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Hola capturadores
A estas alturas de mes, me pilláis con el árbol de Navidad sin poner. ¡Con lo que yo he sido! Pero la realidad es que diciembre me ha atropellado. Eso, y que el año pasado tiramos el que teníamos en casa porque se había despeluchado, después de diez años de uso, y se nos olvidó aprovechar los días navideños para comprar uno nuevo en oferta, que los suelen poner tirados de precio después de Nochebuena. Así que no sólo es que aún no lo he puesto. Es que ni siquiera tengo. No consigo decantarme. El que no me parece caro, me parece birrioso, o plasticoso. Y yo para mi casa quiero uno como los que salen en el ¡Hola!. Alto, verde y al que no se le vea que en vez de tronco tiene un hierro revestido de césped artificial de una pista de pádel venida a menos. Pero, lo que os decía, los abetos, como todo lo que venden en el supermercado desde hace meses, también deben venir de Ucrania, porque menudos precios para semejante naturaleza muerta.
Así que el puente ni he sacado los adornos, ni he montado el Belén, ni he horneado galletas. A mi casa la Navidad aún no ha llegado y no tiene pinta de asomarse esta semana tampoco. También tiene algo que ver que ya me he gastado parte del presupuesto del mes en queso de Formaje y helados de Rubén, que en estos momentos me parecen imprescindibles para el equilibrio entre mi salud mental y la digestiva, antes de tener que comer polvorones y demás parafernalias que voy tratando de esquivar cada día como si fueran tortugas del Supermario Bross, con el que sueño con jugar pronto si los Reyes me traen la Nintendo Switch amarilla que he pedido con insistencia.
El caso es que a estas alturas de mes estoy ya quemadísima de eventos. Se lo confesaba el otro día a Beatriz Serrano (una de las mitades de Arsénico Caviar), que andaba preparando un reportaje sobre el burnout navideño, y pidió ayuda por Instagram. «¿Créeis que cada vez las Navidades duran más?» vino a preguntar. Bueno, no es que lo crea, le dije yo. Es que es un hecho. Es que antes las navidades empezaban el día de la Lotería, cuando nos daban las vacaciones del colegio. Sabías que era Navidad porque Coca Cola le ponía un Papa Noel a su lata y no comías Suchard hasta la noche de Nochebuena. Ahora, es un escandalazo. Es Navidad en el supermercado desde octubre, cuando quitan Halloweeen. En noviembre ya me había comido una caja de Ferrero Rocher y un roscón y hay eventos absurdos con gente a la que ni ves el resto del año, casi cada día de la semana. La suerte es que yo para los eventos soy como para la Lotería. No compro ningún décimo o papeleta que no sea el del trabajo y sólo lo hago porque no quiero ser la que escriba la noticia de que el Gordo ha tocado en la redacción mientras el resto lo celebra. Así que invierto mis 20 euros en ese décimo. Pero no en ninguno de los sitios por los que peregrino el resto del año, que no son pocos. Lo mismo con las quedadas navideñas. Me he hecho asocial en esta época. Ni me apetece estar eufórica, ni comer a toda hora cosas que me eternizan la digestión, ni me inspiran las luces de un árbol que no sea el de mi casa. De hecho, infarto cada vez que recibo un whatsapp estos días para poner fecha a una cita en un calendario que yo ya doy por completado.
Con los eventos navideños me pasa como con esa época en la que tenías una boda cada sábado. Que no me apetece pagar modelito, cubierto y cansancio y renunciar al día libre. Yo donde quiero estar es en casa viendo Love actually, The Holiday y comiendo queso del que compro cada Navidad. Y no es que no me gusten estas fiestas. Todo lo contrario, que desde hace bastantes años he vuelto a reconectar con las movidas navideñas. Es que creo que el asunto se nos está yendo de madre. Cenas de grupo desde noviembre, amigos invisibles con gente a la que ya ni conoces, mensajes cariñosos de personas que no se han acordado ni de qué día es tu cumpleaños, memes en cadena y obligación de cumplir con el campeonato de regalos en el que se elige al mejor regalador de España. Eso sí, postales ya no recibo ni una.
Y en esas pasamos el mes. Con tanto estrés que cuando llegan las citas importantes, la de Nochebuena y Nochevieja, estás ya agotado y con un empacho monumental. De la cuenta corriente ni hablamos, porque te tiras desde mitad de mes pidiendo la hora. Y pobre del que encima se queje de algo, que lo llamaremos Grinch, antinavideño y lo mandaremos a la mierda porque total, esto es una vez a año y un poco de alegría nunca viene mal, aguafiestas. Yo, lejos de cagarme en los días señalados estoy como loca por que lleguen. Y eso que este año volvemos a la carretera, como los Backstreet boys, para cumplir con las familias en un ajustado calendario en el que combinamos kilómetros, dos ciudades distintas a la nuestra y trabajo. Sólo de pensar en la agenda me entra flojera. Porque yo de lo que tengo ganas es de desgastar mi manta, de fundir las luces de mi árbol y de comer roscón cuando toque, mi dulce favorito de estas fechas. Así que la frase que estos días me viene con más insistencia a la cabeza es la que da titular a esta carta: Diciembre, vete ya. Y déjanos vivir en paz. Pero una cosa, no te lleves las burbujas, que es lo mejor que tiene el mes, que puedes beberlas sin tener nada que celebrar.
Pd. En el transcurso entre que dejé escrita esta carta para ser enviada, ayer, y esta mañana, me he comprado el árbol de Navidad por internet. Veremos el experimento. Así que este fin de semana le colgaré las bolas. Que este año tengo algunas nuevas que son pura fantasía.
Una cosa
Esta sección se llama tres cosas, pero esta semana hay una que merece lucir en solitario. La sección de diseño de LAS PROVINCIAS está de enhorabuena porque los European Newspaper Awards les han dado el premio al periódico mejor diseñado de Europa en la categoría de prensa local. Además, también les ha caído la pedrea en algunos reportajes. Así que el aplauso esta semana es para Bea, Gorka, Patricia, Alejandro, Bruno y para Fer (que los acompaña estos meses de prácticas). Gracias a ellos, los temas que habitualmente podéis leer en la edición papel y digital lucen cada día más espectaculares.
Círculo de capturadores
Yo a Carmen Velasco me la imagino estos días prenavideños como al personaje de Emily Mortimer, en 'La Librería' de Isabel Coixet. Luchando contra viento y marea por meter libros en las cartas a los reyes magos de media humanidad. Y el que recomienda esta semana está en mi estantería desde hace meses gracias a ella.
«Ahora que estamos en pleno diciembre, un mes propenso a balances de todo tipo, quiero hablaros de un título que figura en mi periférica y arbitraria lista de los libros de 2022. Ahora que el frío nos acompaña, recomiendo un breve e inocuo ensayo que me leí en verano, siempre tumbada al borde de una piscina y rodeada de las personas que me hacen feliz. 'Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria' (Anagrama), de Marta D. Riezu, rezuma algunas ideas que comparto como que la cultura, que tiende a infinito, deja huella en las personas. La periodista catalana recopila centenares de referencias culturales (de diseño, de literatura, de cine, de moda, de periodismo, de arte, etcétera) y las inserta de forma natural en la actualidad para hablar de la cotidianidad, de las ciudades, del amor, de la vida. Y sí, algunas reflexiones de la autora pueden resultar algo naïf o snob, pero la lectura de 'Agua y jabón' es sugerente y amena.«
Gat-checking: periodismo de gatos (navideños)
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Marta
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