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Carmen Velasco (i) a las 7 de la mañana en su paseo por la playa.Yo, el día que voy (d) MH
El placer del silencio

El placer del silencio

Miércoles, 28 de julio 2021, 11:23

Hola capturadores

Una de las cosas buenas de hacerse señora es que abres el ojo temprano sin despertador aunque la noche de antes se te haya ido la mano viendo a Broncano y hayas cruzado la barrera horaria en que te conviertes en calabaza. Da igual que sea el primer día de vacaciones, domingo o día libre. Ahí está tu tic tac interno, despertándote a las siete menos cuarto porque, en el mejor de los casos, ya has dormido tus horas y en el peor, te has quedado dormida encima de un brazo y no te llega el riego. Y digo que una de las cosas buenas que tiene crecer es madrugar porque a esas horas hay silencio. O menos ruido. Y es que el silencio se está convirtiendo en un bien escaso. Lo pensaba el otro día mientras me tostaba al sol de una playa valenciana a la que solo van los valencianos. Escuchar el mar se ha convertido en algo imposible. Abrir un libro voramar y tratar de ponerle el batir de las olas como banda sonora a la historia es más difícil que pillar hora para vacunarse en Jubiocio.

Pero, abrir el ojo pronto te regala grandes momentos en la vida, aunque estoy segura de que también te la acorta. Eso es otra historia. Madrugar por sistema me brinda placenteros momentos de silencio en los que no se oye más ruido que el de algunas duchas de los vecinos, pájaros saliendo de su guarida y coches fugaces camino del trabajo en grandes avenidas. A esa hora, yo les doy de desayunar a mis plantas, que están felices repartidas por toda mi casa y mi balcón porque las cuida una Leo como yo. Y ya me explicó hace poco Azahara Santoro, la dueña de Antevasins Store que los Leo somos muy buenos con las plantas porque somos seres de luz y les ayudamos a hacer la fotosíntesis. O eso entendí yo. Cuando termino de regar, a veces aprovecho para pintarme las uñas en silencio, o para leer algunas páginas de los libros que llevo entre manos. O veo el momento ideal para darle un repaso a las revistas a las que estoy suscrita y que se me acumulan en una mesa de casa. Eso y desayunar a la hora de las gallinas, sin prisa, con tiempo para saborear cada bocadito de la tostada de pan de masa madre con mantequilla con sal y mermelada de albaricoque que me meto entre pecho y espalda, sabiendo que es tan pronto que me puedo ir a reposarlo a la cama, porque a esas horas a nadie del trabajo la ha dado por importunar. Eso, y tener el día entero por delante. Mi momento. Y todo eso en silencio, una de las únicas cosas buenas que nos trajo el confinamiento de la pandemia. La ausencia de ruido durante unas semanas. Algo tétrico, pero casi poético.

Pero, volviendo al redil, que me disperso, donde yo ahora no encuentro la paz sonora es en la playa. Cuando aterrizo en la primera fila de orilla, cargada con mi silla, mi sombrilla, mi nevera, mi gorra, mi capazo, mi bañador de dinosaurios, mi bolsa para recoger mi basura, mi toalla, mi bolsa de cremas, mi agua fresca, mi libro y el ¡Hola!, y por fin consigo clavar el palo que me convierte en inquilina durante unas horas de esa parcela de arena, entonces caigo en la cuenta de que en la playa ha dejado de oírse el mar. Eso y que ahora necesito ir con carro, como a la compra, para poder llevar todos los trastos que necesito para pasar la mañana mecida por la brisa. En la playa se escucha reggaeton a través de los puñeteros altavoces que le ha dado a la gente por llevarse a la toalla para amargarnos la existencia. En la playa se escuchan conversaciones banales sobre novios, novias, trabajos y telenovelas turcas, entre compañeros de toalla que utilizan el salitre para la cháchara. En la playa se oyen ruidos de pelotas golpeando con candencia las palas de madera. Se escuchan motos de agua y niños pidiendo guerra, se escucha el devenir de las neveras y el crujido de los snacks con los que hacemos boca. En la playa se escucha de todo menos el mar. Ahí ya no se puede ir a escuchar las olas, salvo si eres mi amiga Carmen Velasco y acudes en pleno orto, para poner tú la arena y el yodo. Frente a la orilla ya no se puede leer un libro con banda sonora marina salvo si acudes fuera de hora o lo haces a una cala de esas perdidas que por culpa de google maps ahora ya no son secretas. Y no se escucha el silencio, ni se escuchan las olas romper porque hemos convertido la playa en un descampado más de nuestra existencia al que acudir a echarnos sal en las heridas los días de calor. El gran Manuel Vicent dice que «el paraíso es cualquier sitio donde el Mediterráneo besa la tierra». Se ve que no ha ido a la Malvarrosa un domingo de julio.

Y es que hemos ocupado la arena con chirinquitos improvisados, megaconstrucciones de Decathlon, mobiliario de jardín y toallas redondas en un paraíso en el que hasta hace poco, a mí se me diluían todos los males en agua con sal. Ahora, a duras penas puedo pasar un rato en la tumbona porque enseguida tengo calor, sed, pis, me molesta el ruido, me quema el sol y me suda el bigotillo. Pero sobre todo, porque ya no soy capaz de escuchar el mar en esa especie de festival del tinto de verano en el que hemos convertido la arena. Así que aquí estoy, rajando de ir a la playa cuando lo que de verdad me pasa es que la piso poco y lo poco que la piso es en días valle. Madre mía, con lo que yo he sido, que antes iba a la playa con una triste toalla y un bote de Delial.

Culturismo

Orto

Según la RAE, la salida o aparición del Sol o de otro astro por el horizonte. Vamos, el amanecer, la salida del sol, el mejor momento del día. El término viene del latín ortus que significa nacimiento. Esta palabra se relaciona con el verbo orior (levantarse, nacer), de donde viene la palabra «oriente», y con la palabra latina origo (origen). «Orto» y «salida» son sinónimos. El antónimo de orto es ocaso.

Pantallazos

Esta semana en LAS PROVINCIAS nos hemos puesto el bañador para traerte los contenidos más veraniegos. Aquí estaremos todo el verano, para que nos leas desde la playa

- OVNIS: Mi compañero Álex Serrano inició el fin de semana pasado una serie sobre Expedientes X valencianos que han convertido la redacción en una nave del misterio. Desde que leí el primero no he vuelto a acercarme a un timbre. Publicará uno cada fin de semana y en el de esta semana volvemos al colegio...

- Tiendas: También cada semana durante el verano, la compañera de Culturas Laura Garcés nos llevará de compras a épocas pasadas, para conocer comercios históricos que fueron y ya no son. En esta ocasión ha viajado a Lanas Aragón. la tienda de las bolsas amarillas que ocupó el hoy edificio del Corte Inglés. La serie es deliciosa.

-Música: Sube el volumen que los jueves de verano vienen con música. Como DJ, la jefa de Culturas del periódico, que nos trae cada semana una canción que forma parte de la Banda Sonora valenciana. Ojo, no son canciones del verano, sino melodías míticas creadas por leyendas valencianas.

Gat-checking: periodismo de gatos

En aguas de Valencia hay un nuevo animal con cabeza de gato y cuerpo de ballena. Un misterio digno de Álex Serrano MH

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y dicen que de guapas. Y si eres nuevo aquí y te perdiste las primeras cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo.

1. Captura de pantalla

2. Miedo a ser normal

3. De turismo a mi casa

4. Hacerse la croqueta

5. Sacar de paseo al frigopie

6. La edad de oro del satisfyer

7. El verano de nuestras vidas

8. No hacer nada

9. El marido de la influencer

10.Agujetas de color de rosa

11. El DJ de Jubiocio

Deberes para esta semana: Cuéntame cosas que pueda hacer este verano en la ciudad. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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