Cuando uno piensa en bordar, automáticamente le viene a la cabeza la imagen de una mujer de edad avanzada, sentada en un sillón orejero, frente a una ventana o una lamparita, con las gafas de vista retiradas. Ese es el estereotipo al que hasta ahora nos transportaba el mundo del bordado, del punto y de la costura en general. Sin embargo, la imagen no puede ser más equivocada en la actualidad, porque el mundo de los hilos ha dado un salto generacional y se ha convertido ya en una de las disciplinas más practicadas por jóvenes y no tan jóvenes. Coser ya no es cosa de abuelas, o al menos sólo de ellas, como bien demuestran los numerosos cursos y tutoriales para aprender a hacer punto de cruz, bordar, o hacer punch needle que llenan internet en nuestro tiempo. Pero también de artistas y diseñadores que han hecho de la aguja y el dedal los instrumentos de su arte más contemporáneo y rompedor, a base de puntadas. Y ahí la Comunitat Valenciana es cantera de algunas de las bordadoras que más destacan en el panorama actual.
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Que se lo digan si no a Raquel Rodrigo, alma mater de Arquicostura. Desde que en 2011, hace ahora justo diez años, decidiera sacar al escaparate de una mercería el alma de sus estanterías, llenas de hilos y agujas, dentro de un festival de interiorismo de una conocida revista, no ha parado de trabajar. De hecho, una de las fachadas más fotografiadas de Valencia y más compartidas en el instagram de miles de turistas, en la plaza Lope de Vega, en pleno barrio del Carmen, lleva su firma. Suyas son las rosas en punto de cruz que adornan parte de un pequeño edificio, pero también numerosas intervenciones dentro y fuera de la Comunitat. Curiosamente, a Arquicostura no la llevó la costura, disciplina que había aprendido de pequeña con su madre, sino el arte y el diseño, mundos de los que viene. Pero, con cordones de rayón y tela metálica reproduce los típicos trapos de labor a gran escala, con diseños contemporáneos.
Licenciada en Bellas Artes y con un master en Interiorismo, a Raquel le gusta jugar con los espacios, en los que ha diseñado numerosas escenografías de teatro y decoración. Empezó bordando sola, con su padre como becario, y ha acabado formando equipos de más de 50 personas para una sola intervención, como la que llevó a cabo en 2019 en Arabia Saudí. Allí se dio cuenta de que lo que llevaba años haciendo la había colocado junto a artistas que admiraba, como Edoardo Tresoldi, con el que coincidió en el proyecto del país árabe.
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Hoy en día trabaja para restaurantes, tanto en interiores como fachadas, en intervenciones de edificios públicos y museos y para algunos particulares que quieren llevar su particular punto de cruz a sus hogares. Cuando hablamos, acaba de llegar de México, donde ha dejado una obra en Guadalajara, y ya está haciendo las maletas para presentar otra instalación en Ibiza. Artista ya consagrada en la Comunitat, no deja de reinventarse para emprender nuevas líneas de diseño en las que cada vez pesa más la arquitectura, aunque siempre desde la costura. O desde el relieve textil, como define su técnica. Un estilo que, durante el confinamiento, cuestionó y revisó, para llegar al punto de partida inicial, por el que se la conoce y por el que tanto se la valora.
Uno de sus últimos proyectos ha sido la intervención en un restaurante italiano de Madrid, después de que su propietaria viera uno de sus diseños sin conocerla y meses después, acabara sabiendo que era de Arquicostura gracias a las fotos de una amiga. Ahí es donde la creatividad de Raquel entra en escena. Pregunta, quiere saber las historias detrás de cada proyecto, conocer el espacio y crear una pieza única para cada lugar. Así nos lo cuenta, rodeada de plantas de albahaca, que ha estado cuidando y observando durante semanas para incluirlas en el diseño del restaurante, repleto de tomates y plantas. Unos diseños que ella hace desde cero, echando mano de la técnica del collage y pixelando las imágenes para crear su propia plantilla de punto. Y así, lejos de los diseños más kitsch a los que nos tenía acostumbrados el punto de cruz, Raquel se ha hecho un nombre en el mundo de la costura, sin mecedora ni agujas de punto.
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Maite Canet se define a sí misma como bordadora creativa, pero deja claro enseguida que a lo que ella se dedica es al diseño gráfico, desde la dirección de arte de una productora valenciana. Sin embargo, casi todas las fotos de su muro de Instagram son letras bordadas. Tipografías, pero también letras de canciones. O hilos musicales, como le gusta llamar a sus piezas. Todavía le cuesta creerse que lo que sale de sus manos interés más allá de amigos y conocidos, pero lo cierto es que ha ilustrado ya con hilos numerosas publicaciones, campañas y portadas de revistas. Sus bordados cuelgan ya de las paredes de algunas casas ilustres y lo que comenzó como una manera de evadirse y relajarse, ha acabado convirtiéndose en una vía de creatividad más en su día a día.
Pero, a Maite lo suyo le viene de familia, aunque ha tardado años en llegar a esa conclusión. Paquita, su abuela, Teresa, su madre, y ahora, ella. Su madre es bordadora con máquina, pero Maite le tiene un poco de celo al movimiento de la aguja si no la maneja ella. Un día, hace unos años, se apuntó a un curso de creatividad impartido por la publicista y ceramista Ana Illueca y aprendió que los trabajos con las manos son una de las puertas de entrada a la desconexión.
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Así que desempolvó el costurero que ya había utilizado alguna vez para hacer punto de cruz y rescató alguno de los hilos. Pero, le dio una vuelta a los diseños de esta disciplina, casi siempre instalados en el mundo de lo costumbrista. Con un par de cursos online, la ayuda de su madre y mucha práctica, ahora no sólo borda, sino que diseña todo lo que sale de su aguja. Desde letras de canciones en tipografías modernas con relieve, a los suelos de baldosa hidráulica de su casa. De una técnica viejuna, a una de las cuentas más trendy de la red (@mai_kilo). Maite trabaja siempre por encargo, porque personaliza al máximo los diseños y se toma su tiempo para que queden al nivel de perfección que ella considera estándar. «Si tengo que deshacer el trabajo entero porque no me convence, no tengo problema». Su espacio de trabajo es siempre su casa, pero más por timidez que por inspiración. Para ella, la costura ha sido una vía de relajación en el frenético mundo de la publicidad, en la que sólo están ella y su aguja. A veces incluso una mágica con la que hace punch needle. «Es como yoga pero sólo moviendo las manos», bromea.
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