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Jóvenes, haciendo botellón en la calle. Los adultos, lo hacemos en las terraza del bar. irene marsilla
Malibú con piña

Malibú con piña

M. Hortelano

Valencia

Miércoles, 20 de octubre 2021, 13:53

Hola capturadores

La newsletter se me ha hecho mayor de edad. Hoy me cumple 19 cartas y dice que esta noche se me va de botellón, como todos los jóvenes. Ser joven es una casualidad. Algo que tú no decides. Básicamente porque sólo depende de cuándo te hicieran tus padres, ocho o nueves meses antes de que vinieras al mundo. Eso sí, si pones en google qué es ser joven se te bajan los humos rápido, por mucho retinol con el que te embadurnes la cara cada noche. «Ser joven implica ese rango de los 15 a los 25 años, época en la que una persona que ya terminó su licenciatura, tiene 2 o 3 años para desarrollarse independientemente y está preparada para ser parte de la vida adulta». Para mear y no echar gota, que diría la Celia. Así que con toda la tontería, hace unos doce años que dejé de ser joven y me hice geriatric milenial. Pero, aunque soy una machucha de manual, y a estas alturas de año ya voy entrenando para no dormirme antes de las uvas, el 31 de diciembre, donaría mi mejor cacerola de Le Creuset por volver a tener 18 años, aunque fuera por una noche.

Ser joven es un estado vital, un accidente y una putada de las gordas si lo eres en 2020 y 2021. Los pobres se han perdido 65 viernes y otros 65 sábados por la noche por estar encerrados en casa con sus padres, sin ver a su crush. Lo mínimo que les puede haber pasado es quedarse tarumba. Miramos a los jóvenes con displicencia, con sobradez y con la soberbia de quienes nos creemos mejores por haber superado esa etapa. Hablamos de ellos con descaro, con cierta resignación y con alguna que otra dosis de compasión. Que si sólo miran el móvil, que si no saben vivir la vida, que si les ha venido todo regalado, que si no se han criado en la calle saltando a la comba, no conocen a Chanquete, no saben quién es John Lenon y no sé cuántas estupideces más que en el fondo esconden una envidia feroz por volver a vivir sus vidas. Los jóvenes son ahora más listos, están más preparados, son más reivindicativos y encima nos han salido más guapos y más altos. Pero oye, matémoslos a todos porque no saben divertirse si no hacen botellón. Eso sí, de que a los 30 no han empezado a escribir la primera línea de su vida laboral, duermen en la cama nido de su adolescencia, en la habitación del fondo, con restos de los poster de la Superpop y la Bravo de sus hermanos mayores, y están enganchados a Netflix porque vale menos la cuota del mes que una sola entrada del cine, preferimos no rajar. Más que nada porque se nos caería la cara de vergüenza de ver el panorama que les está quedando.

Los jóvenes de hoy en día son unos desgraciados. Así, sin paliativos. Pero nosotros nos echamos las manos a la cabeza porque no han hecho otra cosa que seguir nuestro legado y siguen mezclando Martini con limón en los bancos de los parques como ocio. Y el que esté libre de pecado, que tire el primer hielo. Cuando yo era (más) joven no había whatsapp, pero nos pasábamos toda la semana esperando que llegara el sábado a las cuatro de la tarde para hacer lo mismo que se hace ahora: botellón. Por aquel entonces, quedábamos en un sitio céntrico de la ciudad, cercano a un gran supermercado, después de habernos asegurado de que al menos un par de personas de las que venían a la quedada eran mayores de edad para poder enseñar el DNI y sacar las bebidas que luego nos íbamos a pimplar entre todos. Poníamos cuatro o cinco euros y pasábamos la tarde jugando al quimicefa debajo de algún puente, si llovía, o de un mirador del casco antiguo si el tiempo acompañaba. Licor 43 con lima, Malibú con piña, Ponche con coca-cola y no sé cuántas mezclas más que hoy en día hubieran arrasado al covid de haberlas probado como vacuna. Así pasábamos la tarde en los últimos años de los 90 y primeros años de los 2000 y así la siguen pasando quienes en esos años aún ensuciaban los pañales. Porque el botellón no es un fenómeno actual ni ha venido con la pandemia. El botellón es la principal manera de relacionarse desde antes de que los gatos reinaran en internet. Mi madre hacía botellón, pero en vez de cubatas, bebía litronas y comía pipas en la plaza mayor. Mis primos hacían botellón, con las puertas del coche abiertas en los parkings de las discotecas de moda, seguían haciendo botellón en la plaza de España de Cuenca, frente a la sede de la subdelegación del gobierno, con dos picoletos en la puerta, y yo, que era la pequeña, también lo seguí haciendo, llegaba a mi casa como un piojo y les decía a mis abuelos octogenarios que me había sentado mal la merienda que me había comido con mis amigas en la cafetería Inventdona, esquina con los Cien Inventaditos. La movida de beber en la calle no es nueva y si hoy en día es un furor no es porque nuestros jóvenes sean peores ni más irresponsables. Simplemente, es el único agujero que les hemos dejado en un sistema de ocio ideado para consumir cualquier cosa con un dinero del que no disponen o prefieren dedicar a otros asuntos. Porque ir de botellón no es emborracharse. O al menos, no sólo hacer eso. Es también estar con tus amigos en la calle, hacer el idiota, conocer gente y beber barato. Vamos, que los milenials no han inventado la rueda.

Entretanto, los adultos preferimos satanizarlos, quejarnos de su modo de vivir y no sentarnos a pensar que lo que pasa ahora ha pasado toda la vida, pero ya no nos acordamos. Porque ahora nosotros somos quienes hemos comprado el piso de arriba en el que nos molesta la cháchara y la basura que dejan a la mañana siguiente. Como si las terrazas en las que nosotros nos tomamos el gin tonic a 15 pavos estuvieran insonorizadas por las setas de las calefacción, a pesar de que nos han ganado el terreno a los peatones. De las verbenas sanjuaneras también solemos decir poco. Y digo yo, ¿nos hemos parado a pensar en una alternativa a esas quedadas multitudinarias? O con sus euros de la paga semanal queremos que pasen el fin de semana en una biblioteca y cenando después una lubina a la sal en un restaurante.

El botellón es un problema social por las molestias que genera, eso nadie lo discute, pero también lo es el desempleo juvenil, la imposibilidad para independizarse o las dificultades para dar forma a un proyecto vital que cada día empieza más tarde. Pero no pasa nada, les soltamos un par de cheques ahora cuando vengan las elecciones y a correr. Yo soy muy fan de los jóvenes. Y no sólo porque me encomiende a ellos para cobrar algo de pensión el día de mañana. Sino porque tienen todo un futuro por delante. Porque son reinvindicativos, porque creen en la justicia social, en la igualdad, en la lucha contra el cambio climático, en el bienestar animal y en la paz en el mundo (y penas más altas para los violadores, que diría Sandra Bullock). Ojalá volviera a ser joven. Ojalá me metieran en el chat de whatsapp de jóvenes de mi curro. Ojalá me quedara toda una vida por delante. Ojalá pudiera empezar antes a usar protección solar a diario. Y ojalá un triste gin tonic de cualquier garito de moda para tereintañeros no me dejara en el sofá durante todo el fin de semana, pasando la resaca como si hubiera bebido matarratas. Juventud, divino tesoro. Y divino hígado.

Culturismo

Crush

Todavía no está en la RAE, pero lo estará. Así llaman ahora los jóvenes a sus ligues imposibles, a sus amores platónicos. Su crush. Conocido como el popular flechazo, amor a primera vista o fantasía. Nada que ver con el verbo inglés que significar aplastar o machacar. Si no quieres pederte con las expresiones que ahora utilizan los jóvenes, te dejo aquí este diccionario. ¿Ok, boomer?

Pantallazos

Esta semana te dejo una recomendación, un truco y consejo.

- Flores en casa. Ya sabéis que soy una adepta a la floristería del barrio, donde por menos de 10 euros me hago con unas flores sueltas cada semana para llenar un par de jarrones de casa. Pero, si estás saliendo al campo y ves alguna flor o planta que te quieras llevar a casa, te cuento un trucazo para que se mantenga erguida y te pueda durar unos días en un jarrón con agua. Enciende una vela y quema los tallos por donde la has cortado. Mantenlo un par de segundos, hasta que se ponga negro y pásalo al agua del jarrón. Verás cómo te aguantan.

-Saber comer. En #capturadepantalla 17 hablé de las redes sociales y a la semana siguiente se produjo la caída de facebook en instagram. La semana pasada menté a Carlos Ríos y esta semana le han tenido que dar para el pelo (y con razón), así que estoy empezando a asumir ciertas dotes adivinatorias. O directamente, de gafe. Así que para contrarrestar el mal hecho por el realfooder, desde hoy y durante unas cuantas cartas más, os iré poniendo algunos de los consejos que da el periodista y divulgador de gastronomía Michael Pollan para comer bien con reglas muy sencillas. Allá va la primera: «No compres productos que lleven ingredientes que un niño de primaria no sepa pronunciar».

-Newsletterismo. Uno de los podcasters más guays del panorama actual se ha estrenado en el mundo newsletter. Enric Sánchez, nuestro 'valenciano' consorte más ilustre, envía todos los sábados una carta en la que nos hablará de los mejores podcast del momento, de cosas que lee y ve o de sus ganas de coger al Bacon (su perro) y a La Forte (su señora) y largarse a vivir a Nueva York. Su segunda carta llega mañana.

Gat-checking: periodismo de gatos

No bebas. Beber mata. Trabajar 12 horas, también. M. h.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

15. Hasta luego Mari Camen

16. La maleta en caso de Apocalipsis

17. Amigos de Instagram

18. Amores de barra

Deberes para esta semana: Cuéntame cómo te divertías tú cuando eras joven o cómo lo hacen tus hijos ahora. Y gracias por todos vuestros mensajes y recomendaciones de barras y bares. Me voy a poner como Las Grecas si voy a todos. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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