![Amigos de Instagram](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202109/29/media/instagram.jpg)
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m. hortelano
Lunes, 4 de octubre 2021, 10:51
Hola capturadores
El primer día de mis ya caducadas vacaciones decidí prescindir de dos cosas hasta entonces indispensables. Los aros en el sujetador y las aplicaciones de todas las redes sociales que tengo instaladas en mi móvil. En ambos casos, la sensación de alivio fue casi inmediata. Liberadora, casi 'ayusísitica'. Y el experimento de 32 días me sirvió para darme cuenta de que lo único en la vida sin lo que no se puede vivir es sin amor, en el sentido más estrecho del concepto. Y sin vasos de leche, por qué no asumirlo. Así que, una vez desinstalado Twitter e Instagram de mi teléfono y silenciadas todas las notificaciones de whatsapp, me lancé a vivir la vida en analógico durante un mes entero. Un periodo en el que no sólo no me perdí nada, sino que gané muchas cosas. Esta es la historia de cómo viví un mes sin estorbos sociales.
El último día de finales de agosto que vine a trabajar estaba agotada y enfadada por lo largo que se me estaba haciendo mi verano en la redacción y, sobre todo, por lo largo que se me estaba haciendo el vuestro. Playas de Formentera, calas en la Costa Brava o charcos en cualquiera de las siete islas Canarias. Puestas de sol en Ibiza, paisajes verdes en las Azores o montañas en Andorra. Un panorama desolador para alguien que trabaja en un polígono en el que lo más excitante que sucede en agosto es el avance de las obras de la megaconstrucción cercana a nuestra manzana y la posibilidad de aparcar el coche en la puerta porque en esas fechas por aquí no pasan ni los despistados. No os lo voy a negar, acabé de vuestras vacaciones hasta el gorro. Cuánta felicidad, cuánto descanso, cuánta diversión y cuánto desenfreno. No porque ninguno de mis amigos que disfrutara de esos días me lo contara en una llamada o en un mensaje personalizado, sino porque os lo veía en las redes sociales. Por momentos, tanto azúcar comenzó a mortificarme, a dejarme al borde del coma diabético. Sobre todo porque yo estaba siendo testigo de muchos momentos que no sólo no me interesaban lo más mínimo, sino que llegaron a molestarme en mi camino hacia el fin de fiesta. Y en ese punto inicié una reflexión sobre lo que me aportaban y habían dejado de aportarme las redes en un momento en el que lo único con lo que soñaba era con salir corriendo y meterme dentro de un caparazón. De no veros. De no leeros. De no escucharos.
Las redes sociales se han convertido en la principal forma de comunicarnos con nuestros amigos y conocidos y, en algunos casos, de no tener que tener ni una relación directa con ellos. Simplemente vemos lo que nos enseñan y ellos lo nuestro y nos seguimos creyendo parte las vidas del otro, aunque haga años que no compartimos ni un café con leche. Aunque haga años que no nos contamos nada que no enseñemos también a todo Instagram. Un postureo en toda regla, que da pie a una falsa sensación de amistad, de cercanía, que nos aleja cada vez más de todos ellos, a pesar de que cada vez nos sentimos más cerca. Un chivato hasta de los cumpleaños de los que nunca te acuerdas para poder quedar bien. Aún recuerdo una vez que mi amigo Héctor Esteban (periodista del año, por cierto) cambió su fecha de nacimiento en Facebook para comprobar cuántos de sus «amigos» sabían en realidad cuándo tenían que felicitarlo en octubre o lo hacían porque se lo decía la aplicación. A los que se equivocaron, los limpió del muro. Hoy en día, ni siquiera tiene muro, porque se cerró todas sus redes... y no le ha ido tan mal.
Otro de los usos de estas herramientas, en una profesión como la de periodista es el de escenario principal de muchas de las cosas que pasan en el día a día. En algunos casos, incluso la única escena, por lo que consultarlas es casi una obligación en la que difícilmente se pueden levantar biombos entre la vida personal y laboral. Así que darle al botón de pause durante las vacaciones supone una desconexión más con el trabajo que nos engulle y dejar todo al asueto.
Además, de un tiempo a esta parte, yo les he encontrado una nueva utilidad en mi incursión en el mundo artístico con las acuarelas y los dibujos y las empleo como escaparate de algunas de las cosas que los modernos ahora llaman contenido. Así, cada domingo suelo publicar una receta ilustrada para animar a los más perezosos a cocinar cosas ricas sin demasiada complicación, tratando de entrar en sus cocinas por la vista de unos sencillos dibujos. Y a juzgar por los datos que me ofrece la plataforma,he convencido a unos cuantos para animarse con esas recetas si me guío por los que se guardan la ilustración cada domingo. Pero, de esos cientos que me demuestran que ese contenido les interesa, pocos y a veces ninguno me dejan un comentario, me regalan un simple gracias o me cuentan si la receta les ha salvado un desayuno de fin de semana o una cena con amigos. No los culpo. Yo también practico el voyeurismo con sus perfiles, que hay gente que en persona pierde.
Así que este verano, en un arrebato de dignidad, mandé las mías a paseo. Durante un mes entero no sólo no vi nada de lo que mis contactos contaban en sus muros, sino que yo no les di ni una pista de qué hacía, dónde estaba o qué comía. Hasta el punto de que pasadas las primeras semanas de desconexión, algunos amigos cercanos se percataron de mi ausencia y contactaron conmigo para ver si había pasado algo grave que nos mantuviera alejados de ese escaparate. No sólo no me pasaba nada malo a mí ni a nadie de mi entorno. Es que comenzaron a pasar cosas que yo comencé a ver sin el filtro de la pantalla de mi teléfono. Viví mis vacaciones sin ningún guion, sin ningún enfoque, sin ninguna obligación. Sólo recibiendo los cachones de Carmen Velasco por las mañanas. Y bendito botón de pausa.
Yo me largué de redes para revisar desde la tranquilidad cómo quiero que sea mi presencia en ellas. Qué quiero contar, qué quiero enseñar y qué no quiero ver. Y sobre todo, para desconectar. en vacaciones. Y a mi vuelta, porque ya he vuelto, que a mí me divierten, las redes me han recibido con un castigo. Con una reprimenda. Con la invisibilidad. Instagram ha dejado de mostrar mis contenidos y Twitter ha penalizado mis mensajes. Lo dicen mis números. El algoritmo ha hecho su trabajo para reprenderme por haber dejado de alimentar mi ego. Un círculo vicioso con consecuencias para los más inestables, que se pueden sentir rechazados porque a sus 'amigos' ya no les gusta lo que hacen o no les gustan ellos.
Una investigación periodísitca del Wall Street Journal destapó hace semanas unos informes de Facebook (dueña de Instagram) en los que la compañía reconocía que su red social 'Instagram' es «tóxica» para los adolescentes y que los protocolos de protección «están fallando». La red ha comenzado a ser perjudicial para la salud mental de muchos de ellos, que se mueven a golpe de 'me gusta' y basan la construcción de su personalidad en un castillo de naipes de reputación online. Muchas de las influencers patrias han llegado a frivolizar con el asunto y se han inventado problemas mentales para justificar las pausas en redes que se han tomado este verano para no publicar contenidos, cuando en realidad esas ausencias se llaman vacaciones. Suerte que ya no soy adolescente y que tengo claro que las redes son sólo un espejismo. No sólo no me he perdido nada, sino que he ganado mucho. Aunque ahora para Instagram sea invisible. Igual pronto hago el apagón definitivo, que ahora ya han abierto las barras y se puede volver a tomar cañas. Que para sufrir, ya están los aros del sujetador.
Culturismo
Según la RAE, es la ola de mar que rompe en la playa y hace espuma. Una imagen con la que Carmen me suele dar los buenos días cuando va a andar por las mañanas. Los cachones son únicos y efímeros, como los buenos recuerdos.
Pantallazos
Esta semana, con octubre ya empezado, te traigo dos cosas, una que se come y una que se escucha.
- Todos al parque. Los amigos de Districte se han sacado de la manga otro de sus proyectos para la ciudad de Valencia. Y esta vez, el escenario cambia la fachada marítima por el verde de los parques de la ciudad. Serialparc, una serie de conciertos en los pulmones de Valencia, llenarán de música desde el 17 de octubre. Cada fin de semana, concierto en un parque. Yo voy! Y si están Quique Medina y Vicent Molins detrás, con más razón. Ya lo decía Love of lesbian: Ha sido una mañana inolvidable, como todas las que pasan en un parque...
-Calabaza. Hoy empieza octubre y con él la temporada álgida de calabazas. Los que vivimos en Valencia tenemos la suerte de encontrarlas ya asadas en casi cualquier horno. Con un trozo de calabaza asada puedes improvisar decena de recetas, pero te propongo una infalible. Calabaza asada aplastada con un tenedor en el fondo de un cuenco. Canela molida, un yogur natural de los buenos y a disfrutar. ¿Se le puede llamar receta a esto?
Gat-checking: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
16. La maleta en caso de Apocalipsis
Deberes para esta semana: Cuéntame tu relación de amor-odio con las redes sociales. me interesa mucho tu opinión. Y gracias por todas las listas de maleta en caso de Apocalipsis que recibí, eran geniales. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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