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m. hortelano
Viernes, 8 de octubre 2021, 13:57
Hola capturadores
Siendo de Cuenca y habiendo nacido en los 80, es muy probable que la primera vez que pisé un bar aún no tuviera dientes. Seguro que mi tío Julián o mi abuelo Federico me sentaron alguna vez, cuando era un bebé, para hacerme monerías, en alguna de las barras de acero inoxidable que se llevaban en la época en los buenos bares. En ese tiempo, en las traseras de las barras estaban las bebidas del tiempo, que eran casi siempre las que consumíamos los niños, por aquello de no beber nada frío para que no se nos despertaran las anginas. Ahí se colocaban en fila los Okey de fresa, vainilla y chocolate, los bio solanes multifruta, los densos zumos de melocotón y alguna coca cola sin cafeína. También botellas de mosto, que también tomábamos los niños antes de que llegara Carlos Ríos a amargarnos la existencia, y zumos de tomate que imagino que nadie pedía y ocupaban espacio en las neveras llenas de botellines del Águila y de Mahou.
Pasaron los años y adquirí una especie de fascinación por los mostradores, por esa especie de muralla en la que siempre suceden cosas grandiosas. Incluso quise tener una en casa, que en la época se estilaba el mueble bar. En un bar se bebe cuando se tiene sed, se come cuando se tiene hambre y se entra al baño cuando las ganas te pillan en la calle. Los bares son maravillosos y sus barras, un tesoro. Pero, cualquier local no puede ser un bar. Ni todos los bares son buenos bares.
Siempre he tenido un radar para encontrar buenas barras, buenos bares, buenas planchas y buenos camareros con los entregarme al bebercio. Desde pequeña frecuentaba templos en mi ciudad que, con el tamiz de la infancia que todo lo barniza, se han convertido en los mejores del mundo para mi memoria. Merendé durante cientos de tardes con mi madre en la barra de la desaparecida pastelería Egido y merende-cené innumerables perritos calientes y sándwiches mixtos en la barra de la confitería Ruiz, donde aún peregrino. He pasado mañanas de domingo en la barra del Bar Pelusa, comiendo boquerones en vinagre y patatas fritas de bolsa, largas tardes de verano en su terraza, viendo al Chato ir y venir con su bandeja, y he acudido a sus bocadillos de calamares que preparaba 'la Maria Jesús' en frías noches de invierno, que para eso lo teníamos al lado de casa. He bajado a tomar fantas primero y a rellenar botellas de vino y de sifón a la Bodeguilla de Ángel y Gregoria y a tomar chatos, años después (de vino, no confundir con el Chato) con mi abuelo Federico en nuestra gira por los bares del barrio, a mi vuelta a casa, cuando ya estaba en la universidad. Menudo ataque de murria....Ahora no perdono un viaje a Cuenca sin apoyar el codo en la barra de La Ponderosa para apretarme un vino con chuletillas de lechal, huevos y un buen jamón (el mejor del mundo) y nunca me acuesto sin haber pisado la barra de la Taberna Jovi, donde preparan los mejores combinados de la ciudad (incluso después de la jubilación de Santi y Ramón). De barras, como os digo, sé un rato.
Las barras son como Nati Abascal, quieren a todo el mundo. Quieren a los solitarios, que no necesitan llenar el vacío de los huecos que deja la falta de compañía y miran al frente mientras el camarero hace de las suyas. Como en un dinner de las películas americanas. Quieren a los que no usan agenda, a los que van por libre y quieren improvisar su ocio sin necesidad de reserva, simplemente porque se lo pide el cuerpo. Acogen también a quienes acuden en pareja, porque pueden decirse las cosas de frente o de perfil, sin remilgos. De pie o sentados. Sin protocolo. Y son también acogedoras para las cuadrillas, siempre y cuando una de las personas que la forman tenga primera línea de barra, para ir ejerciendo de portavoz y suministrador de mercancías frescas al resto. Las barras son también amigas de los indecisos y enemigas de los que se pierden en largas cartas de platos y se apañan con las pizarras o productos del día. A la barra se va a tiro hecho. A comer sota, caballo o rey, pero ¡qué rey! Los tímidos tienen también su taburete y pueden elegir permanecer en silencio, mirando la pantalla de su móvil, si es que instagram funciona, o colgarse el cartel de «quiero hablar» para disfrutar del palique con el camarero o con otro compañero de barra. La barra es de Hopper y de Amaia. Es de todos y de nadie. Porque, a la barra se puede ir hasta sin hambre, o sin sed. Solo por estar. Por permanecer. Por socializar. Se puede estar sentado, con el pie apoyado o sin apoyar, o directamente de pie, sobre un suelo en el que antes siempre había serrín. En la barra se puede pedir una caña, un café o un refresco para leer el periódico, pero también un pincho, una ración o un montado, sin necesidad de justificar los minutos que uno pasa apoyado en ella. En algunas, casi siempre las peores, se puede ver el muestrario que el bar nos ofrece a modo de catálogo, sobre sus neveras. En las mejores, el secreto está siempre en la cocina, en manos de algún cocinero o cocinera de bar de los de toda la vida.
En Valencia, ciudad en la que vivo desde hace 18 años, no hay demasiada cultura de bar, al menos como yo la entiendo, aunque los valencianos crean lo contrario. Las barras son casi siempre sofisticadas, excesivas y caras. Como si cobraran peaje por ocupar la primera fila del local. En la mayoría se come lo mismo de pie que en mesa, incluso con el mismo precio, y la rotación es baja, porque quien pilla sitio, se toma hasta el postre. Nada de amores de barra. En Valencia, la cosas es de relaciones largas, aunque solo sea en el bar. Aún así, yo me resisto a cambiar de hábitos y sigo emperrada en beber de pie, o apoyada en el taburete. Incluso tras el arreón del coronavirus, que casi se lleva por delante esta costumbre. Las barras siguen vivas, aunque ahora lleven la silla encadenada a su uso. Aquí las frecuento poco, porque básicamente no tengo demasiado tiempo para pasar el rato en una, pero cuando las piso, las hago polvo. Me encanta ir a la del bar Lolitos y que Laura, la guardiana de la barra, me reciba con un sonoro: «¿lo de siempre?». Me gusta comerme las bravas en la esquina, junto a la nevera de los vinos, mientras observo a la gente que entra y sale. Algunos llegan de celebrar nacimientos, otros de llorar pérdidas. Todos encuentran refugio en esa barra. O en la de Erajoma, donde voy con mis amigas Isa y Anaïs a beber riesling y a comer queso y sepia con mahonesa. O la de Casa Guillermo en su antiguo local. La del Saxo, las noches en que las demás no están abiertas. O a la de Momiji, donde desde hace años celebro mi cumpleaños entre niguiris recién preparados frente a nuestros ojos. Un espectáculo hipnótico. Claro que hay más barras. Algunas mejores. Otras peores. Pero estas son las mías. Y una fundamental: la de la encimera de mi cocina, donde últimamente me como los mejores aperitivos y me bebo los mejores chatos, mientras veo caer todas las redes sociales.
Culturismo
Según la RAE, es la especie de tristeza y cargazón de cabeza que hace andar cabizbajo y melancólico a quien la padece. La mejor explicación de esta palabra tan preciosa la dio el personaje de Gala (la gran Julia Gutiérrez Caba) en la película 'You are the one'.
«Murria. A eso los vascos lo llaman murria. Conocí a uno en La Habana, cuando tu abuelo me mandó llamar. Era de Tolosa. Siempre tenía la palabra en la boca. Murria... Y significaba eso, pena, aburrimiento. Eso es lo que tiene la señorita Julia«
Pantallazos
Los valencianos celebran mañana el Día de la Comunitat, para muchos también el San Valentín valenciano, con la fiesta de Sant Donís. Así que para ayudarte a pasar el día festivo te traigo algo que se come, algo que se baila y algo que se lee (e incluso escucha).
-La mocaorà: Una de las mejores tradiciones del 9 d'octubre es regalar o que te regalen la mocaorà. Un pañuelo en el que se envuelven las preciosas frutitas hechas de mazapán que entran directas por la vista de todos los escaparates de las pastelerías y panaderías valencianas. La mejor mocaorà de este año está en Puçol, pero si quieres comprarla en Valencia, hazlo siempre en el horno de tu barrio. Los panaderos y pasteleros te lo agradecerán. Y si quieres algo original, puedes ir a la céntrica confitería Dulces Martín, donde las elaboran de chocolate, horchata o cassalla.
- La habitación roja danza: La banda indie valenciana por excelencia, La habitación roja, ha presentado esta semana el nuevo videoclip de su último single 'El día internacional de los amantes' con un marvillo cross over con las chicas de Taiat Dansa. No puede ser más chulo y puedes verlo aquí.
-Otoño literario: El otoño es una de mis estaciones favoritas. Una estación llena de calabazas, caquis, granadas, setas y ¡castañas! Pues para rematar este momento de recogimiento frente a las chimeneas y la llegada de los pijamas de manga larga, en LAS PROVINCIAS hemos ideado un complemento para el equinocio perfecto. El pasado fin de semana aterrizó en la sección de Culturas el #otoñoliterarioLP con un programa lleno de recomendaciones, lecturas, mesas redondas, relatos y buenos libros.
Bonus track: El recién distinguido por la Generalitat, Paco Roca, presentará este lunes 11, a las 19:00 horas, en la Librería Bangarang, el primer libro del periodista valenciano Rodrigo Terrasa 'La ciudad de la euforia' (Libros del KO). Yo no me lo pierdo, que no todos los días se te pone a tiro de piedra un premio nacional, distinción de la Generalitat y pijamista de pro, para firmarte sus cómics. Bueno, ni un Rodrigo Terrasa, que desde que reina en Madrid, se deja ver poco por la Comunitat. Hay que aprovechar. El libro, por cierto, es muy recomendable si quieres recordar algunos de los principales casos de corrupción en la Comunitat, donde, parafraseando a alguien un 9 d'octubre, «la fiesta no se acaba nunca».
Gat-checking: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
16. La maleta en caso de Apocalipsis
Deberes para esta semana: Cuéntame cuál es tu bar de cabecera. Si eres más de barra o de mesa... y descúbreme algún sitio que no deba perderme en Valencia o incluso en Cuenca... o en tu ciudad. Y gracias por todas vuestras reflexiones sobre las redes sociales. Fueron tantas, que conseguimos acabar con ellas durante unas horas... Me encantó recibirlas. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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