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Servidora, en 2019 en la zona de acceso a las Casas Colgadas que se ha derrumbado m. h.

DE TURISMO A MI CASA

M. Hortelano

Valencia

Miércoles, 26 de mayo 2021, 00:54

Hola capturadores

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Ayer bajé al trastero a por dos maletas. Estaban cogiendo polvo desde el verano pasado, sin entender nada de su nueva ubicación. Me imagino a las dos Samsonite hablando entre ellas.

-Oye, ¿tú sabes por qué nos han bajado aquí?

-Ni idea, pero tengo un mono de maletero que no me aguanto. Con el tute que nos han dado en esta casa...y mira dónde hemos acabado, con las bicicletas de montaña en este cuartucho.

Los dos ejemplares, ya casi reliquias, llevan cogiendo polvo desde que el verano pasado las paseamos por Canarias. Antaño hacían la ruta Valencia-Cuenca y Valencia-Pamplona por lo menos una vez al mes, y les caía un cruce de charco de vez en cuando. Pero las cosas son como son y el estado de alarma nos obligó a tomar medidas drásticas y a poner la elíptica donde antes estaban las maletas y viceversa. Pero, mañana es el día. Después de tres estaciones, mi regalo de cumpleaños y el de Reyes, voy a cruzar Contreras. De hecho, llevo varias noches visualizandoel cartel verde que marca el cambio de comunidad autónoma, encima de los pantanos, con más neones que el de Welcome to fabulous Las Vegas. Por si las moscas, iré con una pegatina con mi nombre y diré enseguida la palabra morteruelo por si con esto de las restricciones han puesto contraseña de entrada. 

Y es que, amigos, vivir lejos de casa siempre ha sido muy duro, aunque muchos nos hayan descubierto con la pandemia cuando se dieron cuenta de que no podían venir turistas. Sobre todo los que no se pudieron juntar a cenar en Nochebuena aunque se habían comido la paella del domingo juntos, o los que no han podido ir a su apartamento de la playa por estar en la provincia de al lado. Verdaderos dramas del primer mundo, como a mí me gusta llamarlos. Fruslerías. Pero nadie se ha acordado demasiado de los que hicimos camino fuera de nuestras casas. De los que utilizamos el carril de la autovía que va en dirección contraria a la playa. Los que no tenemos a nadie que nos haga el estraperlo con los tuppers, los que no tenemos a nuestra familia a tres paradas de metro o de los que ya hemos pasado alguna Navidad que otra en mesas de dos. Quizá nosotros ya vivíamos nuestra propia pandemia antes de que llegara la del coronavirus, nos hemos perdido algunos cumpleaños de más y hemos acudido a alguna comida de menos. Pero ahora, con esta movida, hemos sido algunos de los grandes damnificados por las nuevas fronteras. No nos hemos visto ni desde el balcón.

Suerte que estos largos meses en los que muchos se han saltado las restricciones porque ellos quieren más a sus familias que los que nos hemos puesto una chincheta en el culo y hemos tirado de google para replicar las recetas navideñas de nuestras casas, al menos yo he tenido a la Ana Iris, mi nueva Whitney Houston. Me monté en su 'Feria' hace unos meses y descubrí que estar en su mundo de carteros, feriantes y bisuteros era como estar en el mío, aunque a 200 kilómetros de distancia. Ella me ha salvado los peores días de espera, los que se hacen más largos. Cuando mañana llegue a casa espero que no me esté esperando una «sartenceja de gachas» como la que le preparaba su abuelo, porque igual con 30 grados me da un soponcio de calorías (de las que engordan y de las que se sudan), pero ojalá sí un pollo asado por la Celia, que no es la Ana Mari, pero es la mía. Cuando mañana aterrice en Cuenca dejaré de ser la Hortelano (como me conocen en Valencia) para ser la Marta, la de la Mariví. Como si saliera del transformador de Tu cara me suena. Y llegaré ahí con mis aires de gran capital para tener que acabar reconociendo que me he creído clase media demasiado rápido y yo también he puesto una orquídea y una monstera donde lo que tenía que haber es un poto y un geranio, como bien alertaba la Ana Iris. O una planta del dinero, como la que tenía mi abuela. Cuando baje del coche será como si me hubiera ido ayer, como siempre me pasa. Mi perra, Rita, me reconocerá a metros de distancia aunque lleve un año sin verme. La Celia me tendrá el pollo en el horno (lo empieza la noche de antes) y veinte o treinta botes de tomate frito en conserva del huerto (porque sabe que no como de otro), mi peso en tuppers de morteruelo casero y un par de tarrinas de jamón del bueno de Bermejo, porque aunque no somos Extremadura ni Huelva, el mejor jamón lo venden en esa tienda que tiene más años que todo internet. De postre habrá rosquillas de Marisol y cuando ya no pueda tragar más, me desplomaré en el sofá más grande, todo lo larga que soy (como se dice en mi casa), sin recoger la mesa, aunque no quepa nadie más y se tengan que sentar en sillas. Porque así nos tratan a los que ya llegamos con pasaporte. A los que vamos de turismo a nuestra casa. 

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Esta vez, con un poco de suerte, y vacuna mediante, igual hasta nos damos un abracito antes de ir a inspeccionar cómo me tienen la ciudad. Que una está unos meses sin aparecer, y se cae hasta el acceso a las Casas Colgadas. Espero que si me encuentro a alguien que conozca no se dé cuenta de que me han salido dos canas. Sí, dos, que las tengo localizadas. Igual incluso me puedo pasar por el ambulatorio, que he leído que a los adolescentes como yo, en Castilla-La Mancha en unos días les empiezan a poner la vacuna. ¿Y si hay suerte y salgo de allí con la de Moderna? Tengo las mismas posibilidades que Blas Cantó de ganar Eurovisión mañana... .

Culturismo

Una nimiedad, un dramita del primer mundo. Sustantivo femenino. Este vocablo se refiere a una cosa de poco valor, estimación o de interés. En uso coloquial, hecho, acción, dicho o acto insípido o insustancial, también de poca importancia o sustancia, por lo insignificante, inapreciable o desestimable. Es un derivado de fruslera (latón, metal fundido de poco valor), palabra que antes fue fuslera y que procede del neutro plural latino fusilaria (cosas fundidas, chatarrería), un derivado vulgar del adjetivo latino fusilis (fundido o que se puede fundir.

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Pantallazos

Esta semana hice una democrática encuesta en Instagram para saber qué tipo de mercancía preferían los lectores para esta semana de desenfreno. Ofrecí potingues, como continuación de esta incursión el mundo de la dermocosmética, o una receta. Pero la cosa quedó en empate total. Así que he pasado de la democracia y lo he echado a suertes. A Ella Baila Sola, le funcionó.

Potingue: A estas alturas de la pandemia, quien más y quien menos tiene las manos para lijar una cómoda, de tanto hidrogel. Este truco que os voy a dar siempre se lo vi hacer a mi madre, que era sanitaria y que abrazó el camino de la higiene desde sus tiempos mozos. Antes de dormir, ponte crema de manos en las manos. Cuando la haya absorbido, úntalas en vaselina de la de tubo. Bien de vaselina. Hazte con unos guantes de algodón (los venden en cualquier sección de droguería) o unos que tengas viejos y póntelos. Duerme con el ungüento y al día siguiente, si alguien te mira las manos pensará que aún estás en el colegio de lo finas que estarán. Mi madre lo hacía con Nivea de bote, pero la vaselina y la crema son más efectivas. Palabra de farmacéutica en mi segunda reencarnación.

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Flores: Ya sé que han llegado las peonías. Me lo recuerda Laura cada mañana. Sí, son muy bonitas, le gustaban a la de Sexo en Nueva York y su floración es un espectáculo. Pero si te vas a una floristería de barrio y les pides unas astromelias te durarán en casa el doble que las peonías. Y te costarán mucho menos de la mitad. Habitualmente, se usan de relleno en los ramos, pero un paquete suelto para llenar un jarrón no suele superar los 8 euros.

Un queso: No siempre hay, pero cuando hay, date el capricho. Alp Blossom llega de las montañas de Heidi hasta nuestras casas. En Valencia lo puedes encontrar ahora en La Majada. Si no, hay queserías maravillosas por internet como Cultivo, que tienen uno similar que se llama Lola Montez. Es un queso de leche de vaca con una corteza de flores increíble. De verdad, un quesazo. No se me ocurre nada mejor para estos días de primavera.

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Gat-cheking: Periodismo de gatos

Si después de la paella y 25 flanes te has quedado con hambre, tu madre te puede sacar jamón LP

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta carta en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigas. Compartir es vivir. Y dicen que de guapas. Y si eres nuevo aquí y te perdiste las primeras cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí y también aquí

Deberes para esta semana: Procrastina y dime de qué quieres que hable la semana que viene. Pídemelo aquí: marta.hortelano@lasprovincias.es Prometo no contar nada. O sí. A cambio, si quieres, me mandas un correo y te puedo mandar mi guía de Cuenca con bares y movidas.

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Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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