Hola capturadores
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A poco más de un mes para que Chanel pise las tablas del escenario de Turín en el que se celebrará la final de Eurovisión 2022, media España sigue sin saberse el 34,4% de la letra de SloMo, la canción que este año representará a nuestro país en el festival de la canción por excelencia. En concreto, 127 palabras en inglés que nuestra pitonisa de referencia, Aramís Fuster, solventaría con una mera frase, ya historia de la cultura popular televisiva: ¡Idiomas, querida! Y es que a estas alturas de la película, el tema de las lenguas se nos sigue resistiendo, según nos chivan los informes que se hacen cada año. En España el nivel de inglés sigue siendo el de llamar güifi al wi-fi, y a este paso le pondremos SloMO (leído eslomo) de nombre a un bocadillo.
Mi relación con los idiomas empezó hace tropecientos años. Los mismos que hace que mi madre decidió que la chica tenía que saber inglés porque eso era el futuro y lo que se daba en el colegio no daba para ir algún día al extranjero, donde quiera que ese sitio estuviera. Primero me coleccionó todo el Magic English de Disney y el Muzzy del kiosco en cintas VHS, porque en los 80 la versión original era una utopía. El único inglés que se escuchaba en la tele era el de un programa de La 2 que se llamaba That's English en el que un señor repetía frases sin parar antes de las siete de la mañana. Así que el pasaporte a ese lugar llamardo extranjero me lo tuve que ganar a base de tardes en una academia que estaba en Cuenca, que era como los que no vivíamos en el mismo centro de la ciudad llamábamos a esa zona (yo aún hoy lo hago con ir a Valencia cuando hablo de ir a la calle de las tiendas). APPA, que era como se llamaba la academia, se distinguía de las demás porque a los alumnos nos daban un maletín de plástico duro color azul ficha del parchís, con un asa negra y corta, que hacía que si le metías algo más que el libro de texto y el workbook, el maletín se desmontara sobre la marcha. Un cuadro. Allí pasé casi todas las tardes de mi vida al salir del colegio, cuando no tenía ballet. Allí me llevaba mi abuelo Federico andando, me compraba un bollo en la pastelería Marisol, y me recogía pasada una hora en la que básicamente repetíamos las mismas mierdas que por la mañana ya nos habían enseñado en el colegio. Y es que en este país, a gramática no nos gana nadie. Cada curso nos enseñaban las pasivas, el estilo indirecto y el genitivo sajón. Una y otra vez, como la tabla de verbos irregulares que, sin embargo, jamás pronunciábamos. Pero, ay amiga, excepto el Henry, que era el profesor negro y americano de la academia, el resto hablaba un inglés más macarrónico que el de Belén Esteban. De oído íbamos aún peor, pero yo no rcuerdo haber tenido ningún profesor más nativo. Ni siquiera con capacidad para impartir una clase completa en inglés. Pero ahí estaban los Take That y los Backstreet Boys para ayudarnos a comprar ese ansiado billete al extranjero.
Pasados los años acabó la academia y los bollos de Marisol y empezó la Escuela de Idiomas y los DVD en los que se podía cambiar la lengua de las películas y series. Y ahí me casqué Desperate Houwives (Mujeres desesperadas) con sus verdaderas voces. Y se me abrió un mundo en el que me aficioné a la versión original. Pero, lo cierto es que cuando en 2002 llegué a Valencia para estudiar Periodismo y conocí a los Erasmus, me di cuenta de que no había interactuado en inglés con ninguna persona antes que no hubieran sido los profesores del colegio, APPA, instituto y escuela de idiomas, en este orden. Llevaba casi 20 años estudiando un idioma que no me atrevía a hablar. Luego llegó la crisis, y en uno de mis primeros contratos me acabaron despidiendo antes de hacer una limpia mayor. Así que en 2010, a los 26 años y aprovechando el paro, hice la maleta y me fui a pasar un mes a Inglaterra. En aquel momento elegí la ciudad porque el curso de inglés de seis semanas era el más barato. Así que me compré un billete de avión y me fui a Liverpool en enero. Al llegar, me di cuenta rápido en el taxi de la diferencia de precio como academias de otras ciudadanes... Llamar inglés a lo que se hablaba en Liverpool era algo optimista, porque tienen y usan su propio dialecto. Me llevaron enseguida al alojamiento compartido en el que había detallado que no quería vivir con españoles y que, además, me pillaba muy cerca de la escuela en la que iba a ponerme las pilas con el idioma. Pero, al llegar a esa residencia, un domingo por la noche, allí lo único que había inglés eran los enchufes de tres agujeros. El 100% de la casa estaba lleno de españoles que, como yo, había querido aprovechar esos meses rarunos para ponerse al día con otra lengua que llevábamos décadas mal estudiando. Ese lunes por la mañana me hicieron la prueba de nivel en la escuela, y me enviaron directamente al penúltimo nivel más difícil. En ese momento aluciné, porque siempre creí que el inglés que había aprendido era poca cosa. Ya se sabe, mucho vocabulario, mucho verbo y poca conversación.
Y las seis semanas se acabaron convirtiendo en 18 meses. En Inglaterra me solté muchísimo, hasta el punto de que encontré trabajo en la recepción de una escuela, en la que también organizaba eventos. Terminé todos los niveles que ofrecía el curso y pasados los primeros nueve meses haciendo vida a la inglesa, ya fuera de la escuela, me saqué un título que me dio el certificado más alto. Pocas cosas me han causado tanto orgullo como esa nota, porque en ese momento, sola en un país distinto al mío, sentí que todas las piezas del puzle que mi madre había encargado durante años, habían encajado. No sólo sabía inglés. Es que me codeaba con nativos sin tener que pensar las frases y cogía coversaciones telefónicas sin miedo. A partir de ese momento comencé a viajar por el mundo antes de volver a España. Lo hice sola y lo hago ahora acompañada. Y cada vez que llego a un país nuevo y cierro la puerta de la habitación del hotel, con todos los deberes hechos, siempre le digo lo mismo a Gorka. Qué razón tenía mi madre con la tabarra del inglés. «Un día te servirá y podrás ir al extranjero». Y así, sin darme cuenta, crucé medio mundo por mi cuenta, resolviendo todo tipo de situaciones rocambolescas. Y me vi a mí misma cargando con el maletín azul, camino de la pastelería. Y me alegré de haberme aprendido los verbos. Y de escuchar a The Beatles. Y sentí un subidón inefable. Durante todas esas tardes de paseíllo a la academia mi madre me estaba regalando libertad. Para ir al extranjero, para leer en otro idioma, para entender otras culturas. Y para poder dejar sin leer algún subtítulo.
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Ahora se me ha olvidado un poco por desuso, pero sé que si me las veo mal o me quito la pereza, podré llamar a Pep, mi teacher valenciano, para refrescar mi inglés con acentito de Liverpool. Así que amigas, ponedle al Nteflix y al HBO los subtítulos y empezad a vivir en versión original, que hace mucho. Y así, si el año que viene vamos a Eurovisión con otro SloMo, dejará de sonarte a bocadillo y podrás centrarte en la coreografía. Si este año no llegas, tranquila, que te queda Rumanía, que va al festival con un estribillo en castellano (hola mi bebe bé) en 'Llámame'. Pero si no, como decía Aramís. ¡Idiomas, querida. Idiomas!
Culturismo
Según la RAE, que no puede ser dicho, explicado o descrito con palabras, generalmente por tener cualidades excelsas o por ser muy sutil o difuso. Pero, inefable es también el nombre de la vela que me ha llegado esta semana. Ya os recomendé a PepaRosquilla, la creadora de la joya de quemar que me agencié hace días. «¿Quién no ha visto en casa de sus abuelos, familia un tarro precioso y ha querido parecer mayor jugando con él? Mi abuela tenía uno muy muy parecido donde guardaba las joyas», decía en la descripción del producto. Yo ya tengo la mía. huele a fresa ácida. Me evoca recuerdos inefables...
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Pantallazos
Esta semana tengo mucha plancha, que se me acumulan los tendederos con tanta lluvia en Valencia, pero he sacado tiempo para recomendaros un par de cosas.
-El salseo: Saca a la vieja del visillo que llevas dentro de una vez por todas y déjate llevar por el cotilla que todos llevamos dentro. A partir de este domingo no hará falta ni que vayas a buscar salseos, porque LAS PROVINCIAS estrena una nueva newsletter que te va a enviar a tu correo toda la información de sociedad de la Comunitat. La periodista Elena Meléndez te resumirá La Revista de Valencia en formato newsletter para que no pierdas detalle y puedas estar al día de todo lo que se cuece en los eventos de la ciudad.
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-Butler: Sólo me falta mudarme a un pueblo de Wisconsin y comprar cada tres semanas el Eau Claire Leader-Telegram para poder decir que me he leído todo lo que Nickolas Butler ha escrito. Esta semana he terminado su cuarto libro y ya siento un vacío que se comenzará a reponer en cuanto llegue junio y publique mi otra super ídola Milena (Busquets). Pero, al lío. 'Buena suerte', la última novela de Butler (Libros del Ateroide), es fascinante, incómoda, actual, pero lleva el sello reconocible de su autor en cada frase. En cada paisaje. A mi amigo Chilet (otro fan) y a mí nos gusta fantasear con que algún día el autor nos invite al porche de su casa para beber ponche y comer costillas mientras miramos a los búfalos y comentamos sus libros. Cada día estamos más cerca, que ya somos amiguis de Butler.
Y ahora, en inglés, por si me lee Butler y porque a mi madre buenos dineros le costó que yo parloteara la lengua de Shakespeare.
-Butler: If I move to a town in Wisconsin and buy the Eau Claire Leader-Telegram every three weeks, I will be able to say I have read everything Nickolas Butler has ever written. Having just finished his fourth book, I feel a void that will fill as soon as June arrives and my other super idol, Milena (Busquets) publishes her new book. But, Butler's newest novel, 'Buena suerte', is fascinating, uncomfortable, and current, but it bears the recognizable stamp of its author in every sentence. For each landscape. One day, my friend Chilet (another fan) and I hope the author will invite us to his porch to drink beer and eat ribs while we watch the buffalo and talk about his books. We become closer every day, as we are already almost friends with Butler on the internet.
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Gat-checkin: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
39. La revolución de la mantita
40. Las manualidades
Esta semana quiero que me cuentes si has conseguido hablar inglés con lo que aprendiste en el colegio. Si has ido al extranjero a aprenderlo o si sigues viendo las series en castellano. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Noticia Patrocinada
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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