siguen monopolizando la actualidad, y en particular la clase política. «Esto de las buenas noticias también podría leerse desde otros dos puntos de vista. Por un lado, como un caso específico de exposición selectiva, un efecto mediático bastante estudiado, según el cual el público sólo ve lo que quiere ver e ignora lo que no. Y por otro lado, como ejemplo de 'knowledge gap', un fenómeno que alerta de que cada vez hay más porcentaje de población que, sencillamente, vive a espaldas de la actualidad. Ignorar las noticias desagradables o negativas podría ser una forma diluida de ese 'knowledge gap», advierte.
De ahí que de un tiempo a esta parte hayan crecido las cuentas en redes sociales y publicaciones con noticias positivas. Descubrimientos científicos, historias de superación, movilizaciones ciudadanas, o hasta noticias curiosas o graciosas. Lo extraordinario es que este tipo de piezas, que deberían ser regulares, cotidianas, han comenzado a parecernos extraordinarias. Como excepciones. Así que tendemos a compartirlas más con nuestros contactos o comentarlas con más profusión. Se podría decir que nos hemos entregado al positivismo como antídoto al pesimismo informativo. Pero el equilibrio siempre está en llevar una dieta informativa variada. No debemos esquivar todo lo que nos hace preocuparnos en exceso, ni lanzarnos en brazos de las noticias positivas, pero sí saber combinar ambas para mantener a raya nuestra salud mental.
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