Hola capturadores
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La noche antes de mi Comunión no pegué ojo. Algo tuvo que ver que mi madre, La Mariví, y mi tía Celia contuberniaran con mi abuela Ascensión para sacarme de la habitación de las dos camitas, en la que siempre dormía con la Mariví, y me obligaran a pasar la noche en la que era conocida como 'la habitación de la Chica', siendo la chica yo, y en la que jamás de los jamases me puse en horizontal para contar ovejitas. Por si el cambio fuera poco, yo que extraño mucho mi colchón y en los hoteles siempre duermo en el mismo lado de la cama en el que lo hago en casa, el trío calavera de madre e hijas me tenía preparadas más sorpresas.
Esa noche tuve que dormir con un camisón blanco, confeccionado en no sé qué tela que picaba, y en unas sábanas que la Celia había bordado y rematado a ganchillo. Me pusieron una muda especial y me metieron al sobre metida de blanco, como si me estuvieran amortajando. Así lo recuerdo yo. Era una noche importante para una familia católica, pero no mucho. La chica iba a recibir la Comunión a la mañana siguiente y para ellas era algo así como guardarme intacta la noche de antes de mi boda. Así que me cerraron la puerta, me bajaron la persiana y me mandaron a dormir, allí en el cuarto de la chica, para que no me diera tiempo a pecar.
Horas antes había ido a la parroquia, con mis compañeros de la catequesis, a contarle los pecadillos al cura. Creo que a mí me tocó Don Ricardo. Me imagino que le debí decir lo de siempre. Que había mentido en algo, que había contestado mal a mi madre y que igual había visto alguna foto guarra sin querer en alguno de los Interviu que mi madre escondía en la bolsa del trabajo. Eso, y alguna palabrotilla. Pero Don Ricardo me intercambió el perdón por una buena retahíla de oraciones. Un variado de padresnuestros y avemarías y rapidito al sobre, que al domingo por la mañana había que llegar impoluto. Sin posibilidad de decir un joder o un no me da la gana. Por eso me acostaron rápido. Para evitar peligros tontos.
A la mañana siguiente me volvieron a venir a despertar La Celia, La Mariví y la abuela Ascensión, con una nueva prenda: una bata blanca, accesorio del camisón, y unas zapatillas de estar por casa estrenadas para pisar por primera vez el suelo de baldosas santas. No recuerdo si me dejaron desayunar, porque enseguida pasé a manos de mi madre, que me enseñó en la mano el cepillo del rulo del secador como quien te muestra un rodillo de cocina con el que te va a pegar un golpe. Y me hizo un gesto con la cabeza: Hale, pasa a la silla del cuarto de estar, que te voy a meter las puntas para adentro. Yo, por aquel entonces llevaba pelo comunión. Ese corte bob, liso y pulido, que llevábamos las niñas a las que nuestras madres no vestían de princesas. Las otras llevaban tirabuzones, perlas, flores y hasta moños. Yo el pelo con las puntas para adentro y una diadema blanca de la tela del vestido, y arreando.
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Una vez hecho el brushing (que es como se llama a secar el pelo sin más), pasé al salón y allí, ya empezó la ceremonia. La Celia, La Mariví y mi abuela me quitaron la bata y las zapatillas. Me pusieron unas bragas nuevas y una camiseta de ganchillo y unos calcetines nuevos de perlé. Allí, colgando sobre la lámpara de cristales de un salón que no usábamos más que en Navidad, estaba él. Como un jamón curándose. Allí estaba mi vestido de comunianta. Con sus jaretas, su cancán y su apresto. Y ni una concesión a lazos, flores, brillos o cualquier otra cosa que me hubiera gustado llevar a los 8 años. Mi vestido, como decían las vecinas y las tías que desfilaron por mi salón, conmigo en bragas de ganchillo, era un vestido de comunión de verdad. De los de siempre.
El traje en cuestión me lo compró mi abuela Ascensión, pagado a tocateja en la tienda Helena, enfrente del cine Xucar. Allí me subieron encima de un mostrador y me pusieron el que mi madre eligió y mi abuela estuvo dispuesta a pagar. A mí me parecía un aburrimiento. Pero no peleé. Yo quería celebrar mi Comunión.
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Así que de vuelta a la mañana de ese 13 de junio de hace ahora justo 30 años, me metieron el vestido po la cabeza, me apretaron un cancán, y me calzaron unos zapatos blancos que eran lo que más me gustaba del atuendo. Para acabar de rematarme, La Celia sacó la medalla de la Virgen que había amochado ella para que la estrenara ese día, y mi madre unos pendientes y un anillo de brillantitos con los que me acabaron de dar el certificado de comunianta.
A esa hora, mi casa era ya el Gran Bazar. Por allí pasaron vecinos, familiares, conocidos y amigos. En uno de los sofás de mi casa había cartones de tabaco (para repartir en el convite), cestas con florecitas de porcelana, regalos para niños y decenas de bolsas de chucherías. Cualquier fallo de logística habría sido terrorífico. ¿Y si mi abuelo Federico se hubiera olvidado de los recordatorios?, esas estampitas que dejaban fe del día que había comulgado. ¿ Y si mi madre, que se maquilló la cara del color de Whitney Houston, se hubiera olvidado los regalos para las tías?
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Pero, aún así, llegamos a la Iglesia. Que no era la mía, la de la placeta de mi casa. Es que yo tomé la Comunión en la capilla de mi cole de monjas, con los niños de mi clase. Y me la dio Don Dimas, un amigo de la familia. Al llegar allí, todos estábamos espídicos. Felices. Era nuestro día. Íbamos a probar la ostia. A hacernos mayores! A hacer una comilona todos juntos. Eso era antes hacer la Comunión. No ir a Eurodisney. Porque en mi año ni existía. Mi mejor regalo de Comunión fue una bici Orbea de montaña verde turquesa, la primera en Cuenca que tuvo barra de chica. O la tarta que me pusieron para comer con mis amigos en la fiesta. Pasar un día todos juntos.
Hace poco, descubrí en mi casa, en la estantería en la que guardo cosas importantes, el album de firmas de ese día. Y me emocioné mucho al abrirlo. Era la representación gráfica, junto a un buen puñado de fotos, de que un 13 de junio de 1993 me sentí la niña más querida del mundo. Ahora, justo 30 años después, me hace ver que lo que pensaban entonces de mí no dista mucho de lo que yo intento reflejar. Vayamos por partes.
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Mi prima Gloria, una de las actrices principales de Captura de pantalla, ya mostró su afición por las artes. «Recordando recordarás, una prima que nunca te olvidará. A La Marimar, la hija de La Celia, se le fue un poco más la mano con la epicidad. No debía saber la de días que después íbamos a pasar juntas, bajo el mismo techo. «Para que tu comunión sea inolvidable y recuerdes este día como un día muy especial. El más especial e importante de tu vida». No estuvo mal, Marimar, pero hemos tenido algunos más parecidos.
Para mi tío Pepe, el padre de Gloriprima, siempre fui movida. Así lo dejó por escrito. «Para este torbellino de sobrina el día de su comunión». Las dedicatorias arrojaban mis primeros fans. «Con mucho cariño de tu mejor amiga Patricia», o «Quiero bailar sevillanas contigo y te quiero mucho». Los vecinos me dejaron claro que se enteraban de lo mucho que practicaba ballet en casa. «A la mejor bailaora de sevillanas de la escalera», o «para nuestra vecina más bailarina».
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Y entre todas esas, dos que me llegan al alma.
«Para Marta, con todo el cariño de su abuelo que la quiere mucho». Federico Rubio. No se puede decir más con menos.
«Para mi hija preferida, con todo el amor que tengo por ella y muchas muchas coss más. Te quiero. Tu madre»
Alguien a quien también quería mucho y que tampoco está y conmigo me propuso un reto bastante complicado. Lo escribió la «tía» Mari Carmen Nieto. «Para que siempre seas tan feliz como hoy».
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Y a todos ellos me gustaría decirles hoy que estoy en ese camino. No sigo con el ballet, pero voy bastante a ver danza. No hay un vestido colgado de una lámpara, al menos para tomar la Comunión. Pero tengo una modelito listo para irme mañana con Bego, Pilarín, Nacho, Pepe y Gorka a comer juntos. A misa, seguí yendo una buena temporada, e incluso me Confirmé. Las ostias, las sigo recibiendo casi a diario. Pero cada día las encajo mejor. Sigo durmiendo en el mismo lado de la cama, pero ahora con alguien que me abraza cuando tengo miedo. Y alguna palabrota se me sigue escapando, pero ahora como penitencia en vez de rezar un Ave María, me pongo en Spotify la de Bisbal. Para purgarse. Ahora los niños y niñas quieren hacer la Comunión para ir a Eurodisney. Como si hiciera falta. Yo sólo la volvería a hacer para que las personas de entonces me volvieran a escribir cuánto me querían en boli azul imborrable. Para ser siempre tan feliz como aquel día.
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