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Si tienes un hijo adolescente y te ha propuesto hacer una escapada durante un fin de semana a Benaguasil o a Majadahonda, tu destino ... está en un mercadillo. Y es que ambos municipios, uno en el área metropolitana de Valencia y, el otro, en la de Madrid, se han convertido en los paraísos de las compras de la generación Z. Las redes sociales han servido como altavoz para que los más jóvenes ya no sólo quieran vaciar las tiendas 'low cost' de los centros comerciales. Es que ahora lo que arrasa son los mercadillos donde campan a sus anchas las falsificaciones de las marcas de moda del momento. Y ojo, porque poco importa que las prendas de imitación no den el pego o no sean clones perfectos de las originales. Aquí prima el postureo, no el nivel de la copia. Porque aunque parezca increíble, a los más jóvenes les da igual llevar una prenda falsificada y que se note. Muy lejos del sentimiento de rechazo que generaban este tipo de imitaciones en generaciones anteriores, criadas al calor de marcas de moda y deportivas en las que lo 'fake' era motivo de mofa o de menosprecio.
Pero a los adolescentes de hoy en día no sólo no les preocupa lo más mínimo comprar y lucir falsificaciones. Es que incluso presumen de haberlas encontrado y de haberlas conseguido por un precio mucho menor que el de los objetos o prendas originales. ¿Por qué nuestros jóvenes no tienen reparos en lucir una mala imitación de algunas marcas punteras? ¿Qué ha cambiado entre su generación y la nuestra? Para Raúl González, emprendedor en moda sostenible, el fenómeno de reivindicar lo falso está ligado a la moda rápida y a las redes sociales, «donde lo importante es posturear». Pero también «a la poca importancia que se le da a la moda actualmente pensanda para usar y tirar». «Da igual que sea de marca o falsificado muy parecido, lo importante es aparentar, usar un rato, y descartar», dice.
Para el pedagogo Pedro Marcet, el hecho de que los más jóvenes luzcan con orgullo las imitaciones, incluso las menos conseguidas, responde a un «cambio radical» entre la manera de abordar el consumo de los más jóvenes e incluso los adultos. «En la era de la globalización y las redes sociales, lo que alguna vez fue considerado tabú, ahora se abraza con fervor, con jóvenes alardeando de sus hallazgos de clones de productos de renombre», explica. Y es que sólo hace falta echar un vistazo a Instagram o TikTok, las redes preferidas por la Generación Z, y buscar la etiqueta con la palabra 'dupe'. Son los llamados clones. Encontraremos miles de vídeos de hallazgos 'low cost' de algunos de los productos que están de moda en cada momento. Quienes los encuentran, los comparten con el resto para que también los adquieran y puedan presumir de haber ahorrado dinero.
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Plataformas como Instagram y TikTok «han creado un ambiente donde la apariencia y la percepción juegan un papel crucial en la construcción de la identidad», dice. Y aquí es donde las falsificaciones entran en juego. Al poseer réplicas de productos de lujo o de moda, los jóvenes pueden proyectar una imagen de riqueza y estilo sin tener que gastar una fortuna. Es una forma de obtener la misma estética sin el precio desorbitado, lo que les permite mantenerse al día con las últimas tendencias sin sacrificar su presupuesto. Además, la cultura de la inmediatez y el consumismo desenfrenado también desempeña un papel importante en la aceptación de las falsificaciones. En un mundo donde la novedad es valorada sobre la autenticidad, los jóvenes buscan constantemente la próxima gran cosa, y las réplicas ofrecen una forma rápida y económica de satisfacer ese deseo de novedad y exclusividad.
Otro factor clave, para el pedagogo y profesor es la democratización del acceso a la moda y la cultura pop. Con la proliferación de tiendas en línea y mercados de segunda mano, las falsificaciones están al alcance de un clic para cualquier persona con acceso a internet. «Esta accesibilidad ha nivelado el campo de juego, permitiendo que incluso aquellos con presupuestos más ajustados puedan participar en la cultura del estilo y la moda», explica Marcet. Sin embargo, vale la pena señalar que este cambio de actitud hacia las falsificaciones no está exento de controversia. «Aunque los jóvenes pueden encontrar justificaciones en términos de accesibilidad y autoexpresión, el debate sobre la ética y la legalidad de la compra y venta de productos falsificados sigue siendo un tema candente», señala. Y es que el fenómeno de los jóvenes abrazando las falsificaciones refleja una transformación más amplia en la percepción del valor y la autenticidad en la sociedad moderna. En un mundo donde la imagen y la percepción son moneda corriente, las falsificaciones han pasado de ser tabú a ser símbolos de estatus y estilo, desafiando las convenciones establecidas y redefiniendo lo que significa ser «auténtico».
Pero las falsificaciones tienen, además, una vertiente de perjuicio económico para las marcas. Según el Barómetro de la propiedad intelectual entre los jóvenes de 2022, elaborado por la EUIPO, la oficina europea de patentes y marcas, con sede en Alicante, un 52% de los jóvenes había comprado al menos un producto falsificado online en los últimos doce meses. La compra intencionada de falsificacionesen 2022 fue más elevada en el caso de la ropa y los accesorios (17 %), seguida del calzado (14 %), los dispositivos electrónicos (13 %) y los productos de higiene, cosméticos, cuidado personal y perfumería (12 %). Entre los factores citados por, al menos, uno de cada cinco compradores intencionados de productos falsificados fueron que simplemente no les importaba si el producto era falso (27 %), la creencia de que no había diferencia entre los productos auténticos y los falsificados (24 %), y la facilidad para encontrar o pedir productos falsificados en línea (18 %), según el informe de la EUIPO.
Casi un tercio de los encuestados que había comprado falsificaciones intencionadamente en los últimos doce meses afirmó que dejaría de hacerlo si se ofrecieran productos originales más asequibles (31 %). Una misma proporción afirmó que dejaría de hacerlo si diese con una falsificación de mala calidad (31 %) y alrededor de una cuarta parte afirmó que lo haría si experimentara un ciberfraude (23 %) o una ciberamenaza (21 %), si su familia o amigos (22 %) u otras personas (22 %) tuvieran una mala experiencia con un producto falsificado, o si obtuviese un producto inseguro o peligroso (22 %). Una proporción similar afirmó que una mejor comprensión de los efectos negativos en el medio ambiente (19 %) o en la sociedad (17 %) les impediría hacerlo.
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