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M. Hortelano
Viernes, 17 de mayo 2024, 15:42
Hola capturadores
Si hoy abres el buzón de tu casa puede que encuentres algún sobre cerrado, o varios, que languidecen entre cuatro paredes de metal. Pueden ser del banco, de la luz, del gas o del agua. También del ayuntamiento, de Hacienda, del taller del coche, de la ITV o de tráfico. De alguna cita médica o incluso para estar en una mesa electoral. Quizá de algo a lo que te suscribiste, o de alguna promoción que ni siquiera es para ti. Pero lo que seguro que no son, son cartas de amor. Ni siquiera de amistad. Ni de nadie contándote nada. Porque las cartas ya no se envían. Y no lo digo yo, que de vez en cuando aún recibo alguna. Es que Correos dice que el 80% de los españoles no envió ni recibió cartas o paquetes de particulares en el último año. Las cartas fueron, en su gran mayoría, de empresas de servicios de las que te mencionaba. Así que muchos han (hemos) dejado de abrir el buzón.
Dicen que la última carta de papel se enviará en este siglo. Lo hará alguien de mi generación, seguro. Pero yo me resisto a creer esto. Me rebelo contra esta tristeza. «Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro. Hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí», decía Piglia, un escritor argentino al que alguna vez he leído. Quizá me niego a perder esta costumbre porque las cartas que alguna vez alguien me envió son algunos de los mejores tesoros que conservo. Trozos de papel llenos de recuerdos, de emociones. Testigos de un vínculo de alguien que tuvo, tiene o tendrá presencia en tu vida.
La verdad es que hace tiempo que no recibo una. Quizá porque el buzón de mi casa ni siquiera lleva mi nombre ni ningún dato personal que pueda dar una pista de quién vive en ese número. Quizá porque nos hemos vuelto desconfiados con nuestros datos personales. Pero lo cierto es que me tiro semanas sin abrir el buzón. No hay nada bueno que encontrarse. Todo lo contrario, sólo sustos.
Si echo la vista atrás, a ese pasado que nunca fue mejor, aunque lo miremos con el filtro de la nostalgia, veo cartas de cambiar, en papeles perfumados, que intercambiaba con otras niñas en el patio del colegio, durante los recreos. Veo cartas clandestinas, en forma de nota, que nos pasábamos durante las clases de casi todas las asignaturas. Veo mis primeras cartas con mi primer amor, con Sergio. Mi primer novio y una de las personas a las que más cariño guardo del mundo (si me lee su mujer, Marian, que no me lo tenga en cuenta. Les mando un beso a los dos desde aquí). Nos las enviábamos cuando vivíamos nuestro amor adolescente desde Cuenca y Madrid, donde él cumplía su sueño de jugar al fútbol. Veo también cartas con buenas noticias, como las de la admisión en la universidad. O cartas enviadas al extranjero, durante mi etapa en Liverpool, cuando mi abuelo me mandaba los programas de las ferias de verano que me estaba perdiendo. Veo cartas de capturadores, que me han hecho llegar su cariño al periódico durante estos tres años, con su mejor letra. Veo la primera que me envió Gorka, por mi cumpleaños. Y sobre todo, veo cartas que me dejó mi madre sin saber que iban a ser las últimas. Cartas en las que me decía cosas que hoy son valiosas. Consejos que no me iba a poder dar. Agradecimientos que nunca me pudo hacer. O sentimientos que no me pudo compartir. Cartas manuscritas que encontré durante un tiempo en el que aparecieron en cajas de la mudanza. Cartas que son finitas. De las que no habrá más. Pero a las que acudo siempre que necesito un abrazo.
En parte, por eso creo que yo misma escribo estas cartas ya desde hace tres años. Para contarle a ella las cosas que ya no puedo contarle. Lo hago a través de ti, del frío buzón de tu bandeja de entrada. Para que algo de lo que yo quiero contar, quede en ti. Para que tú, a tu vez, también puedas contarlo y, con eso, amplificar lo que yo en realidad quiero contarle a ella. Entre las cosas que quiero contarle en mis cartas está siempre la idea de que lo he conseguido. De que estoy aquí. De que no ha sido fácil. De que no lo es. Pero yo siempre intento estar aquí. De que sigo viendo la vida con unas gafas de curiosidad. De que sigo pensando que las cosas que no se cuentan casi no existen. No pasan. De que no hay historia absurda. Todas, siempre, están en los detalles. Que hay gente mala a mi alrededor, pero la buena les gana. Que hay cosas que ya no son como antes, pero en el fondo son mejores. Que tengo una familia nueva, que hace más grande la que siempre ha estado. Y que estoy haciendo todo lo posible para no morirme antes de tiempo como le pasó a ella. Ya sabes, pasando la ITV.
Esta semana se cumplen tres años desde que envío estas cartas cada viernes. Lo hago a través del mail, claro, porque de otro modo sería imposible. Al fin y al cabo, dicen que la bandeja de entrada es el nuevo buzón. Donde queremos que nos manden las cosas de leer. El resto, las buscamos solos. En realidad, me gustaría escribirlas a mano. Porque yo todavía escribo todo lo importante a mano. Y si no, me lo imprimo. Por eso sigo guardando cosas en papeles. En libretas. En notas. Como una especie de prueba física de que las cosas han sucedido.
Por eso, en este tercer cumpleaños de esta carta quiero rendir homenaje a todas esas cartas. Las que alguien ha escrito pensando en esa otra persona. En uno de nosotros. Y por eso, os pedí que iniciáramos una cadena de cartas o postales escritas a mano. Como las que yo envío desde cada uno de los países que visito a un diminuto grupo de personas a las que quiero. Esas cartas, las que tú o yo enviemos, contarán una historia. Y ya sabes que no hay historia pequeña. Sólo las que no se cuentan. Si te apetece que al abrir tu buzón haya un sobre de alguien que te quiere contar la suya, aún puedes apuntarte hasta que termine el día de hoy. Sólo tienes que enviarme un mail a marta.hortelano@lasprovincias.es y decirme que quieres participar en la cadena de cartas. Yo te asignaré a un destinatario y alguien te escribirá a ti. Que el lunes nos ponemos en marcha para escribirlas y enviarlas, porque han participado muchísimas personas. Así que a todas ellas. A ti, si eres una, gracias por seguirme en esta aventura de contar historias. Tengo la certeza de que algún día seremos un buen recuerdo para alguien.
Como te decía, esta semana se han cumplido tres años desde la primera vez que envié una carta de Captura de pantalla. Puede que seas suscriptor y te las hayas leído (casi) todas. O puede que alguien te haya reenviado este mail y te haya gustado lo que lees. Pues en cualquier caso, esta es tu casa. Aquí contamos las historias que suceden a nuestro alrededor, protagonizadas por personajes que a todos nos resultan familiares. Tanto, que forman parte ya de tu imaginario. O eso espero. Incluidos los verdaderos comentaristas de esa actualidad: los gatos. En estos tres años ha habido casi de todo. Como en la vida. Cosas que nos suceden a todos, cambiando los escenarios y los nombres de los protagonistas.
Así que quiero saber cuánto sabes de la vida que contamos en Captura de pantalla, cada semana, con este test con el que celebramos ese tercer cumpleaños y ponemos a prueba tus conocimientos del universo capturador. Lo puedes hacer aquí. Ojo con la nota que sacas.
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Gracias por leerme
Marta
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