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Hola capturadores
Hace unos diez años que no me subo a una báscula. Sin embargo, tengo un método infalible para certificar que peso lo mismo desde que tenía 17 años: unos pantalones vaqueros de Levi's que me han ido apretando de distintos sitios a lo largo de estos veinte años, pero que de momento me cierran con holgura. Y eso que, como decía mi madre, las Rubio somos de la calidad del tordo. «Cara fina y culo gordo». El caso es que he tenido la suerte de comer y beber siempre lo que he querido para estar exactamente igual durante décadas, lorza arriba lorza abajo. Algo que, por cierto, jamás me ha preocupado, porque lo que de verdad me ha quitado siempre el sueño ha sido el resultado de las analíticas, como buena hipocondriaca que soy. Pero con las tallas de Amancio me pasa como al propietario, que me dan igual.
Eso si, toda la vida he sido muy morro fino para comer. La tortilla de patata sólo si está poco cuajada, las judías verdes si están de su color original y el jamón que sea de Bermejo, que es una tienda de Cuenca en la que la Celia me compra los embutidos y los quesos para que cene en condiciones aunque tenga ya 37 años y haga 20 que vivo fuera de sus faldas. Pero, si hay una cosa con la que me ganas para siempre si me quieres enamorar, gastronómicamente hablando, son las patatas fritas. Como plato. Así, sin artificios. No conozco a nadie a quien no le gusten, pero tampoco son la comida favorita de nadie. Ni molestan ni enamoran, pero nadie las revindica como el manjar que son. De hecho, cuando llegamos a la edad adulta empezamos a apartarlas del plato combinado para que la suma de calorías no se nos vaya de las manos y empezamos a sustituirlas por verduras, como si el mezcladillo aceitoso de calabacín y cebolla por el que nos las cambian tuviera menos probabilidades de saturar nuestras arterias. Eso, y el sentimiento de culpa que nos han metido siempre en la cabeza con nuestras amigas las patatas. Engordan tu cuerpo y tus arterias. Haz la prueba en un bar o restaurante al que vayas. Verás como las patatas son enemigas de ellas y amigas de ellos. Como las tallas. Ese eterno dilema de báscula vs. ganas de vivir.
Las patatas fritas son una religión en mi casa de Cuenca. Mi abuela siempre las sacaba a pasear cuando la chica (es decir, yo) tenía el morro torcido ese día y no quería comer de lo que había, a modo de comodín «¿Te frío una patatilla?», me decía. Música celestial para mis oídos. Cuando era más pequeña mi tío Julián, el santo marido de La Celia, era mi cómplice para tenerlas como cena, porque siempre le han gustado tanto como a mí. A nosotros nos gustan a bastones. Como las de toda la vida, vamos. Y con patata nueva, claro. Pero no les hacemos asco a los daditos, a las patatas a la panadera o a las de forma de cualquier cosa. Fritas en aceite de oliva de la cooperativa de los vecinos y con la sal suficiente para que se nos corten los labios. La simplicidad hecha lujo. Porque, además, hacerlas bien lleva su tiempo, porque no sirve echarlas de cualquier manera en una sartén. Las patatas tienen su liturgia y un error en los pasos nos puede devolver un plato aceitoso de piezas blandengues o demasiado crujientes.
Sin embargo, aunque por sí mismas suponen una delicia, siempre son acompañantes de algo que consideramos más principal. Un filete, un pescado, o incluso un triste huevo. Todo siempre tiene más entidad que ellas. En mi casa hay hasta un corte distinto según el plato al que acompañen. Si van con huevo, a lo pobre. Si son para las albóndigas, a daditos. Y si son solas, en plan guilty pleasure, a bastones, como toda la vida. Pero aún así, casi siempre son actrices secundarias. Y eso que tienen hasta un día internacional, como casi todo en esta vida (el 20 de agosto, por cierto. Son Leo, como yo) y más de 24 millones de resultados en Google. En Valencia las metemos hasta dentro de los bocadillos, algo insólito fuera de lo que los ñoños llaman 'terreta'. Pero a la hora de la verdad, no aparecen en las cartas de los bares y restaurantes si no llevan el apellido de bravas o de barbacoa. Porque las consideramos mediocres. Pobres. Insustanciales. Nadie las elegiría como última comida antes de morir, pero todos estamos deseando meterle mano a esa parte del plato que, yo particularmente, siempre me reservo para el final.
Y, en ese viaje por la negación de la patata frita hemos tratado de evitarlas por la vía del horno, del microondas, del agua hirviendo y ahora de la air fryer. Cualquier cosa nos vale menos aceptar que la patata y el aceite, como las amigas que se besan de la Rosalía, son la mejor compañía. Pero, estamos a tiempo de darles el papel que se merecen en uno de esos días sin sol en los que ya ni la onza de chocolate negro nos apaña. Haz una prueba lo antes posible y vuelve a ser protagonista de tu propio menú infantil. Prepárate unas patatas fritas con amor y buen aceite, ahora que es artículo de lujo. No las acompañes de nada y deja que ellas te acompañen a ti en tu día de mierda. Manda a la mierda a la culpabilidad de entregarte a los hidratos por unas horas y dales el papel protagonista que siempre han reivindicado. Y eso, lo mismo, con algunas de las personas que te rodean. Valora a los que siempre están para sacarte de un apuro, pero suelen quedar en un segundo plano, atentos a cada despiste. Dile a los que quieres las cosas buenas que hacen, aún a riesgo de que les suba un poco el ego del colesterol. Y empieza a a darte cuenta de que tu persona patata frita (como la persona vitamina de Marian Rojas) es en realidad el mayor de los tesoros. Una Motomami lo tendría claro. Las patatas fritas bien merecen un lugar protagonista en la historia de nuestra vida. Y más ahora que encontrar casi cualquier cosa en el supermercado es más complicado que memorizar las letras de la Rosalía. Os dejo, que me voy a freír patatas.
Culturismo
Es el nuevo trasto de moda en las cocinas de la humanidad moderna. En realidad es un pequeño horno de convección que achicharra a base de aire caliente cualquier cosa que le pongamos delante. Para que te vayas familiarizando con una, te dejo aquí el reportaje que les dediqué hace unas semanas. Quédate con el nombre... Air Fryer (pronunciado er-fraller). Es ya lo más buscado en Amazon desde que estamos en esta crisis tan loca.
Pantallazos
Esta semana te traigo tres planes que se pueden hacer desde distintos sitios. Uno, desde el sofá, otro desde el sillón de leer y otro en uno de los sitios más bonitos de Valencia.
-Atracón de series: Si estás enganchado a las series, estás de enhorabuena. Vuelve el Lab de Series, el festival dedicado a este género en Valencia. Se celebrará de manera presencial, del 26 de abril al 1 de mayo en La Filmoteca, en el Instituto Valenciano de Cultura, en Las Naves y en La Mutant. Atento a sus redes sociales porque dentro de poco desvelarán el programa. Pero si quieres ir poniéndote al día de por dónde irán los tiros, ponte alguno de sus podcast en el que los agentes del Laboratorio de Investigacion de Series (LIS) analizan y destripan todos los detalles de las series del momento.
-Rockstar: La actriz y comunicadora Salud Martínez ha pasado de trabajar en su día en El Corte Inglés a conseguir colocar su primer libro en una de sus estanterías. La de vueltas que da la vida. Pero, si eres de Valencia y quieres que la propia Salud te lo dé y firme en mano, el 8 de abril está montando un buen sarao en Espacio Palm, en el que te puedes apuntar aquí, para presentar a su criatura. Ah, calla, que no te he dicho ni cómo se titula. Apunta, es el 'Método Impulsa tu Rockstar'. Y no, no va de música. Te lo cuenta ella en este hilo .
-Atlántico y Mediterráneo: El martes habrá dos pares de manos cocinando juntas en Valencia que no lo suelen hacer habitualmente, aunque se suelen entrelazar muy a menudo. Este 29 de marzo el cocinero gallego Pepe Solla cocinará junto con Begoña Rodrigo un menú especial en La Salita, el restaurante que la chef tiene en Valencia.Una oportunidad única de ver trabajar juntos a los equipos de los dos restaurantes (ambos con estrella Michelin). Hay muy pocas plazas, pero si te haces con una de ellas seguro que lo disfrutas mucho. Ah, y Pepe, por favor, cuando vengas, llévate la lluvia a Galicia y devuélvenos el sol, por favor.
Gat-checking: Periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
39. La revolución de la mantita
40. Las manualidades
Esta semana quiero que me cuentes cuál es tu comida favorita. Y una curiosidad. ¿Comes patatas fritas? ¿Cómo te gusta cortarlas? .Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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