![#91 Lo del calor](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/07/13/carta90.jpg)
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Hola capturadores
No sé en tu casa, pero en la mía no se habla de otra cosa. Se comenta en la cola de la carnicería, en la sala de espera del médico, en las recurrentes conversaciones de ascensor y hasta en la farmacia, ya sin mascarilla. En las tiendas es monotema, en los telediarios ocupa minutos y minutos de escaleta y ha acabado por quitarnos el sueño casi cada noche. Cuando hablo por teléfono con mi tía Celia, el asunto monopoliza los minutos de conversación, porque como no vivimos en la misma ciudad, a veces tenemos situaciones muy distintas. Es el tema estrella del verano, y amenaza con serlo también del otoño y de las próximas primaveras. No sé tú, pero yo empiezo a estar acojonada. Me refiero a lo del calor.
El calor lo cubre todo. Hace tiempo que no hay lugar que escape a su peso. Porque el calor pesa. Cae a plomo sobre nuestras cabezas y sobre nuestros hombros y nos roba la energía. Lo hace de día, de noche, en laborables y en festivos. Ni siquiera nuestra casa, ese sitio en el que nos sentimos protegidos, nos lo evita. No hay refugio para este enemigo, más allá de cualquier lugar con el aire acondicionado a pleno rendimiento.
A mí la calorina no me deja vivir con normalidad. La tolero de día, pero no la soporto de noche. Igual porque he nacido y me he criado en una ciudad en la que el bochorno se iba con el sol. Con cada atardecer, el aire volvía a ser respirable y las puertas de las casas se convertían en oasis en los que charlar a la fresca. Las persianas y los juegos de sombras de cortinas, visillos y estores, eran aliados de los juegos de corrientes de nuestras madres y abuelas para hacer de nuestros pisos verdaderos corredores de frescor en los que poder dormir siestas con cada pedalada de Tour de Francia. Ahora, no hay persiana que resista al fuego que llega desde todas partes. Porque nuestras calles son ahora como una air fryer. Y no exagero. A veces, el aire es irrespirable. Así que aquí el que menos ha tenido que hacer algún tipo de reforma en casa para poder vivir y dormir.
Hace un par de veranos, cuando el calor era todavía calor y no fuego, una tarde de verano, mientras veíamos una película de esas alemanas, saltaron los plomos en casa. Después de revisar que no teníamos decenas de electrodomésticos encendidos, subimos el interruptor y seguimos con la peli. Pero volvió a saltar otras dos veces. El aparato de aire acondicionado estaba ardiendo en la terraza. Bomberos mediante, apagamos el incendio e iniciamos otro. El de instalar un nuevo aparato en plena ola de calor. Siendo lo más rápidos posible, la empresa que nos lo puso no pudo venir hasta finales de septiembre, porque se nos juntó su agenda con nuestro viaje de verano. Esos meses los pasamos como pudimos. Con un ventilador de urgencia y duchas de agua fresca antes de acostarnos. Lo nuestro fue algo accidental. Lo de muchas otras personas, que no puden hacer frente a la factura eléctrica, su día a día. Ahí el aire se refresca a golpe de abanico.
Pero, la cosa ha seguido con más reformas en casa. El año pasado instalamos un toldo en el balcón y nos pusimos un par de mosquiteras, para tratar de bajar un par de grados la temperarura de la casa y estirar al máximo las horas sin poner el aire. Este año, directamente, hemos claudicado y nos hemos sumado a la fiebre por los ventiladores de techo. Desde junio tenemos plantado uno encima de la cama. Las noches tropicales, esas en las que el termómetro no baja de 25 grados, no dejan otra opción que poner a funcionar las aspas. Por el día, como pasamos todas las horas en el trabajo, tomamos partido por distintos bandos en la guerra del aire acondicionado. Porque esa es otra, los que vienen en camisa y las que venimos en tirantes. O los que tienen el aparato lejos y necesitan que esté a bajo cero, o los que lo tenemos encima y nos tenemos que echar un echarpe para no acabar en las urgencias de las anginas.
Eso, los que tenemos sitios donde guarecernos del calor. Otros, tienen que pasarlo como pueden. Cada día lo hacen más en centros comerciales, en los que los pasillos son verdaderos oasis climáticos y donde no hace falta gastar ni un euro. Muchos han captado el mensaje y han instalado incluso zonas de descanso con decenas de cargadores para que quienes se refugian del aire caliente puedan recargar baterías mientras disfrutan del wi-fi gratis. La imagen es cada vez más común. Porque en la calle ya no se puede estar. Hay horas en las que por los barrios sólo se ven turistas. Yo, siempre que los veo, sudados y enrojecidos, pienso en lo arrepentidos que estarán de habernos elegido para pasar el verano. Porque yo también soy turista, y cada vez que estoy en la avenida de una ciudad, o en mitad de un monte, al que he subido a las tres de la tarde a 45 grados, pienso en lo temerario del asunto. Pero claro, si estás para recorrer 6.000 kilómetros, no te vas a poner exquisito a esa hora. Porque igual no vuelves. Pero en breve, pocos querrán hacer turismo en sitios en los que no se puede ni salir a la calle de noche. El sudeste asiático
Pero así están las cosas. Los que saben dicen que el verano más fresco ya lo hemos vivido. Una frase que acojona. Pero siempre podría ser peor y no tener el mar cerca. O estar en una mesa electoral.
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Marta
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