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En la vida hay dos tipos de personas. Los que comen pipas y los que no. Y no lo digo yo. Lo dice un estudio sobre el consumo de semillas de girasol en España, en 2022, que Metroscopia elaboró hace unos meses para Pipas USA (la asociación americana del girasol, que capitaliza toda la producción de este snack que llega a España desde Estados Unidos). Según esos datos, un 56% de españoles consumió pipas en algún momento de 2022. Y eso, nos ha hecho detenernos en un producto que en España nos parece común, pero que apenas se consume en media docena de países en el mundo del modo en que estamos visualizándolo. Es decir, cogiendo una pipa de girasol tostada con dos dedos, chascándola con los dientes para quitarle la cáscara y comiéndonos la semilla del interior. Porque esa es otra. Si las pipas son peladas, nos gustan mucho menos, por lo social que tiene el hecho de abrir una bolsa de las de cáscara y vincularla a un momento de ocio, a una conversación con amigos, o a un recuerdo feliz de nuestros veranos o de nuestra infancia.
Y es que comer pipas va más allá de matar el gusanillo del hambre. Es una costumbre. Una actividad. Un 12% de los encuestados lo hace a diario. Un 22% los fines de semana. Pero hay un pico de consumo asociado directamente a un momento del año: el verano y las vacaciones. En esa época se comen un 29% más de pipas. Es una imagen que forma parte del imaginario colectivo de nuestras postales veraniegas. Comer pipas en un banco del pueblo, o en el paseo marítimo de una playa con nuestros amigos. Comer pipas es, además, un vicio asequible. Su precio suele estar entre los 5 y los 18 euros el kilo, ya en las estanterías del supermercado o kiosco. Pero las bolsas que solemos comprar para pasar el rato apenas superan los 2 euros y dan para bastantes horas de cháchara.
Quienes las consumen las asocian a un momento de disfrute (58%), a compartir algo con sus seres queridos (50%), porque les recuerda a su infancia (39%), a sus amigos (37%), a los recuerdos de verano (31%) o a las vacaciones (24%). También hay diferencia en cuanto al momento de abrir una bolsa de pipas. La inmensa mayoría lo hace mientras ve una película o serie (72%), otros, prefieren compartirlas con amigos (44%) o hacerlo solos en casa (42%). El 29% las come en los bares, como aperitivo, mientras que un 25% las consume en un evento deportivo. Hay casi tantos escenarios y costumbres como variedades de pipas. Pero, a la hora de comprarlas, los españoles somos más bien clásicos. Nos gustan saladas, pero no con sal en la cáscara. Es decir, en aguasal. Pero también con esa costra de sal que nos deja los labios rojos, simplemente tostadas, o de alguno de los sabores que ya hay en el mercado. Eso sí, a la hora de hacernos con una bolsa, el sabor es lo que más importa para tres de cada cuatro comedores de pipas. Pero también lo baratas que son o que tengan un buen tamaño.
El origen no está muy claro, pero parece que hay acuerdo en que los primeros girasoles, la planta de la que se extraen estas semillas, se plantaron en norteamérica, donde es además uno de sus cultivos más extendidos. En concreto, los libros de historia los seitán en la región de Arizona, donde los indígenas, hace más de 5.000 años ya utilizaban las pipas para preparar alimentos básicos y aceites. A Europa llegó muchos siglos después, a principios del XVI, pero no como aperitivo, obviamente, sino como fuente de elaboración de aceites. Pero, en España, donde hoy en día las consumimos como snack, las pipas tampoco tienen un inicio muy claro. Se habla de que durante la guerra civil se extendió su uso como alimento, ante la carestía que se vivió. La prensa de la época ya lo recogía. En un ejemplar del diario ABC del 21 de diciembre de 1937, ya apareció un artículo en el que se hablaba de su consumo lúdico. «La falta de otras chucherías ha hecho que las pipas de girasol sea actualmente el sustituto del cacahuete, el 'chiclé', el caramelo, el bombón, el pirulí, etc». Los teatros y cines, alertaba la publicación, ya aparecían entonces «alfombrados por espesas capas de cáscaras de pipas». Pero el diario daba una recomendación. «Que en los letreros de 'se prohíbe fumar' se añada la de comer pipas en público, haciendo ruinosa competencia a los loros». Toda una campaña de cancelación, que se diría hoy. Años después, el 3 de abril de 1949, la semilla de girasol para consumo comenzó a cotizar en la lonja de Valencia. De eso han pasado ya 74 años.
Hoy en día, las pipas las consume un 56% de la población de nuestro país. Es algo muy curioso, porque España es una especie de isla en Europa en lo que al consumo de este fruto seco se refiere. Ninguno de nuestros vecinos las come como snack. Pero sí son comunes en la Europa del Este, con Bulgaria, Ucrania y Rusia como países comedores de pipas, junto con China. Aunque para un español comer pipas es una imagen absolutamente normal, el cine o las series dan buena cuenta de que los que para nosotros es algo común, para el resto de personas es una rareza. Por ejemplo, es complicado encontrar a un personaje de película americana comiendo pipas. Habría que remontarse a los años 90, con la exitosa serie Expediente X. El agente Mulder chascaba pipas durante la resolución de sus casos. Una imagen nada común en la pantalla. En la vida real, sin embargo, el acto que le daba vida, David Duchovny, confesó que odiaba las pipas, pero que Chris Carter, creador de la serie era aficionado a comerlas.
Con la llegada de la cuarta temporada de Succession, la exitosa serie de HBO, uno de los hermanos Roy, Kendall, nos sorprende acudiendo a una reunión con dos de sus hermanos, Roman y Shiobhan, con una bolsa de pipas peladas en la mano. Esto sucede en el primer capítulo. Mientras confabula contra su padre, no para de comerse este snack. En concreto, de la marca propia del supermercado especializado en productos naturales Erewhon. Un curioso detalle que vuelve a anclar las pipas a los momentos conversacionales.
En el panorama nacional, las pipas han aparecido en numerosas series y películas y dan nombre a un corto en el que, en apenas tres minutos, dos amigas se cuentan la vida mientras se comen una bolsa de este producto. Para poner el toque más cultural. La planta de la que se extraen, los girasoles, es el cuadro más conocido del pintor Vincent Van Gogh.
Y si España es uno de los principales consumidores de pipa de girasol tostada, la Comunitat es toda una industria de este aperitivo. Hay varias marcas conocidísimas, pero las de Grefusa compiten a nivel nacional en los lineales de supermercados y kioscos. Las pipas suponen para la empresa valenciana un 38% de su facturación total, que el último año con datos conocidos (2021), fue de 136 millones de euros. La firma, con sede en Alzira tiene en su división de pipas uno de sus mayores tesoros. Sólo en 2022 vendieron 80 millones de bolsas de pipas.
Pero, su historia con estas semillas se remonta a los años 90. En concreto, la compañía que fundó José Gregori Furió en 1929 (la marca es una mezcla de sus dos apellidos) hizo una de las mayores innovaciones en este sector en 1990. Ese año lanzó una nueva variedad de pipas dirigida a un público adulto: el Piponazo. Se caracterizaba por productos con una semilla más grande y fácil de pelar. Fue fruto de la innovación en el segmento de las pipas. Para ello, el departamento de I+D+i de Grefusa buscó varias variedades de pipas para obtener uno cuya semilla fuera más fácil de pelar en la boca, más quebradiza, que tuviera un tamaño ideal y que tuviera un sabor mejor que todas las pipas que existían. Esas semillas se cultivaban únicamente en Israel. Entonces, a partir de un híbrido sin manipulación genética nació El Piponazo y Grefusa monopolizó la cosecha de pipas de Israel. Dado el éxito de esta pipa, durante unos años los productores de ese país no eran capaces de suministrar toda la demanda.
Años después, en 2001, llegó otra gran revolución al mercado de las pipas: los sabores. En esa fecha nació uno de los más icónicos del panorama: las tijuana. Ese fue el primer desafío de Agustín Gregori, que ya por entonces había relevado a su padre. Tijuana fue el primero de muchos sabores, a los que siguieron combinaciones surgidas de colaboraciones con Burger King, KFC, las pipas rosas de Pipas G Flamingo o las Pipas G Energy, elaboradas junto con una marca de bebidas energéticas. El pasado otoño, tra una encuesta en redes sociales, un mundo en el que Grefusa se mueve como pez en el agua, los usuarios eligieron el sabor a lentejas como nueva innovación efímera.
Como curiosidad, las pipas tijuana también se sometieron a un proceso innovador para que no se pegaran entre ellas en la bolsa por la salsa que se les añade. Es decir, se pulía mucho el proceso para evitar pegotes. Pero eso provocó que los 'tijuanáticos' que es como se llama a los fanáticos de este sabor, protestaran en redes porque los snacks había perdido eso que la marca consideraba un defecto. Así que en Grefusa tomaron nota y fabricaron bolsas sólo con pegotes de tijuana (sin pipas) y añadieron más tropezones a los paquetes de semillas. Para eso, las redes sociales fueron clave. La marca valenciana se ha posicionado como una de las de referencia para el mundo gamer y de los e-sports. Llegó a patrocinar las campanadas del archiconocido Ibai Llanos y a ser sponsor de la Kings League, el actual proyecto del streamer con Gerard Piqué.
Pero, en la Comunitat también hay otras marcas míticas que representan verdaderas instituciones en el mundo de las pipas. Una de ellas es El Manisero (que factura 1,3 millones de euros). Sus semillas, que se tuestan en la planta de Manises, llegan de distintos países productores. Estados Unidos, Bulgaria y China en su mayoría. Trabajan con diferentes semillas de girasol para sus distintas margas insignia: sus pipas XXL y sus pipas oro, que parten de variedades distintas y por tanto, además de notarse la diferencia visualmente en forma y tamaño, el sabor es también diferente. Aquí entran ya los gustos de los consumidores y sus preferencias.Cuando decidieron lanzar su producto de sabor vieron que la mayoría de pipas con sabor que había en el mercado se dirigían a sabores de occidente (kétchup, barbacoa, tejanas) y por eso decidieron optar por gustos más orientales y crearon las de sabor soja Teppanyaki.
Aunque realizan alguna exportación a Marruecos, su mercado principal es el nacional, y su plaza más importante la provincia de Valencia, donde son una marca más que asentada..Y aunque parezca mentira, en el proceso de tostado, tratamiento y envasado de las pipas hay muchísima tecnología e innovación. Todos los procesos productivos en los que intervienen las pipas están dotados de tecnología. Algo que les ayuda a ser más eficientes en el proceso. Y eso que el fundador de la empresa, Salvador Vila empezó su andadura comercializando frutos secos. Aunque su mayor éxito tuvo lugar cuando llegaron las pipas porque este producto le hizo despegar y especializarse en ello . En breve presentarán su nueva variedad de pipas, que es aún un secreto muy bien guardado. Como curiosidad, también se mueven bien en el mundo digital, algo común en las marcas de pipas. Quizá para entrar en un mercado, el de los más jóvenes, que parecía ajeno a este consumo, pero que ha demostrado ser un sector fanático de este snack. De ahí que el grupo musical Los meconios, dos chicos también valencianos les crearan su propia canción: Pipas, un vicio pero bueno.
Pero también marcas como Churruca o Pipas Valencianas tienen un hueco en el mercado de las pipas de la Comunitat.
Y, aunque las pipas son una costumbre muy saludable (las semillas de girasol contienen minerales como el cobre, el manganeso, el potasio, el selenio o el zinc, vitaminas y colesterol del bueno) y ayudan a generar conversaciones y recuerdos, son una de las mayores pesadillas para los recintos deportivos y cines. Sus cáscaras son un problema para los servicios de limpieza municipales y de los clubes, que destinan elevadas cantidades de presupuesto para deshacerse de los residuos que genera el chasquido de estas semillas. En 2018, el Valencia CF gastó 25.000 euros en limpiar Mestalla de cáscaras de pipas y llegó incluso a estudiar la posibilidad de prohibirlas. Pero tanto en sus gradas como en las del Ciutat de Valéncia se siguen consumiendo. La costumbre está tan extendida que a quienes las comen se les da hasta un mote algo despectivo. Los comepipas. Son los aficionados que no animan demasiado porque tienen las manos y la boca ocupados en comer este snack. Una práctica que también se lleva a cabo en recintos como la Plaza de toros. Hay incluso un dicho en el rico argot taurino que habla de toreros valientes, que se la juegan en el cuerpo a cuerpo con el toro, que no aburren a la plaza. «Con este torero no se comen pipas», dice la expresión.
Pero no en todos los recintos está permitido comer las semillas del girasol. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Valencia redactó una ordenanza de convivencia en 2021 para multar hasta con 750 euros por «comer productos que generen residuos de difícil limpieza como pipas, frutos secos con cáscara, chicles…» en instalaciones deportivas municipales. Este comportamiento está prohibido y su incumplimiento es considerado como una infracción leve.
España es una gran consumidora de semillas de girasol. Pero no una gran productora de pipas para consumo como snack. Según los datos de comercio exterior de la Agencia Tributaria de 2022, nuestro país importó 510.000 toneladas de semillas, por un importe de 436 millones de euros.. A quien más le compramos fue a Francia (más de 209.000 toneladas), pero también a Rumanía, a Bulgaría y a Ucrania. De ahí que casi todas las marcas que pipas, tengan donde tengan su factoría, utilicen semilla llegada de fuera de nuestras fronteras. De ahí llega cruda y se tuesta en España, donde se somete a estrictos controles de calidad y se manipula para presentarla en el mercado. Sin embargo, son pocas las marcas que indican de dónde provienen sus pipas. Quizá para hacer pasar el producto por nacional, sin quebrantar la legalidad.
Los datos que aparecen en este reportaje los han proporcionado Grefusa, El Manisero y Pipas USA, a preguntas de este diario. Para poder contar con las cáscaras de pipas para la infografía de este tema ha sido necesaria la colaboración de toda la redacción.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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