Una imagen de la serie Balenciaga, protagonizada por el actor Alberto San Juan.

Balenciaga, el mito que murió en Valencia

El célebre modisto, de actualidad gracias a la serie de televisión con Alberto San Juan de protagonista, falleció en 1972 en el Hospital Arnau de Vilanova tras sentirse indispuesto mientras descansaba en Jávea: allí dejó el recuerdo de su devoción en la iglesia de la localidad y se abandonó a los placeres de la buena mesa en restaurantes como Pósito o Tangó

Jorge Alacid

Valencia

Martes, 30 de enero 2024, 00:51

Cristóbal Balenciaga es la leyenda hecha tejido, el más grande creador que ha tenido la moda española, y es también el protagonista de la serie de televisión estrenada recientemente en Disney Plus, encarnado por un formidable Alberto San Juan. Y Balenciaga es además una figura ... muy cercana a Valencia, donde falleció hace 42 años. Fue el 24 de marzo de 1972: el modisto se sintió indispuesto mientras desayunaba en el parador de Jávea, donde se alojaba. Le atendió un par de médicos, se movilizó una ambulancia y partió en ella, tumbado en la camilla, hacia Valencia. A la altura de Ondara, pareció restablecerse. Se sentó en la parte de atrás del vehículo y prosiguió la marcha hacia el Hospital Arnau de Villanova, que entonces se llamaba Sagrada Familia, donde ingresó. La esperanza de una recuperación se marchitó en apenas unas horas. En la madrugada del día siguiente, fallecía a los 77 años de edad.

Publicidad

La noticia de la muerte del gran emperador de la moda conmocionó a la sociedad de su tiempo, pero sin el alboroto que hoy generaría un acontecimiento semejante. Dejó esta vida a su estilo, como vivió. Famoso pero discreto. Con su desaparición se despedía una manera de estar en el mundo, un espíritu creativo ajeno a los flashes; también se frustraba el naciente idilio que había cultivado con Jávea en los últimos años de su vida, donde hace dos años una exposición sirvió para recuperar la memoria de aquel Balenciaga último. Una exquisita muestra desplegada a través de tres escenarios, siguiendo un orden cronológico.

Hubo un primer Balenciaga exhibiendo sus creaciones en las estancias del Museo Arqueológico, casi al final de las empinadas cuestas que trepan hacia la iglesia de San Bartolomé, y otro Balenciaga que aguardaba casi al lado, en otro rincón de recogida belleza de la hermosa ciudad antigua: el edificio Ca Lambert, donde se recopiló la obra de madurez del diseñador vasco. Dos edificios donde se albergaba la parte central de la exposición porque en ellos residió durante esos días una geografía sentimental muy ligada a las horas postreras de Balenciaga en Jávea. Pedro Usabiaga, comisario de la exposición, relataba por ejemplo cómo le gustaba refugiarse entre los muros de la iglesia, que tanto le recordaban a la de su Guetaria natal, de fisonomía análoga. Dos templos-fortaleza aupados sobre un altozano. A la iglesia de Jávea acudía para rezar en sus bancos salvando su aversión a las corrientes de aire que tanto incordiaban a sus maltrechos huesos. Se cuenta que llegó a entregar al párroco una jugosa donación para que la parroquia aliviara los rigores del frío y pudiera seguir guareciéndose en el acogedor templo, perla del gótico valenciano.

No era la única similitud que Balenciaga encontraba entre Jávea y Guetaria, dos lugares hermanados por una serie de atributos muy queridos para el modisto. La sencillez de sus gentes, la conexión emocional con el mar, eran factores coincidentes (un hilo invisible) que le hicieron grata la estancia en Jávea desde que empezó a frecuentarla. Además, a orillas del Mediterráneo escapaba de los rigores del Cantábrico guipuzcoano, nada indicados para su quejumbrosa salud.

Publicidad

A Balenciaga le atrajo Jávea haciendo caso de la encendida recomendación que le hizo llegar una de sus clientas y musas, la marquesa de Llanzol. Eran los primeros años 70 y la localidad le embrujó: fue un flechazo. Se alojaba en el Parador, caminaba por la playa del Arenal y se entregaba a los placeres sencillos de la vida. La gastronomía, por ejemplo, con predilección por los arroces marineros que servían en restaurantes como el Pósito, frente al Mediterráneo, o el Tangó, ubicado en el puerto. O los paseos por las deliciosas callejuelas de la ciudad histórica, donde está registrado que curioseó entre las telas que expedían en un par de comercios, Tejidos Jaumet y Tejidos Bertomeu. Un paisaje muy reconocible para el modisto, que veía entre los naturales de Jávea esa dignidad de clase que conoció de niño entre los pescadores de su Guetaria, incluyendo el distinguido porte con que unos y otros exhibían su tradicional indumentaria.

El hechizo entre Jávea y Balenciaga fue mutuo, malogrado por la inesperada muerte del diseñador, que llegó cuando hacía planes para instalarse frente al Mediterráneo, seducido por la extraordinaria luz que baña la costa. Incluso se interesó en alguna inmobiliaria para hacerse con una propiedad en este paraje a la sombra del Montgó: en particular, por una promoción de viviendas, el Tosalet, descritas por la publicidad de la época como «casas rodeadas de naranjos cerca del mar». Fue en Jávea precisamente donde ideó su última creación, el vestido de novia para Carmen Martínez Bordiú, nieta del dictador Franco. Y fue en Jávea donde parecía haber encontrado el sosiego que buscaba en el otoño de su vida, mientras arreciaba la dictadura del 'prêt-à-porter' y se resignaba a que declinara su mundo, la alta costura. Mientras decía adiós a la moda tal y como la había conocido.

Publicidad

Hoy, la marca Balenciaga cotiza al alza entre el Gotha de nuestro tiempo (influencers y futbolistas) y vuelve a ponerse de moda por la serie que revisa su trayectoria cuando cruzaba la cúspide de su fama; entonces, su nombre se asociaba con el epítome del lujo, pero un lujo elegante y sutil, sin estridencias: el que anidaba en las piezas exhibidas en aquella exposición de hace un par de años en Jávea, cuyo espacio final esperaba en La Casa del Cable, frente al Mediterráneo. Allí, en esa elegante edificación se agrupaban las creaciones de los herederos de Balenciaga, seguidores de su inimitable estilo, mientras tras los ventanales se divisaba el mar, la luz infinita, cada tono del azul del agua. Lo último que vieron sus ojos antes de emprender aquel viaje en ambulancia a Valencia. Su adiós a la vida. Y su adiós a Jávea.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad