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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
Mi madre, a la izquierda. Yo, a la derecha. M. H.
Cumplir 40

Cumplir 40

M. Hortelano

Valencia

Jueves, 8 de agosto 2024

Hola capturadores

Esta semana he cumplido 40 años. Los mismos que tenía mi madre cuando murió. Un número redondo que para muchos puede abrir la puerta a muchas crisis distintas por el simbolismo de la nueva edad. Por cómo nos hemos imaginado los 40 cuando teníamos 15. O 20. O 30 años. Pero para mí ha sido liberador. Un momento para el que llevaba 26 años preparándome.

El día que mi madre cumplió 40 años era jueves. Yo acababa de llegar del colegio, a eso de las cinco y pico de la tarde, y le había comprado un regalo. La cifra me tenía algo impactada, porque me daba la sensación de que mi madre se estaba haciendo muy mayor. Esa tontería que te da tener 13 años y ver la vida adulta desde demasiado lejos. Al entrar en casa, ella me estaba esperando en el salón. Un lugar en el que nunca vivíamos, porque la vida en mi casa se hacía en el cuarto de estar. El salón se reservaba para recibir a las visitas o para celebrar la Navidad. Pero ese 22 de enero de 1998 mi madre me sentó en esos sofás suavísimos de color marrón y rosa. Al principio me enfurruñé un poco, porque tenía ansia por que abriera los guantes y la bufanda que le había conseguido comprar con el dinero que me habían dado mis abuelos. Justo el día en que mi madre cumplió 40 años me contó que tenía cáncer. De todo lo que me dijo después, para tranquilizarme, no escuché nada. Tus oídos te bloquean automáticamente toda la información que conlleva una mala noticia y te dejan aislado en un instante. Lo he vuelto a vivir más veces después. Aunque no con tanta nitidez. Ese día era invierno. Como lo volvió a ser cuando mi madre, doce meses después, murió en plena Navidad. Esos 40 años fueron los últimos que celebramos.

El día de mi 40 cumpleaños M. H.

Esta vez, la que ha cumplido 40 años he sido yo. Una cifra con la que llevaba fantaseando todos estos años. Siempre he querido sobrevivir a mi madre. Romper esa maldición que se me había metido en la cabeza. Como destrozar un muro de ladrillos. Un destino inexpugnable como lo es la gravedad al suelo. Un hecho cierto. En los últimos años se me había acentuado la ansiedad. El temor a seguir el mismo camino que mi madre. No me lo la han puesto demasiado fácil algunas de las últimas revisiones, en las que siempre había algo más que mirar. Algo más de lo que preocuparse. Pero este último año todo se ha puesto en su sitio. También mi cabeza. De eso se ha encargado Sara, mi psicóloga. Del resto, el trabajo ha sido en equipo, en casa, con Gorka y con un grupo reducidísimo de personas que siempre me han sostenido, cada una a su manera.

Pero, el otro día cumplí 40 años. Y me sentí plena. Fui muy feliz. Había imaginado ese instante como un momento sanador. De gran alivio. Y así lo sentí. Me había preparado para vivirlo como una gran liberación. Y con algo de incertidumbre. Porque también lo veía como la puerta de entrada a algo desconocido. A unos años para los que no tengo la referencia que te dan los consejos de tu madre. Transitar por lo que ella no ha transitado. Y ese día, además, me puse en su lugar. Un sitio en el que jamás había estado, por mucho que lo hubiera imaginado. Y sentí mucha tristeza de pensar en cómo un día ella dejó de estar viva a la misma edad en la que yo tengo ahora. En todo lo que sufrió. En cómo contarle a tu hija que te mueres tan joven. En cómo asumir que la dejas sola.

Mi madre me dejó algunas cosas escritas a las que vuelvo siempre que necesito respuestas. Aún busco entre papeles a ver si me he dejado alguna inédita. Escribió que tenía miedo. «¿Cuánto tiempo podré vivir? Sólo piensas en que alguien te lo diga. Pero, no. Nunca obtienes la respuesta«, apuntó en un pequeño diario, donde también habló de la idea de morir.

La carbonara del día de mi cumple M. H.

Así que el día de mi cumpleaños yo pensé mucho en todo lo que se ha perdido. En toda la vida que no ha vivido. Justo ahora en que yo me siento en el momento más pleno de mi vida. Con todo por hacer, en las mejores circunstancias. Con las mejores herramientas. Con la mayor libertad. Y para el día de mi 40 cumpleaños me compré un vestido nuevo de flores porque quería estrenar algo bonito. Tuve el día libre y fui a comprar las cosas que necesitaba para preparar una comida rica en casa. Hice pasta carbonara de verdad, con guanciale y pecorino. Y abrí una botella de champán que un año antes me había regalado mi amiga Paloma. Una combinación infalible si me preguntas. Y comí tarta de limón, mi favorita. Abrí cuarenta regalos. Me acurruqué en el hombro de Gorka. Y di gracias por estar en el momento exacto en el que estoy. Siendo consciente de que llegar no ha sido fácil. Pero que lo mejor está siempre por llegar. Siempre. Y me puse unos pendientes de mi madre. Unos que le regalé yo hace mil años. Y entonces sentí que todo estaba en su sitio. Y que, por fin, yo ya tengo 40 años. Qué cosas.

Esta es la última carta de Captura de pantalla que te llegará por el momento, porque voy a empezar mi mes de vacaciones y estaré muy ocupada viviendo la vida. Lo que traiga septiembre sólo septiembre lo sabe. Hasta entonces, feliz verano y gracias por haberme acompañado. Si yo también te he acompañado a ti, habrá merecido la pena.

Nos vemos pronto

Gat-checking: periodismo de gatos

El michi, ordenando sus archivos después del cumpleaños M. H.

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Marta

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