![#88 La casualidad de mi vida](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/06/19/carta88.jpg)
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Hola capturadores
Estaba convencida de que 2011 iba a ser mi año. Los años pares se me dan fatal. Me traen desgracias. La teoría no tiene más base que el hecho de que casi todas las personas importantes de mi vida que han muerto lo han hecho en año par. Lo hizo mi padre en el 84, mi madre en el 98 y mi abuelo Federico en el 2012. Ese año también murió mi suegro. Y Whitney Houston. Luego, en 2020 hubo una pandemia mundial. Así que mi método científico estaba más que comprobado. Por eso, cuando Anne Igartiburu daba la entrada a un año impar en las Campanadas, yo siempre respiraba aliviada. Con el tiempo, mi teoría dejó de funcionar y las cosas pasaron de pedir permiso a las matemáticas para ponerse feas.
Pero el 6 de abril de 2011 fue el mejor día de todos estos años. Esa es la verdad. Ese día volví al trabajo tras unos años en el extranjero. Casi todo estaba igual que cuando me fui, un par de años antes. Los mismos compañeros, algunos con más canas, con no muchos más hijos, y con algún que otro quebradero de cabeza más. Me volví a mudar a Valencia, donde ya había estado viviendo durante todos mis años de universidad y los primeros de trabajo, y ese 6 de abril me volví a sentar en mi misma mesa. Pero ese día lo conocí a él. Había llegado al periódico unos meses antes, desde otro medio, de otra comunidad. Tenía el pelo rizado, revuelto.
Cuando trato de pensar en el primer recuerdo que tengo de él, lo veo con una camiseta a rayas color naranja y gris. Tímido. Casi vergonzoso. También es cierto que nadie nos presentó. A mí todos en la redacción me conocían. Él no sabía ni que yo existía. Así que dimos por hecho que ambos éramos compañeros y nos tratamos lo justo. Nos fuimos conociendo por mensaje y desde unos meses después, en julio de ese mismo año, no volvimos a separarnos. En el sentido más físico de la expresión. Ese verano viajamos a Londres y pasamos las navidades separados. No era aún momento de meternos en casa.
Con esas uvas entramos en año par y conocimos enseguida a nuestras familias, por si las moscas. Mi dichosa teoría. Ese año, a principios de verano, mi abuelo Federico se puso enfermo y murió en Cuenca. Ese año, al final del verano, su padre murió de un ictus en Pamplona. Y ese 2012 yo le dije que me quería casar. Que necesitaba tener mi propia familia porque en mi libro estaban ya todos borrados. Que quería celebrar algo bueno con los que estábamos vivos. Yo había conocido a su padre, Arturo. Él a mi abuelo, Federico. Y no quería compartir mi vida con nadie que no hubiera formado parte de esas familias.
En febrero de 2013 firmamos los papeles, sólo con la familia con la que cenábamos en Nochebuena. Lo hicimos en Valencia, la ciudad en la que nos conocimos. Y comimos paella y bebimos vino blanco. Ese día de invierno, de tardes cortas y luz preciosa, él me apretó fuerte la mano. Y me acompañó en un camino que dura ya doce años. Desde ese día, me ha sostenido siempre. Ha celebrado mis éxitos y me ha animado en mis disgustos. Ha defendido mis locuras y me ha acompañado en mis cabezonerías. Sin ningún reproche. Me ha dejado elegir el vino en los restaurantes sin tener ni puta idea, ha dejado de comer cosas que le gustan porque a mí me dan angustia y ha ido a conciertos de grupos que no escucharía ni aunque la radio sólo tuviera una emisora, sólo por acompañarme. Ha viajado a una playa en Indonesia (de la que no era posible ir y volver en el día) aunque se quema con sacar el brazo por la ventanilla del coche. Y ha matado monstruos por mí (o qué era si no aquella cucaracha que intentó entrar por la puerta de casa). Me acompaña siempre al médico porque sabe que le tengo pánico a cualquier diagnóstico. Me ayuda a tomar decisiones importantes sin marcarme el camino de antemano. Me ha hecho los mejores regalos de cumpleaños del mundo y me ha enviado flores sin motivo.
Una vez leí que envejecer consiste en encontrar a alguien con quién poder estar callado y con quién disfrutar de la mera compañía. Y que eso funcione, que no suponga un coma en la relación. Con él puedo hacer eso, pero también hablar sin parar mientras me escucha (porque me escucha, que lo sé). Y reírnos de cosas absurdas que son nuestras cosas. Y que a nadie más le hacen gracia, por eso, porque son nuestras cosas. Y acurrucarme en su hombro y quedarme dormida, aunque a él se le duerma un brazo (no te enrosques, que luego te quedas, me dice a veces). A él le he escrito hoy esta carta para decirle gracias por estar. Para no dar nada por hecho. Os recomiendo practicarlo.
Y yo, no hay un solo día en que no lo mire, sentado en el sofá, sin hacer nada especial, y no me sienta una privilegiada por habernos encontrado. En que no sienta amor. En que no sienta admiración. En que no sienta que todos los años pares han valido la pena por uno solo impar. Porque eso es él para mí. Un refugio. La persona a la que quiero. La persona que me quiere. A la que quiere mi familia y a la que quieren mis amigos. La persona que me sostiene cuando vienen mal dadas. La persona que me sabe ver y querer como soy. Él es mi familia. En año par e impar. A la mierda con mi teoría.
Porque en los años pares también pasan cosas buenas. En el 98, por ejemplo, el mismo en que murió mi madre, conocí a Otto y a Ana, los protagonistas de mi peli favorita, Los amantes del círculo polar, a la que siempre vuelvo buscando la belleza. Y respuestas. Y sobre todo, casualidades. Lo hago cuando estoy triste, como ahora. Y pienso que encontrarlo a él fue la más grande. La casualidad de mi vida, como la que buscaba Ana en esos días de Sol de medianoche.
Dice Otto el piloto que es bueno que las vidas tengan varios círculos. La mía, la nuestra, sólo ha dado la vuelta una vez. Pero, si se pone del revés, como a veces parece que está a punto de suceder, sé que en esa segunda vuelta, él también estará conmigo. Decía su padre (el de Otto), que todo caduca con el tiempo. También el amor. Como la gasolina, que si te olvidas de echarla, el coche te dejará tirado. Pero yo pienso como Otto. «Yo te voy a querer siempre. Y si se acaba la gasolina, me muero».
Y yo a él, a ti, te voy a querer siempre. La gasolina, además, tiene los días contados, que contamina.
Estas son las tres cosas que he descubierto esta semana y creo que te pueden servir de utilidad.
-A veces me doy cuenta de que cosas que yo uso sin parar, algunas otras personas no las conocen. Me pasó el otro día al ir a buscar una peli en Justwatch. Una web que yo uso muchísimo y la otra persona no conocía. Es sencillo. Entras, le pones el nombre de la película o serie que quieres ver y te dice en qué plataforma está en catálogo. Incluso si es gratis, de alquiler o si está en más de una. Vamos, yo la uso casi a diario.
-Otra de las cosas que descubrí hace poco y me parece muy útil para una amante de las flores y las plantas como yo es que si tienes un Iphone, al hacer una foto de un paisaje o de una maceta, la propia foto te dice qué planta es. Creo que también funciona con monumentos o puntos de interés. Para saberlo, abres la foto en la galería, le pinchas al icono que aparece abajo con una «i» en un circulito y te ofrece información sobre lo que aparece en la foto. Me parece la mejor utilidad reciente del teléfono.
-Y una última cosa a la que me he enganchado: a Geoguesser. Una aplicación en la que con una imagen sacada de google street view tienes que adivinar dónde estás. No sé, a mí me parece entretenidísimo, porque a veces te vuelves loca buscando pistas en escaparates de tienda o en cosas super pequeñas.
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Gracias por leerme
Marta
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