11 de julio de 1983. Un joven castellonense de 19 años lleva medio año de servicio militar. Sirve en Reus, en el Regimiento Badajoz 26 ... de infantería, y ese día le toca retén de incendios. El calor aprieta y se desata un fuego forestal en terreno de maniobras. Acude con sus compañeros a extinguirlo y la explosión de un artefacto en el suelo cambia sus vidas para siempre: tres muertos y 20 heridos, dos de ellos amputados.
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«Yo no tuve tiempo de verlo venir. Ya me vi allí, sin piernas. Se activó el instinto de supervivencia y sólo pensaba en no desangrarme. El capitán me hizo un torniquete y la ambulancia no tardó. Gracias a eso y a mi buen estado físico antes del accidente pude sobrevivir». Lo recuerda así José Vicente Arzo, un roble de 60 años que se presenta a nuestro encuentro con su inseparable bici adaptada.
Como a Carla Maronda, la privación de extremidades le llegó en plena juventud. Antes, incluso. Tras cuatro operaciones y nueve meses de hospital, tocaba empezar de nuevo. «Tuve la suerte de que Defensa se portó bien en indemnización, pensión o prótesis. Lo que he necesitado lo he tenido. Otros no pueden decir lo mismo».
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Su fuerza fue «una familia y amigos de diez» y una voluntad mental: «Centrarme en las posibilidades y no en las limitaciones». Su aspecto diferente no fue barrera para una vida sentimental plena. «Estoy felizmente casado y soy padre de dos hijos. Las personas ven en ti lo que tú transmites y el optimismo se contagia». O el buen humor. «Como cuando algún niño me pregunta en la playa qué me ha pasado. Les digo que han sido los tiburones y luego algún padre se enfada porque no se quieren meter en el agua (risas)».
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Su adaptación a sus prótesis (una con rodilla artificial para la pierna más dañada y la otra tibial) costó «dos años de dolor, rozaduras, llagas…». Pero un día dejó las muletas y aprendió a caminar de nuevo. Eso sí, «me he caído muchísimas veces. Pero me caigo para volver a levantarme».
Tras el accidente militar, José Vicente tuvo que decidir en qué ocupar su vida. «Un médico me dijo que ser buen deportista me había salvado de morir en la explosión. Y pensé: pues deporte y más deporte». Fueron años de atletismo adaptado para lanzamiento de jabalina, peso y disco, natación, ciclismo, triatlón... De todo.
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Y gestó así una brillante trayectoria. En 2004, debut paralímpico en Atenas. En 2008, medalla de plata en contrarreloj de ciclismo en ruta en Pekin. Y se suman podios nacionales, europeos y mundiales en ciclismo y natación. «Cuando empecé, el deportista paralímpico cobraba la mitad que un olímpico», recuerda José Vicente. Este año, por primera vez, se han equiparado los premios a los medallistas. «Nunca he comprendido la desigualdad».
En el trato ajeno «no me gustan las reacciones de lástima. Y las miradas extrañadas no me afectan. Al que no le guste algo, que no mire». Con 60 años, su balance vital es simple: «Puedes hacer lo que te propongas en cualquier condición. Yo quiero vivir muchos años más, viajar, disfrutar de mis hijos y seguir con el deporte, aunque sea ya como afición». En agosto viaja a París a disfrutar de los Juegos Paralímpicos. «Esta vez, ya como espectador ¡A disfrutar del ciclismo y la maratón!».
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Su mensaje para Carla Maronda: «No te rindas. Hay mucha vida por vivir. Céntrate en lo que quieras hacer. Es lo que hice yo cuando sufrí el accidente. Tú también puedes hacer todo lo que te propongas».
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