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Hace cinco años, un paciente que sufría una neumonía de origen desconocido murió en el Hospital Arnau Vilanova de Valencia. Su fallecimiento, sin embargo, no se conoció públicamente hasta 18 días después, el 3 de marzo de 2020. Fue entonces cuando, tras un segundo análisis, se confirmó que se trataba de la primera víctima mortal del Covid-19 en España. Quedó patente también que el coronavirus iba a dejar mucho más que «algún caso confirmado» en nuestro país y que el patógeno que había puesto a China en jaque tendría un impacto considerable. Lo que nadie podía prever aún es que cambiaría por completo el mundo. No en vano, las primeras noticias pasaron desapercibidas en diciembre de 2019. Eran textos breves publicados en medios regionales chinos que informaban de extraños casos de una neumonía atípica en la ciudad de Wuhan. Algunos internautas del gigante asiático señalaron que su nexo común se encontraba en un mercado de abastos en el que se comerciaba con animales salvajes, como el pangolín. Pero las autoridades bloquearon esos mensajes y restaron importancia al asunto.
El último día de diciembre, el aumento de casos ya alarmó a doctores como Li Wenliang, que advirtió a sus contactos de la peligrosidad de esta enfermedad desconocida que recordaba al SARS que mantuvo al mundo en vilo entre 2003 y 2004 y dejó más de 800 muertos. Pagó su osadía primero con una polémica amonestación administrativa, y luego el covid se cobró su vida, convirtiéndolo así en el primer héroe de la epidemia que iba tomando forma y en símbolo de una opacidad informativa que perseguirá siempre a la segunda potencia mundial.
«Continuamos pidiendo a China que comparta información para comprender los orígenes del Covid-19. Es un imperativo moral y científico. Sin transparencia y colaboración entre países, el mundo no puede prevenir ni prepararse para futuras pandemias», sentencia la Organización Mundial de la Salud en el artículo con el que recuerda el lustro que ha pasado desde que, también ese 31 de diciembre de 2019, recibió la primera información sobre el brote de Wuhan.
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Las autoridades chinas tardaron tres semanas más en reconocer que el coronavirus se transmitía entre personas, pero solo tres días después, el 23 de enero, tomaron una decisión tan drástica como inédita: el confinamiento de una ciudad de once millones de habitantes. Las teorías de la conspiración se desbocaron. Algunos afirmaban que el Partido Comunista estaba falseando las cifras de muertos, señalando la elevada actividad de los crematorios, mientras otros trazaban el camino que va del mercado de Huanan al laboratorio virológico de más alto nivel. Unos creen que un científico se contagió por error allí -teoría que nadie descarta por completo-, mientras otros señalan que el virus fue creado a propósito en sus instalaciones. Cualquiera que hoy intente tomar fotografías de ambos lugares es interceptado rápidamente por la Policía.
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La cuarentena de Wuhan se recibió en todo el mundo con críticas por las libertades que violaba. Era impensable que se pudiese reproducir esa situación en democracias asentadas, sobre todo cuando la OMS ni siquiera había activado la emergencia internacional, algo que acabó sucediendo el 30 de enero. No obstante, la realidad acabó imponiéndose: sin mascarillas ni tests, con sanitarios protegidos con bolsas de basura y con las Urgencias colapsadas, el mito de los formidables sistemas sanitarios europeos se desmoronó. Y afloró en su lugar la enorme dependencia de los productos chinos.
«Al principio éramos nosotros quienes enviábamos mascarillas a los compañeros de China. Luego, cuando las necesitamos nosotros, ya no había en ninguna parte», recuerda Iñaki Antoñanzas, exdirector de Fagor Automation en Pekín. China tuvo claro que tenía que priorizar el mercado interno e instruyó que se detuviesen las exportaciones de equipos de protección individual (EPI) mientras racionaba las mascarillas, un elemento que se hizo obligatorio incluso para salir a la calle. Hombres vestidos con trajes de astronauta y armados con un termómetro de infrarrojos se convirtieron en escena habitual. Y, una vez más, el Gran Dragón marcó el camino que primero Occidente rechazó con desdén y aires de superioridad y que luego se vio obligado a seguir.
En marzo se produjo una cascada de confinamientos que sumergió a cientos de millones de personas en una película de ciencia ficción, con calles vacías por las que solo deambulaban animales salvajes, hospitales desbordados, e incluso fosas comunes en países desarrollados. La región italiana de Lombardía, junto a otras catorce ciudades del país, fueron puestas en cuarentena el día 8, justo cuando en España se celebraban polémicas manifestaciones por el Día de la Mujer.
Tres días después, la OMS declaró oficialmente que el covid se había convertido en una pandemia. Esa misma jornada, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, vetó la entrada de ciudadanos procedentes de Europa, con la excepción del Reino Unido, en una decisión que iba a contrastar con la falta de restricciones dentro de la superpotencia americana, que decretó la emergencia nacional el mismo día que España anunciaba el confinamiento del país.
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El mundo se detuvo en seco: las restricciones a los viajes dejaron miles de aviones en tierra, gran parte del comercio se vio obligado a bajar la persiana, las empresas tuvieron que lanzarse sin paracaídas al teletrabajo, y los récords más trágicos se sucedían día tras otro. El 10 de abril se superaron los cien mil muertos, el 28 de ese mes Estados Unidos alcanzó el caso número un millón, y en mayo la ONU hizo pública su previsión para la mayor recesión global desde la crisis de 1929. Los vaticinios fueron empeorando cada mes, hasta dejar como resultado una contracción económica global del 4,3%.
6,86 millones de personas
Murieron en todo el mundo de covid hasta 2023. Aún fallecen unos 4.000 cada semana
687 millones de contagios
Se registraron durante la pandemia. Debido a la falta de tests, la cifra real es muy superior.
15,8 billones de dólares
Es el coste estimado de la pandemia, según la OMS. Los cálculos más optimistas lo rebajan a 6
Fue entonces cuando muchos gobernantes se enfrentaron a un dilema: convivir con el virus para salvar la economía a pesar del riesgo de que muchos habitantes mueran, o proteger sus vidas y arriesgarse a una hecatombe económica y a una rebelión social. Los países dejaron un amplio abanico de estrategias que iban del cero-covid chino y norcoreano -con fronteras cerradas, confinamientos estrictos y fuertes restricciones internas-, hasta la convivencia más o menos libre con el virus, de la que Estados Unidos fue abanderada. Europa adoptó un término medio, haciendo uso de los polémicos pasaportes covid obtenidos con tests PCR o de antígenos primero y con la vacuna después.
Fueron esas formulaciones desarrolladas en tiempo récord las que permitieron ir recuperando la normalidad a partir de 2021. Comenzaron a dispensarse a finales de 2020 y provocaron una guerra geopolítica para hacerse con ellas que dejó clara la supremacía del dinero sobre el resto de consideraciones, ya que fueron los países más desarrollados los que hicieron acopio de vacunas a pesar de que los menos desarrolados sufrían las peores consecuencias de la pandemia.
13.720 millones de dosis de las vacuna
Se han administrado en todo el mundo hasta 2025.
En cualquier caso, cuando todo parecía que solo podía ir a mejor, el consumo de venganza que trajo la paulatina eliminación de restricciones causó otros dos tsunamis: el de la rotura de la cadena de suministros y el de la inflación, que en muchos casos fueron de la mano. De repente, no había chips, los puertos chinos cerraban y las fábricas occidentales no podían trabajar sin componentes. La demanda, que había estado deprimida, estalló sin que la oferta pudiese ponerse a la altura.
Afortunadamente, de la variante inicial se pasó a la delta, y de la delta a la ómicron. Cada nueva cepa era más infecciosa que la anterior pero provocaba menos víctimas mortales. Así, el mundo fue recuperando su estado original con la excepción de China, que mantuvo su política de cero covid hasta que, tras un infernal confinamiento en Shanghái, la población estalló en inusuales manifestaciones contra el Gobierno y su máximo representante, Xi Jinping. De un día para otro, la estrategia dio un vuelco y el gigante asiático volvió a arrancar su maquinaria productiva, aunque el trauma colectivo que el coronavirus ha dejado es profundo.
Oficialmente, el número de víctimas mortales acabó ascendiendo a siete millones, pero la OMS asegura que la cifra real nunca se conocerá y que perfectamente puede triplicar esa estimación. Es más, aún ahora miles de personas mueren cada semana por covid. Ante la pregunta de si el mundo está hoy mejor preparado para hacer frente a la próxima pandemia, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirma que «sí y no». Subraya que «si se produjese hoy, el mundo estaría lastrado por muchas de las debilidades y vulnerabilidades que permitieron la debacle del covid. Pero también ha aprendido algunas de las dolorosas lecciones y ha dado pasos significativos para fortalecer sus defensas». Lo que todos los científicos tienen claro es que la pandemia se repetirá.
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