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COLPISA/Luis Alfonso Gámez
Madrid
Lunes, 14 de diciembre 2020, 13:45
Aquí lo más importante son los cables», recuerda el astrofísico Daniel Altschuler que le decía en los años 90 el ingeniero José Nicolás Maldonado, responsable de mantenimiento del radiotelescopio de Arecibo, esa gran antena esférica que miraba al cielo desde la jungla de Puerto Rico. Altschuler dirigió el observatorio entre 1991 y 2003. En aquellos días, Maldonado -«la persona que mejor conocía el telescopio y que se jubiló hace años»- inspeccionaba los cables continuamente. Pero empezaron los recortes presupuestarios por parte de la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF) de EE UU, propietaria de la instalación, y una agonía plasmada, entre otras cosas, en un déficit de mantenimiento. La plataforma, de 900 toneladas, no ha podido más. Suspendida de tres grandes torres de hormigón, se balanceó y cayó con un estremecedor estrépito. «Ha sido la crónica de una muerte anunciada, aunque no esperaba que fuera tan catastrófica», reconoce Altschuler desde la Universidad de Puerto Rico.
En tierra de huracanes y tras años de recortes, el 10 agosto se rompió un cable auxiliar que conectaba una de las tres torres de hormigón con la plataforma del receptor, de 900 toneladas y suspendida a 150 metros de altura sobre la antena. El cable cayó sobre ella y abrió un agujero de 30 metros. Cuando se estudiaba cómo reparar los destrozos, el 6 de noviembre se rompió otro cable conectado con la misma torre. Y, ante el riesgo de un «colapso catastrófico descontrolado» de la estructura, la NSF decidió trece días después desmantelar Arecibo. Pero los hechos se precipitaron y se produjo el derrumbe. Un triste final para un observatorio que, además de protagonizar importantes hallazgos, es un icono de la ciencia, la cultura pop y Puerto Rico. A su antena se asomaron Jodie Foster en 'Contact' (1997) y David Duchovny en la serie 'Expediente X' (1994), y por ella se deslizó Pierce Brosnan en 'Goldeneye' (1995).
«Arecibo era un monumento a la curiosidad humana. Era como una catedral con sus torres elevándose al cielo, buscando... Era un ojo que mira al espacio para ver que hay más allá», dice Altschuler, con un inevitable punto de tristeza. Se construyó entre 1960 y 1963. Con su antena de 305 metros, fue el observatorio más grande del mundo hasta la entrada en servicio en 2016 del radiotelescopio chino FAST, de 500 metros. «Siempre fue el grandote del equipo», ha escrito en su despedida Seth Shostak, astrónomo del Instituto SETI, dedicado a la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Del observatorio de Puerto Rico procedían los datos que analizaron, desde 1999 hasta el 31 de marzo pasado, millones de ordenadores domésticos para buscar señales de radio inteligentes, dentro del proyecto SETI@home.
Para Agustín Sánchez Lavega, director del Grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco, «Arecibo es un icono de la astronomía, como los observatorios de monte Wilson y monte Palomar, y el telescopio espacial Hubble. Ha revolucionado la radioastronomía. Su legado científico es inmenso». Poco después de su inauguración, en abril de 1964, Gordon Pettengill descubrió con él que la rotación de Mercurio era de 88 días y no de 59, como se creía. Fue el primero de una serie de extraordinarios hallazgos.
Cuatro años más tarde, Richard Lovelace determinó en Arecibo que el púlsar del Cangrejo gira sobre su eje treinta veces por segundo, la primera prueba de la existencia de las estrellas de neutrones, las más pequeñas y densas. Tanto que una cucharadita de su materia puede pesar mil millones de toneladas. «Russell Hulse y Joseph Taylor descubrieron aquí en 1974 el primer púlsar doble, por lo que ganaron el Nobel de Física en 1993», indica Altchusler. Y Sánchez Lavega destaca cómo «fue el instrumento con el que Aleksander Wolszczan y Dale Frail identificaron en 1992 los primeros planetas extrasolares. Giran alrededor de una estrella de neutrones, el púlsar Lich».
En 1989, su radar obtuvo la primera imagen de un asteroide, Castalia. «Arecibo ha sido un instrumento único para estudiar los asteroides cercanos a la Tierra», afirma Josep Maria Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC y del Instituto de Estudios Espaciales de Cataluña.
«Cuantos más radiotelescopios como el de Arecibo haya dedicados a la vigilancia de estos objetos, mejor de cara al riesgo de un impacto», advierte Trigo, quien recuerda cómo en 1908 un cuerpo de 50 metros de diámetro arrasó 2.100 kilómetros de bosque siberiano y que el que explotó sobre Cheliábinsk en 2013 medía solo 15 metros. El radiotelescopio de Arecibo era el instrumento más sensible del mundo para la protección planetaria de posibles impactos meteoríticos. Sus días han terminado abruptamente. Los expertos confían ahora en que se construya un nuevo Arecibo. Por nuestra seguridad.
Los físicos Giuseppe Cocconi y Philip Morrison propusieron en 1959 intentar captar mensajes de radio extraterrestres. Quince años después, el astrofísico Frank Drake, entonces director de Arecibo, celebró una remodelación del observatorio con el envío de nuestro primer saludo a otros mundos. Diseñado por él y Carl Sagan, el llamado mensaje de Arecibo, de tres minutos, se lanzó en 1974 hacia el cúmulo M13, compuesto por cientos de miles de estrellas. Incluye información sobre los elementos químicos básicos para la vida, el ADN, el ser humano, el Sistema Solar -con Plutón como noveno planeta, porque no perdió esa categoría hasta agosto de 2006- y el radiotelescopio emisor.
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