Hola capturadores
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El 30 de agosto de 1992 fui por primera vez a un concierto. Tenía 8 años y mi madre compró las entradas en la taquilla de la plaza de toros de Cuenca, donde esa misma noche un todavía poco conocido Alejandro Sanz aterrizaba con la gira de su primer disco. De los tres datos que os he dado, el más improbable de volver a suceder no es que el cantante vuelva a cantar a una ciudad tan pequeña como la mía, porque él ahora llena estadios de Miami. Lo imposible de verdad es comprar una entrada para un evento en una taquilla, sin que falten por lo menos tres años para que se celebre. Lo hemos visto hace unos días con el anuncio de la gira de Dani Martín, el cantante de El canto del loco, que agotó en minutos las entradas para sus conciertos en el invierno de 2025. O la de la Taylor Swift, que arrasó con su venta de entradas para su 'Eras Tour' con dos años de antelación. De que la vida va a toda mecha ya no avisó Santa Justa Klan en Los Serrano. Pero no éramos conscientes de la velocidad de crucero que iba a coger a estas alturas del siglo XXI. Lo explicaba el otro día en una de sus columnas mi admirada compañera Rosa Palo, que comparaba esta organización a largo plazo de nuestro ocio y de nuestra propia vida con los planes quinquenales de la URSS. Yo, a diferencia de lo que le pasa a ella, para dormir tranquila no tengo que tener pensada la comida del día siguiente, sino la de toda la semana, que organizo y cocino meticulosamente gracias al 'batch cooking' del domingo por la tarde. Pero en 2025 ni siquiera sé si estaré viva, como para adelantar 200 euros en una entrada para cualquier cosa.
Y es que vivir se ha convertido en un estrés continuo. Mi organización estalinista de las semanas, en una agenda de papel, con boli borrable, es más que suficiente para alguien como yo, que necesita tener bajo control las cosas básicas. Me mueves un elemento de esa lista y me tengo que ir a pegar una lloradita al baño. Pero el verano me parece todavía lejano, porque no aparece en los dos meses de adelanto que el calendario de mi agenda me marca en cada hoja. Así que imaginad dos años vista.
Planificar a largo plazo es ya una constante en nuestras rutinas. Sin cita previa ya no se puede ir a ningún sitio. No se puede improvisar una comida o cena en casi ningún restaurante, ni reservar una mesa para el fin de semana si no lo haces el lunes de antes. Si se ha puesto de moda, la lista de espera supera los meses que te va a durar a ti el interés por ir. Tampoco se puede ir al médico a menos de dos semanas vista, porque para que te coincida con el momento en que realmente te has puesto enfermo tendrías que haber contactado con una pitonisa y adelantarte quince días a esas anginas que te ha dejado en cama, para pasar por el centro de salud con tu hora. Para la revisión del coche y la ITV, tres cuartos de lo mismo. O coges cita cuando sales con el vehículo nuevo del concesionario, o no hay citas para la ITV hasta el siglo que viene. Para quedar con tu grupo de amigos y que vayan todos, hay que presentar una instancia por escrito al menos tres semanas antes. Si no, las agendas están llenas, que tienen muchos eventos para los que habían reservado cuatro años antes.
Para elegir destino para las vacaciones de verano, ni hablamos. O lo decides el año de antes, o cuando quieras pillar el vuelo tienes que donar un órgano para poder hacer frente al precio del billete. Eso, o lo has decidido tanto tiempo antes que semanas antes de embarcar ha explotado un volcán, hay una crisis política o han puesto precio al visado. Para hacer una gestión burocrática, tres cuartos de lo mismo. O pillas hora en Hacienda antes incluso de conseguir un trabajo u olvídate de que alguien te ayude a hacer la declaración. Si lo que necesitas es el pasaporte, piensa ya en el viaje de dentro de dos años, porque las citas están imposibles. Eso, al menos, te lo llevas a casa en mano cuando te toca. Con otras cosas, hay que esperar unos meses más a que esté listo el papel o certificado. Para cortarte el pelo o hacerte las mechas, lo mejor es que vayas contactando ya con tu peluquería para la próxima vez, o que cojas la cita para dentro de cuatro meses cada vez que vas. Mejor salir de allí ya con sitio en la agenda de 2026 bajo el brazo, que el pelo es sagrado. Lo de pasar y decir si te cogen para el momento es de otra época. En concreto, del cretácico.
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Lo de la música es otro cantar. No sólo hay que comprar las entradas para festivales y conciertos con año y medio de antelación. Es que hay que gastarse un pastizal a ciegas en muchas ocasiones. Porque el evento de turno las pone más baratas si no te dice ni un grupo de los que estarán en el cartel, un año después. Según van desvelando los artistas, el precio sube, claro. A veces, no tienes ni capacidad para pensar, para parar el balón y mirar a largo plazo. Para filtrar si en mayo de 2029 tienes una comunión o le has puesto fecha a tu propia boda porque era el único sábado libre que quedaba en la masía que te gusta. Cuando por fin has decidido, en ese intervalo de tres minutos, que quieres ir al concierto, entrarás en una página web en la que harás cola virtual durante horas. Eso, si logras entrar en ese grupo de espera. Ahí rezarás todas las oraciones que aprendiste en el colegio de monjas y rogarás por un ticket de los que queden, que no bajará de 200 euros más 20 gastos de gestión por entrada. Una gestión, por cierto, que has hecho tú delante de un ordenador en medio de un ataque de ansiedad. Cuando llegue el día del evento, que no hace falta que sea una gira internacional para que tenga ese precio, estarás sentado en una butaca con visibilidad reducida o tan lejos que podrías confundir a tu ídolo con el telonero. Para entrar al estadio habrás tenido que hacer, de nuevo, una cola con horas de antelación.
Sólo con escribir todo esto, ya me he estresado. Demasiadas anticipaciones para alguien que hace terapia contra ellas. Estoy convencida de que con este sistema perverso habrá gente que tendrá la agenda vital llena hasta el 2026. Sin espacio para la improvisación. Pero, cuidado con este asunto. Que igual cuando llegue el concierto de la Taylor Swift de turno has cambiado de grupo de amigos, o has dejado a tu pareja o te ha dejado a ti. Eso, o algo peor. Igual vas y te pide matrimonio durante la turra de canción de Love Story, como hace medio estadio. Ahí, te aconsejo huir. No hay otra escapatoria. O improvisar, que para algunas cosas no está tan mal. Apúntalo en tu agenda, Hortelano.
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Esta semana, bastante he tenido con haber sacado tiempo para escribir esta carta, que en esta ciudad estamos en plenas Fallas y nuestra capacidad de movimiento está bastante limitada. Pero, aún así, he sacado un rato para encontrar algo con lo que impresionarte. Se lo he visto a Arianna Huffington y me ha parecido curiosísimo. Se trata de una cama para dejar «durmiendo» los dispositivos móviles de nuestra casa. Los teléfonos, las tablets, el reloj. Mientras están durmiendo recargan la batería. Ah, y el edredón es una gamuza para limpiar las pantallas. Aunque no te lo creas, está a la venta en Amazon.
Y por favor, hazme caso en algo y corre a comprar una entrada para ver Judith, la pieza de danza que Taiat Danza va a volver a representar en San Miguel de los Reyes. Os hablé de ella justo el año pasado por estas fechas, porque fui a verla y me quedé impresionadísima. Ahora la vuelven a hacer y las entradas van que vuelan. Se pueden comprar por entre 6 y 12 euros aquí. Id, por favor. Es una maravilla. Luego no digáis que no os avisé.
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La ficción cumple muchos objetivos y uno de ellos es la de unificar relatos. El 11M necesitaba de ello, teniendo en cuenta que la clase política y los medios de comunicación no lo han logrado en veinte años. Los hermanos Sánchez Cabezudo son autores de dos de las series españolas más interesantes estrenadas en los últimos años, 'Crematorio' y 'La zona', y han regresado para firmar el relato que necesitábamos sobre los atentados de Atocha. 'Nos vemos en otra vida' está ya disponible en Disney, consta de seis episodios. Comienza siendo un retrato de barrios, se convierte en un thriller intrigante en su ecuador y termina como un dignísimo drama judicial. Y en todos sus tramos es brillante. Está basada en una novela de Manuel Jabois y va a dar que hablar, entre otras cosas porque cuenta con dos de las actuaciones más brillantes vistas últimamente en una pantalla, las de Roberto Gutiérrez, que encarna a Gabriel Montoya, el único menor condenado en aquel suceso, y Pol López, como Emilio Trashorras, que fue quien se encargó de proporcionar la dinamita a los terroristas.
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