![#55 La peluquería](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202209/14/media/pelu2.jpg)
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Hola capturadores
Muchos de los sábados por la mañana de cuando era pequeña me los pasé en la peluquería del barrio donde mi abuela acudía para echarse la ampolla morada que evitaba que el pelo blanco amarilleara y peinarse para toda la semana o, si esa semana tocaba, hacerse el moldeador, que era como las abuelas de la época llamaban a hacerse la permanente para no tener que andar todo el día con los rulos puestos. En esa peluquería, en la que metían a las señoras la cabeza en unos cascos de calor para que les subiera antes el tinte o les amortiguara el ruido de los secadores, aprendí dos cosas: a escuchar las conversaciones ajenas y a leer el ¡Hola! cada miércoles (antes cada jueves). Mi abuela iba a la peluquería todas las semanas. De hecho, como muchas otras señoras, no se lavaba el pelo en casa, porque a esas edades las hormonas ya no te lo engrasan y la laca y dormir con redecilla te dejan ir más o menos peinada sin tener que apañarte en casa. Pero, esa excursión a un pequeño local enfrente de nuestra casa antigua no era sólo cuestión de coquetería, sino el único rato para muchas mujeres de la época para quitarse el traje de ama de casa e interactuar con otras mujeres fuera de la hora de la compra, a precios populares. Algunas, incluso, acudían a improvisados salones en casas particulares, como el de las mellizas al que acudía con La Celia, donde tenías el bote de champú a tu nombre para que te saliera más barato.
Y es que las peluquerías y las peluqueras y peluqueros deberían ser patrimonio de la humanidad por su labor para poner en orden las cabezas de la sociedad. Y no sólo la parte de los pelos, sino también lo que va dentro.
Esta semana pasé la ITV del pelo y me corté toda la melena que había estado más de dos años dejando crecer para donarla a una asociación que la utiliza para hacer pelucas oncológicas para las pacientes que perderán el pelo por algún tratamiento. Pero también me hice los reflejos y me di el gustazo de que me masajearan la cabeza a conciencia mientras te frotan el champú y doscientas mascarillas para dar brillo, hidratar, quitar el encrespamiento y conseguir la paz en el mundo. Una suerte de puesta a punto para empezar el año académico apañada y con un cambio de look de esos que te sirven de motivación. Aunque te hayas cortado las puntas.
La peluquería es terapéutica. Un lugar de encuentro en el que llorar tus penas, presumir de tus alegrías y comprobar que lo que nos pasa a una nos pasa a todas. Donde todas tenemos voz y donde nuestra peluquera se traga todas nuestras penas, nos pregunta por nuestras cosas y tira millas con canas difíciles de tapar. Y donde ganarle un rato a la soledad que algunas personas sufren, sobre todo las más mayores. El lavacabezas tiene más de diván que el Le Corbusier de un psicólogo. Las conversaciones son la misma vida. Lo que ha subido la compra, lo que ha costado la vuelta al cole, los trucos para forrar los libros o las nuevas incorporaciones a la parrilla televisiva. Sobre todo en las peluquería pequeñas, las de barrio como la mía, donde acudo desde que puse un pie en Valencia, hace la friolera de veinte años. Mi pelo está en manos de Sandra, como los ahorros más preciados de otras personas lo están en manos de sus banqueros. A ella me encomiendo para un rato de conversación, de recuerdos, de piedras, chakras y aceites esenciales. De mechas, de papel albal y de revistas del corazón, aunque siempre me llevo un libro que nunca toco. Porque entre escudriñar las casas de los pijos y leer a Javier Marías con la cabeza llena de papel de plata, lo primero es siempre mi opción.
Mi fidelidad a la misma peluquería es ya inamovible. Una lealtad a prueba de ofertas y queratinas. Algo que, además, nuestras peluqueras valoran. Así, además, nos evitamos los dramas de pelos chuscarrados como los que no dejo de ver en TikTok y a los que reconozco que me he hecho un poco adicta. Melenas hechas a base de foto de instagram que acaban en tragedia, como cuando antes de internet íbamos al salón con una foto sacada de una revista para que nos dejaran idénticas a Victoria Beckham, con esa melenita más larga de delante que de la nuca, o para que nos plantaran dos mechones rubios como los de Valle, la de Compañeros. Porque ya se sabe, si le dices a la peluquera que te haga lo que quiera, te hará caso, pero si le llevas una foto… también, aunque el nuevo look en el que te has empeñado te quede como el culo. Mi Sandra no. Ella no hace chapuzas. Sólo hay que observar cómo lleva tu peluquero su pelo para saber si es de fiar.
Así que amigui, ha llegado el momento de dejar atrás el pelito de verano (ese que lucen todas nuestras políticas en agosto) y acudir a la peluquería. Lo de menos es el corte o el cambio, que siempre sube la autoestima. Lo importante es pasar la mañana o la tarde cotorreando con desconocidas, o con compañeras de peluquería, o simplemente cerrando cinco minutos los ojos mientras te frotan la cabeza con champú. O escuchando el ruido blanco de un secador, ese que duerme a los bebés, que a estas alturas de la película, me parece un lujo de los de pegarse un gusto al cuerpo. Gracias, peluquerías.
TRES COSAS
🐦 Una cuenta de Instagram: Si hasta el año que viene no vuelves a viajar, te dejo la cuenta de @Prior para que vayas eligiendo destino o, simplemente, disfrutando desde tu casa de los lugares que otros han recorrido. Me pasaría las horas...
🍏 Una novedad para chuparse los dedos: La vuelta a la rutina es siempre una odisea contra la pereza. Y si encima has decidido comer sano por aquello de empezar con un propósito, la cosa ya se va haciendo cuesta arriba. Pero desde esta semana, si vives en la Comunitat, Madrid o Cataluña, dos mujerazas quieren hacer ese trabajo por ti. Cuchita Lluch (presentarla me parece una ofensa, porque Cuchita es patrimonio), y Bego Lluch (cocinera, experta en nutrición y con un curriculum que apabulla) han abierto por fin Begoístas, su negocio de comida saludable (y riquísima, que yo la he probado) para comer en casa, la oficina o en un pícnic. Te la envían a casa los sábados para que tengas desayuno, comida y cena durante 5, 9, 21 o 66 días. Ah, es sin gluten, sin lácteos, sin azúcares refinados y sin carnes rojas. Pero sin ser mágico, está tan bueno que querrás mojar pan bueno. Ah, no te quedes sin probar los mocktails...
💩 Una frase: Si septiembre se te hace bola, aquí mis sensaciones de este mes...
CÍRCULO DE CAPTURADORES
A horas de que acaben los fastos funerarios por la Reina de Inglaterra, nuestra lectora más lectora, Carmen Velasco, vuelve de las vacaciones con una recomendación de lo más real. Y sólo tiene 120 páginas.
«En días reales y de exaltaciones 'british' no está demás recordar que la cabeza sirve para algo más que lucir corona. ¿Qué libros se le recomienda leer a una reina? ¿Qué títulos lee Isabel II? ¿Es la monarca una devoradora de literatura? En 2007 Alan Bennett trazó una trama sobre estas preguntas y creó una exquisitez literaria en 'Una lectora nada común'. Lo de Bennett es ficción, pero muy ingeniosa. ¿De qué va 'Una lectora nada común'? Isabel II visita una biblioteca móvil, que ha aparcado en palacio, y se deja asesorar por el joven Norman. Lo importante: descubre el placer de leer casi por accidente y esa pasión lectora desconcierta a todo el mundo. 'Una lectora nada común' tiene humor y juega con la ironía. Esta pequeña exquisitez se lee en un fin de semana. In ̶G̶o̶d̶ books we trust«.
GAT CHECKING: PERIODISMO DE GATOS
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Gracias por leerme
Marta
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