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Eva Nasarre, en los 90, dando clase para conseguir el culo de Chanel archivo
#48 La malla nunca falla

#48 La malla nunca falla

M. Hortelano

Valencia

Miércoles, 25 de mayo 2022

Hola capturadores

El martes por la mañana, mientras aguantaba en plancha sobre una sola pierna, subida en una pelota, con una gota de sudor cayendo por mi frente, mi entrenador, el Jordi, me contó que había recibido ya algunas peticiones de potenciales clientas para acudir a su local en la búsqueda por conseguir el culo de Chanel. Sin querer empezar esta carta por el tejado, voy a hacerte ya un spoiler: los glúteos de nuestra flamante bronce en Eurovisión no se venden en Amazon, ni se consiguen haciendo zumba en el gimnasio. Me atrevería a decir que ni pasando por quirófano. Eso hay que asumirlo rapidito. Zanjado este asunto, entremos de lleno en la mal llamada operación bikini con otra verdad dolorosa: a la de este año, ya no llegas. Y no pasa nada, porque sin acabar este primer párrafo introductorio, por si ya no tienes tiempo de seguir leyendo más, te voy a revelar la tercera gran verdad: aunque no te lo creas, nadie te mira.

Y es que estos días, a las puertas del gran destape, asisto escandalizada a dietas exprés como la de Kim Kardashian para embutirse en un vestido que en su día le cosieron a Marilyn Monroe a medida. O a consejos como los de la Rosalía, diciendo que se envuelve en papel film, como si fuera una salchicha que te ha quedado suelta del paquete, pero en lugar de para no resecarse, para quedarse más seca. O a adolescentes cada día menos anónimas, endiosadas por el filtro de las redes sociales, cuestionando qué es más efectivo, más rápido y más barato, si pagar cada mes el gimnasio durante dos años o ahorrar ese dinero y gastarlo en una sola vez en una operación de estética. Son las mismas que ahora quieren el culo de Chanel, mañana la nariz de Julia Roberts (o su equivalente millenial), y pasado los labios de Aitana, con tal de no mirarse al espejo y que éste les devuelva lo que hay. La pura realidad. Una que no casa con la que antes sólo se veía en las revistas y en la tele y que ahora nos bombardea a todas horas en Instagram y Tiktok, filtro mediante.

La suerte es que la tontería se suele curar con los años, y yo ya he cumplido unos cuantos para que la verdad me haya sido revelada. El cuerpo perfecto es el que a cada uno nos ha tocado en la tómbola de la vida. El que nos permite seguir dándole a la rueda de hámster sin venirnos abajo. Mi abuela siempre decía que las Rubio estamos hechas de la calidad del tordo: cara fina y culo gordo. Y se ve que yo en eso tengo todos los genes maternos. Lo que me viene del culo me sobra de arriba y lo que me viene bien de arriba no me sube de la cadera. Lo que pasa es que en lugar de pensar en hacerme una liposucción siempre he optado por comprarme una talla más de pantalones que de camisa y no me martirizo con prendas con las que no me sienta cómoda. A estas alturas de la película, me doy con un canto en los dientes con pasar con nota todas las revisiones médicas, a dormir del tirón por las noches y a que el rabito de la raya del ojo que me hago cada día de un color me quede igual de ambos ojos para no parecer estrábica. Una, ya se conforma con bien poco. O más bien con mucho. Porque yo ya soy de las que prefiere pagar la mensualidad del gimnasio. De hecho, la empecé a pagar con poca esperanza el año pasado en junio. En aquel momento, peregriné al local que acababa de abrir el Jordi como quien va a Lourdes o a Fátima, que son los sitios donde la gente que quería un milagro iba cuando yo era pequeña. Y yo en verano del año pasado buscaba el mío propio. Bueno, el mío y el de mi marido, que se había dejado media paga extra en un fisioterapeuta que lo dejó del revés. Pasado el primer año, hemos aprendido que al entrenamiento vamos por salud y no por estética. Que preferimos pagar por hacer deporte que por que nos quiten las contracturas con un masaje. Y aunque a la operación bikini de este año tampoco llegamos con el culo de Chanel, cargamos con los pack de agua de 10 litros que da gusto vernos.

Ese ha sido uno de los grandes cambios en mi vida. Hacer deporte por convicción y no por obligación. No buscar ningún cambio estético, sino físico. No cansarme, poder levantarme sola del sofá dentro de cuarenta años, poder subir la maleta a la cabina del avión o empujar el coche si alguien lo ha dejado en doble fila. Aún así, todavía son más las personas que me preguntan si me noto algún cambio en el cuerpo cuando se interesan por mi entrenamiento de fuerza, que las que quieren saber si me ha dejado de doler la espalda de pasarme el día sentada en una silla. Pero, claro, es más rápido pedirse el culo de Chanel para reyes, aunque el año que viene de repente la llevemos a Eurovisión a una cantante que lo tenga plano. Para entonces, ya nos haremos otro retoque, con lo que nos ahorramos del gimnasio.

Ahora toca enfrentarse al bikini o al bañador. Y muchas personas estarán ya dándole vueltas a cómo esconder la lorza que hemos cultivado este año a base de quedadas con amigos que hacía años que no veíamos. De cervecitas postergadas por la pandemia. O de la pizza de los viernes por la noche. Una preocupación añadida que nos hace torturarnos por algo que sólo está en nuestra cabeza y no nuestra analítica. Cuando vas a la playa, nadie te mira. Cuando te pones ese pantalón corto con el que te asoma una estría, nadie te mira. Tampoco cuando llevas un pelo en la pierna o toda la colección. Bastante tenemos con mirarnos nuestra celulitis heredada, nuestras estrías del postparto o los cuatro pelos que nos hemos dejado tratando de estar perfectas para los demás, como para mirar los tuyos. Hazme caso, disfruta de lo que está por venir con salud y con conocimiento. No te envuelvas en papel film, ni te apuntes al gimnasio con ansia para ir a la playa como la chica o el chico de la última portada del Women/Men's Health, porque no es que no llegues, es que te vas a dejar la salud y la autoestima por el camino. Porque ahora es el bikini, pero en unos meses serán los vaqueros del invierno pasado, en unos años las canas, y en otros, las arrugas.

Yo a lo que le tengo miedo es al colesterol, a los infartos, a no poder andar sola y a perderme cosas en un futuro a largo plazo. Pero, para eso, tengo un remedio infalible. Como dice mi amiga Pilarín, para eso, la malla, nunca falla.

El calendario de pantallazos

La semana no trae grandes hitos en el calendario, así que mejor que te dediques a hacer el cambio de armario definitivo o a leer el libro que te va a recomendar un poco más abajo Carmen Velasco. Pero hay momento para la esperanza porque mañana es la noche de los museos y muchos han preparado actividades especiales para sacarte de casa y culturlzarte un poco. Si por la tarde no tienes plan y vives en Valencia, acércate al Centro del Carmen, que hay una pieza muy chula de Milo Rau dentro del Festival 10 sentidos y servidora está después moderando la mesa de debate con algunos de los protagonistas. Es gratis y es en un museo. Te dejo la info aquí. Además, pasado mañana es 22, día que yo siempre aprovecho (junto con el 11) para encender una vela de miel y atraer buenas energías. Como efemérides, pocas más allá de que el jueves hará 31 años que nació La Macarena (una buena cita para no tener que escucharla más) y que se nos acaba el mes.

El círculo de lectores

Carmen Velasco, jefa de Cultura de LAS PROVINCIAS y personaje habitual de Captura de pantalla debuta esta semana como librera de cabecera de esta carta. Aquí os deja su receta de este mes...

«Las mujeres que pasaron al imaginario colectivo como locas, brujas, herejes e histéricas fueron en demasiadas ocasiones independientes, avanzadas, libres y sufragistas. O trataron de serlo en una sociedad encorsetada por la mirada masculina. 'Malas mujeres' (Lumen), de María Hesse, habla de todas ellas de una forma amena. De féminas de la historia (como las poco conocidas Olympe de Gouges y Komako Kimura), pero también de la cultura (desde la novela 'Madame Bovary' o la ópera 'Carmen' a las series 'Fleabag' y 'Mare of Easttown'). Se devora en un fin de semana.

¿Por qué hay que leer 'Malas mujeres'? Para corroborar que una mujer independiente no es un peligro; ni antes, ni ahora. Al contrario, sólo las personas con criterio propio y libres de servidumbres logran que las sociedades avancen. Y si no os gusta el libro, ¿qué? Pues acudid al tópico: como siempre la culpa es nuestra, de ellas, de las mujeres (de Marta, por ficharme y mía, por leer cuando debería estar ¿fregando escaleras? ¿poniendo lavadoras?).«

Gat-checking: periodismo de gatos

Sobre todo si no hay que levantarlas m. h.

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44. La casa de tus padres

45. Mi coche

46. El primer cumpleaños

47. El amor era esto

Esta semana quiero que me cuentes si haces deporte o dieta. ¿Cuál ha sido la mayor barbaridad que has hecho para querer ponerte en forma? Me encantará leerte en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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