Hola capturadores
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El primer reproductor de vídeos VHS (el antecesor del DVD con el que los niños de los 80 veíamos las películas) entró en casa con una colección de cuentos que le compró mi madre a un visitador médico de esos que antes atosigaban a los sanitarios en sus puestos de trabajo. Con eso, jubilamos el Beta, con el que yo ya no podía reproducir ninguna peli de las que sacaba Disney, porque se había quedado desfasado. Pero, gracias al nuevo cacharro pude estrenar mi nueva colección de cintas. Lo recuerdo perfectamente. Se llamaba videocuentos infantiles, de Planeta Agostini, con títulos como Hansel y Gretel, Los músicos de Bremen, Jorinde y Joringel y una que me daba pánico: Barbazul.
Con la comunión recién tomada, vi esa peli por primera vez y me traumatizó. Un viudo rico con la barba azul, capa y sombrero, mataba a una de sus mujeres en el primer minuto de la peli, clavándole una espada, en medio de unas escaleras de su castillo. A mitad de cuento, se volvía a casar con una vecina, muchísimo más joven que él, llamada Josephine. En un momento dado, Barbazul se iba de viaje y le dejaba a su mujer las llaves de todas las habitaciones del palacio para que descubriera todas las riquezas que poseían. Podía abrir todas las puertas menos una, la del sótano, que jamás debía cruzar. Pero, por supuesto, en su tour por las habitaciones, entre joyas, monedas de oro y muebles caros, la joven abrió la única puerta que tenía vetada. Y dentro, encontró el horror: Barbazul tenía ahí, como un coleccionista, los cadáveres de todas sus anteriores mujeres, a las que había asesinado. A su vuelta, descubrió que Josephine le había desobedecido y la quiso pasar por la espada, como al resto. «Te pedí que no abrieras esa puerta. Ya sabes lo que te espera», le dijo. Aunque al final sus hermanos la salvaron. La moraleja del cuento la recuerdo perfectamente: nunca debes traicionar la confianza que alguien deposita en ti, porque es un sentimiento muy profundo que hay que respetar. ¡Toma ya!
Suerte que los tiempos han cambiado y las nuevas generaciones le hemos dado la vuelta al cuento. Y no es que sea una frase hecha. Que también. Es que es una realidad. El fin de semana pasado tuve la suerte de entrar en el castillo de Barbazul, pero esta vez junto a 80 mujeres bailarinas que representaban a Judith, la última mujer del asesino (Josephine en mi cuento). El cuento ahora se llama como ella y no como él. Pero, te lo explico mejor. La compañía valenciana de danza Taiat Dansa representó la semana pasada su última pieza, Judith, en el imponente monasterio de San Miguel de los Reyes (en su día una cárcel franquista). Un montaje espectacular por todo el espacio público en el que, además, los que tuvimos la suerte de asistir dejamos de ser meros espectadores para convertirnos en cómplices de las mujeres de Barbazul, encerradas en ese imponente castillo. Las acompañamos por todas las estancias que podían abrir con sus llaves, les sujetamos la mano para elegir cruzar o no las puertas más complejas y las apoyamos ante las atrocidades que iban encontrando por el castillo. Pura sororidad. Todo ello, en una maravillosa tarde de danza para la posteridad.
Eso, a nivel técnico. A nivel emocional, estar en San Miguel de los Reyes fue un viaje de los que yo siempre me pego cuando veo un montaje de Inma García y Meritxell Barberá (Inma y Meri), las directoras de Taiat. Y eso que no soy especialmente fan del contemporáneo. Pero con Judith me pasó como con 'El amor', que salí de allí con la piel sensible y con alguna lágrima de menos. Cuando el coro empezó a cantar, en la misma fachada del monasterio, iluminada de azul, con una luna llena difuminada con bruma, me metí dentrísimo de la obra, con los jadeos de las bailarinas, sus sombras y el sonido de sus pisadas. Desde ahí, acompañamos al ballet al interior del 'castillo', a la capilla, para ser más exactos. Lo hicimos acompañados de una nana igual de preciosa que de desgarradora. Y ahí, sentada en mi banco, viendo a esas mujeres despedirse de sus arrullos conecté con Judith. Como si se tratara de chamanismo. Ahí me metí en sus cuerpos. A partir de ese momento sufrí con esas mujeres y les ayudé a abrir todas las habitaciones del castillo. El vestuario, de (Estudio Savage) con ochentaitantas faldas de vuelo negro, jerseys de cuello alto del mismo color y medias y mediaspuntas negras, todavía cataliza más el asunto para darle a Judith un empujón hacia la libertad. Por momentos, la experiencia se volvió tan espectacular que tuve la sensación de estar en alguna ciudad europea de las que se toman en serio la danza. La ocupación del espacio público me pareció impresionante.
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A Judith (que en realidad eran 80 bailarinas) la acompañé por los dos claustros, por las terrazas, por la cripta y por las escaleras. Le dije que no tuviera miedo, que no estaba sola. Que se atreviera. Que fuera libre. Y la pude acompañar porque Meri e Inma decidieron tratar al espectador como a una persona inteligente. Que participa, que quiere tomar partido, que quiere ser parte de la sociedad y ayudar a resolver los problemas de manera conjunta. No negaré que en ocasiones sentí esa incertidumbre de Judith de no saber si la decisión que estás tomando es la adecuada, si merece la pena abrir esa puerta y ponerlo todo patas arriba para ser libre. O es mejor seguir aguantando. Pero siempre hay que ser valiente. Y desobedecer si la decisión lo requiere. Y ser curioso. Y avanzar. Y abrir esa puerta y salir del castillo. O ayudar a alguien a que lo haga. Judith lo hizo. Así que mirad si ha cambiado el cuento. O lo han cambiado. Y por si crees que exagero, aquí te dejo el Barbazul que yo veía de pequeña, que igual concluyes que me he quedado corta.
TRES COSAS
Raro: La semana pasada fui a comer a un sitio que me encantó. Además, me pasó una cosa 'rara', de esas que por desgracia ya no suceden demasiado: acertamos en todo lo que pedimos. Os cuento lo que fue por si queréis ir a tiro hecho. Alcachofas con meuniere, gyozas de longaniza, steak tartar con polenta, croquetas de carbonara, un brioche de cordero, un sandwich de pastrami (IMPRESIONANTE) y tarta de queso. Ah, se me olvidaba. El restaurante se llama RARO y está en el paseo de la Alameda 10 (Valencia).
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Buñuelos: Ahora que vienen Fallas, te voy a contar cuáles son mis buñuelos favoritos de Valencia. Eso sí, prepárate para hacer cola, aunque el ratito de espera lo merece. Están en la plaza del Doctor Collado y si tienes antojo fuera del calendario fallero, los hacen todo el año. Ah, y si eres celiaco, en el número 42 de la calle Jesús tienes tu paraíso churrero. Todo es sin gluten: buñuelos, churros y chocolate.
Colas: Aunque para colas las que se están montando desde hace semanas en Juliet, una pequeña cafetería con los mejores bollos de canela de la ciudad. Algún influencer ha debido ponerlo en Instagram y ahora es imposible poder pasar a comprar una cookie o un rollito sin hacer cola. Está en la calle Bonaire 22, por si tienes paciencia.
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CÍRCULO DE CAPTURADORES
Pensábais que nuestro recomendador de series había desaparecido de esta carta semanal. Y no os culpo, porque yo también. Pero Mikel labastida ha puesto fin a su excedencia como capturador y vuelve fuerte. Así que os dejo con la serie que quiere que veamos. A mí, me encanta.Cardo: Atresplayer ofrece este fin de semana el último episodio de 'Cardo ', una rareza en la producción española, que merece atención. Su estreno hace un par de años sorprendió por la capacidad de retratar el desconcierto con el que convive la generación nacida en los 90. Aunque la historia parecía estar cerrada, las guionistas (Ana Rujas y Claudia Costafreda) apostaron por una segunda temporada (la que ahora está en emisión) que va más allá y plantea lo complicado que resulta vivir con la culpa como compañera de viaje.
GAT-CHECKING: PERIODISMO DE GATOS
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Marta
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