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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
El calcetín de mi amigo invisible, que sale al fondo, en la foto m. h.
#68 Lo que importa

#68 Lo que importa

M. Hortelano

Valencia

Jueves, 22 de diciembre 2022

Hola capturadores

La Nochebuena de 1996, Papa Noel vino por primera vez a mi casa. Entonces, aún nos juntábamos tropecientos miembros de la familia Rubio para pelar gambas como si las fueran a prohibir. Ese año, con la más pequeña de los cuatro primos ya mayor (yo, que tenía doce años) y con el secreto mejor guardado del día 6 de enero ya desvelado, consensuamos dejar de hacer un regalo estúpido a cada persona de la casa y sustituirlo por un método ancestral con el que todos tendríamos al menos un buen presente, en el que focalizar nuestras todavía pesetas: el amigo invisible con tope de 10.000 pesetas. Hasta entonces, mi abuelo Federico se juntaba con cuatro frascos de colonia de la NBA, Brummel, Agua Brava y Álvarez Gómez, uno por cada hija o nuera, y uno extra mío. Así que cortamos por lo sano en una comida de domingo, unas semanas antes, y pusimos todos nuestros nombres en un papel, y éstos, a su vez, en una bolsa. Mano inocente, la de servidora, que para eso era la pequeña, y a pensar en con qué sorprender a quien nos hubiera tocado. Y en mi caso, a quién esquilmar el monedero, porque los niños, hasta entonces, no hacíamos regalos. Sólo los recibíamos. Y romper la hucha para comprar cosas de adultos no entraba en mis planes.

Sin hacer trampas, me tocó regalar a mi madre, a la Marivi. Así que busqué los regalos y le pedí a mi tía Celia que me financiara la operación y me acompañara a por todos. Recuerdo haber elegido un collar de plata plano de una tienda de regalos de la parada de los taxis, que aún está por algún joyero de mi casa, y un conjunto de guantes y bufanda azul marino de cuadros que, de vez en cuando, aún uso. Casi todos habíamos dado unas pistas de lo que queríamos encontrar encima del piano de mi casa, una vez acabada la cena del 24. Y esa noche se sucedieron las alegrías. Que si unos marcos de plata para una, un set de maquillaje para otra, unas colonias con su kit de after shave y desodorante para otros, o una gorra para otro. Cada vez que alguien abría el suyo daba las gracias y preguntaba quién había sido su amigo invisible, para fundirse en un abrazo. Hasta que sólo quedó mi paquete.

Esas navidades yo había pedido un reloj Casio, de los modelos Baby-G, color turquesa o rosa. Un engendro que la marca había hecho para modernizar sus relojes clásicos y atraer a los adolescentes como yo, camino de la edad del pavo. El reloj valía 10.000 pesetas. Que era mucho más que si hoy en día te regalaran algo de 100 euros. Pero como era la pequeña estaba segura de que me caía. Al fin y al cabo, era regalo único. Nadie tenía que gastar nada más en otros chismes, porque todo el mundo ya tenía algo que quería, regalado por us amigo invisible. Y ahí estaba el último paquete, encima de mi piano de pared. No era grande ni pequeño. Podía tener el tamaño perfecto para que fuera un reloj. Además, estaba prohibido tocarlo para tratar de adivinar que contenía. Así que puse mi mejor sonrisa y, jaleada por mis tíos y mis primos, procedí a abrirlo. Al primer tacto, la cosa parecía demasiado blanda. Pero en esos segundos llegué a pensar que era una estrategia de mi regalador para despistar el Casio. Así que abrí el papel de regalo rojo y verde con ilusión y allí apareció.... ¡Un calcetín navideño! Mientras lo sacaba del envoltorio, seguí pensando que el reloj estaba dentro, porque cabía perfectamente. Había esperanza...

Pero, no. Mi amigo invisible le había comprado a la pequeña de la casa un calcetín de lana, de esos que se cuelgan de las chimeneas, con una cabeza de muñeco de nieve en la parte superior. Mi desilusión fue total. Casi tan absurda como mi reacción. Inmediatamente me puse a llorar porque los regalos de mis primos eran mejores que el mío. Bueno, todos tenían un paquete en condiciones menos yo. Así que lo primero que se hizo fue buscar culpable: mi amigo invisible había sido mi abuelo Federico, que confesó el crimen con cierta dignidad. La situación era de película. Yo con un berrinche, las mujeres de mi familia atosigando a mi abuelo por haber perpetrado ese crimen y mi madre, la Mariví, diciéndole que menudo disgusto le había dado a la chica, con un calcetín sacado de un bazar de todo a cien. Pero, mi abuelo se justificó con que dentro había metido unas gominolas del kiosco de la plaza, de esas que a mí tanto me gustaban. Todo eso, con gesto compungido, sin entender su crimen. Pero la explicación, entonces, no me resultó convincente. El disgusto me duró los festivos, y a mi abuelo le pusieron la cabeza como a un bombo en esas 48 horas. Tanto, que el 26, que cayó en jueves, tuvo que hacer camino a 'El pequeño Japón' , que era la tienda de electrónica de la época, y comprarme el Casio verde turquesa.

Este año, al abrir las cajas de los adornos navideños para tratar de montar un árbol que Seur aún no me ha entregado, ha vuelto a salir el calceltín que mi amigo invisible me regaló esa Nochebuena de 1996. Un regalo que he guardado siempre con cariño durante casi treinta años. Un accesorio que lleva decorando mi piano desde entonces. Ni qué decir tiene que del flamante reloj verde me cansé enseguida. De hecho, seguro que me deshice de él en alguna mudanza porque se había pasado de moda. Pero el calcetín que provocó mi berrinche, aquel 24 de diciembre de 1996 sigue siendo uno de mis tesoros más preciados.

Y es que a veces, lo que importa no es lo que en ese momento te importa. Sino lo que perdura. El valor a las cosas que nos rodean se lo damos nosotros. Por eso mañana, cuando te sientes a la mesa, no importará lo que haya de cenar, o el regalo que te toque en tu particular amigo invisible. Lo memorable será volver a contar esta batallita o cualquiera tuya, y recordar, ahora entre risas, que un día mi abuelo Federico me regaló un calcetín de 100 pesetas. Ójala sepa que aquel día me hizo el mejor regalo.

Os deseo a todos y a todas unas muy felices fiestas, llenas de momentos para recordar. Yo las pasaré en familia, como siempre, coleccionando momentos. No enviaré carta hasta el día 13 de enero, que no quiero perderme nada. Así que ya nos leeremos en 2023. Un año al que sólo le pido que sea normal. Me conformo con eso.

Feliz Navidad y que tengáis un Feliz año nuevo.

El reloj que yo pedí m. h.

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Marta

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