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Pastora Imperio, famosa bailaora sevillana, posa junto a un grupo mozalbetes, en las inmediaciones de la Casa de la Moneda, en Madrid, en los prolegómenos del Sorteo de la Lotería de Navidad de 1914 ABC
Lo de la Lotería

Lo de la Lotería

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 17 de diciembre 2021

Hola capturadores

Antes de que te dé un parraque, no. No has sido agraciado con miiiiiiil euros por abrir esta carta. Pero el día menos pensado hago un sorteo como los de las ifluencers en Instagram. Está al caer.

Estamos a punto de meternos en terreno pantanoso navideño, de cortar la cinta que inaugura los días de fiesta que, en mi casa, al menos, siempre ha sido el día de la Lotería. El 22 de diciembre ha hecho más méritos para ser festivo que muchos de los días en rojo del calendario laboral. Sobre todo porque ese día cierran las puertas de colegios e institutos para mandar a casa a los mochuelos hasta que los camellos se hayan comido hasta la última zanahoria y los pajes reales se hayan empinado hasta el último chupito de Baileys. Y es que el día de la Lotería ha sido siempre uno de mis favoritos del año, y eso que en mi familia no ha tocado nunca ni la pedrea.

El 22 de diciembre siempre ha sido un día especial en casa de los Rubio. Una especie de recital de la ilusión. Seguro que el hecho de que nunca haya habido demasiados ceros en la cartilla del banco ha tenido siempre mucho que ver. Mi abuelo Federico era un gran lotero. Sí, sí, lotero, como si suya fuera una de las administraciones de lotería de la ciudad. Él compraba los números de todos los sitios que frecuentaba durante el año y, por supuesto, el de Obras Públicas, el que había sido su trabajo durante más de 45 años. Con esos números hacía papeletas con una libreta que vendían para trocear la lotería y se los enviaba a sus parientes y amigos en sobres de correos. De cada décimo igual sacaba diez participaciones. Eso sí, sin recargo. Por aquello de tener el detalle de compartir. Nunca tocó nada, por lo que mi temor a que mi abuelo hubiera dividido aquello en más pesetas que las que valía el décimo y vinieran personas a reclamarnos el premio a casa nunca se cumplió. Eso sí, en su sobre de lotería, que guardaba en uno de los armarios del cuarto de estar, había un buen fajo de décimos y papeletas. Aunque nunca he sido muy madrugadora, hasta que me salió la primera y única cana que tengo, ese día salía de la cama como un respingo. Primer día de quince sin colegio, mi abuela Ascensión hacía Paladín (que es como llamaba ella al chocolate a la taza) y se encendía la tele para empezar a escuchar los primeros trinos de unos niños como yo, pero en pantalón y falda corta. Los de San Ildefonso. A esa hora, mi abuelo Federico y yo nos sentábamos en el cuarto de estar con el sorteo puesto y empezábamos, mano a mano, a soñar con una fortuna amasada a partir de la unión de dos bolas. La de uno de nuestros números y la de 300 millones de pesetas, que darían forma a nuestro particular Gordo. Por aquella época no existía internet, ni nadie me había explicado bien que los tropecientos números que cantaban los niños al soniquete de 150.000 pesetas (lo que ahora son miiiiiiiiiiiil euros) eran casi infinitos. Así que allí estaba yo, con una de mis libretas, mi bata de guata rosa y mi paladín, apuntando todos y cada uno de los números que cantaban los niños. Así hasta que me cansaba. Mi abuelo me miraba con cara de pillo, pensando en que todo ese trabajo artesano de caligrafía, con el que yo me estaba callada, luego se lo pasaba él por el arco del triunfo cuando acudía al kiosko, después del chato en la Bodeguilla, para hacerse con las páginas recién impresas de todo el listado del sorteo. Después de comer, sacábamos las sábanas de papel y repasábamos uno a uno los números que habían sido premiados con lo que fuera. Así, doscientas veces seguidas, por si se nos había pasado un número, y siempre con la esperanza de que la lista del periódico del día siguiente, en el que ya se daban por definitivos, hubiera arreglado los errores de las prisas y nos convirtiera en millonarios en diferido. Algo que, por supuesto, nunca pasó. Entonces, mi abuelo pronunciaba la mítica frase de «el año que viene no compro más» y mi abuela, que apenas se había hecho con la papeleta de Bermejo y de la frutería de Seve le respondía. «A mí sí que me ha tocado la Lotería porque no me he gastado nada». Y así pasaron tropecientos años. Hasta que yo me hice mayor y ellos se murieron.

Hoy, yo soy un poco mi abuela y solo compro el décimo del trabajo, pero no porque crea que me voy a hacer millonaria, sino por aquello de no poder soportar la idea de que todos los demás descorchen cava en la redacción y yo me quede con cara de tonta por no haberme gastado los 20 euros del impuesto revolucionario que te da acceso al rebaño. Pero ahí acaba mi participación en el día de la ilusión. Ni compro papeletas, ni décimos, ni hago largas colas en Doña Manolita, ni me acerco a Manises, el nuevo templo de la Lotería. Tampoco financio viajes de estudios, ni comisiones falleras con los recargos que le cascan a sus participaciones. Ni riño con amigos y compañeros por décimos compartidos, ni tengo a miedo a deshacer el boleto ganador en un lavado corto. Eso sí, el año pasado le pedí a mi pitonisa particular Tamara (ojo, vuelve el horóscopo para despedir el año) que echara las cartas para conocer el número ganador antes del sorteo. Y ojo, que lo vendían en un pueblo del área metropolitana de Valencia. No tocó, claro, pero nos echamos unas risas. Tampoco busco mi cumpleaños por internet, ni fechas señaladas para plasmarlas en forma de billete. Ni siquiera estoy atenta al sorteo y ya nunca miro la lista, porque no tengo números que comprobar, que encima ya se hace por internet, sin magia. Pero reconozco que la fecha me sigue despertando la misma ilusión que por aquel entonces. Ese soniquete, esa esperanza de que alguien podrá tapar muchos agujeros, de que en la redacción del periódico habrá desayuno, de que para muchos empezarán las vacaciones y de que un año más muchos dirán como mi abuelo: «el año que viene no compro más» y yo diré como mi abuela: «A mí sí que me ha tocado la Lotería porque no me he gastado nada» y sobre todo, porque tengo salud y vino suficiente para todas las Navidades. Pero oye, que si toca el número del periódico tampoco estaría mal, que tengo una lista entera de cosas por comprar. Pero vamos, que es más fácil que hoy mismo compres una hucha y metas cada día dos euros hasta la Lotería que viene. Igual así sí te llevas un pellizco.

Culturismo

Pifostio

Incluida en el DRAE desde el jueves por la tarde, se refiere a la situación de confusión o desorden, a menudo a causa de alguna reclamación o disputa. Montó un pifostio en el bar porque no le quisieron servir otra copa. Cada vez que se estropea el semáforo, el pifostio de tráfico es monumental.

Pantallazos

Si con la dosis de regalos de la semana pasada no tuviste suficiente para aclararte con tus elecciones, te traigo aquí un par de parches de última hora.

-Bono cultura:El Palau de Les Arts de Valencia ha sacado a la venta unos bonos culturales a partir de 50 euros, que se pueden canjear para entradas para sus espectáculos del año. Ópera, conciertos, danza...Una manera sencilla de regalar cultura, sin elegir por el otro.

-Teatro: El showman y navaja suiza Eugeni Alemany gana mucho en persona. No es que lo diga yo, que he tenido la suerte de tenerlo cerca varias veces. Es que su espectáculo, titulado así, está arrasando allá por donde va, en todos los teatros de la Comunitat. Estará en Valencia los días 30 de diciembre y 21 de enero, en el Teatro Olympia. Quedan pocas entradas, pero es una buena manera de regalar o regalarte unas risas.

-Cenas vagas: Si aún no tienes pensado qué cocinar esta Nochebuena o, directamente, pasas de encender la vitrocerámica, hay soluciones para que pases la tarde en el sofá viendo Succession. El cocinero Ricard Camarena puede cocinar por ti con solo encargar una de sus cajas de Navidad. La encargas, la recoges y sigues las isntrucciones para calentar los platos como él te dice. Otros establecimientos, como el Bar Tonyna también tienen menús para llevar para ese día.

-Panettone: Los panettones han llegado para quedarse. Cada día más y mejores panaderos y reposteros se lanzan a fermentar su propia receta. Esta semana me estoy comiendo yo uno de Fartons Polo, de chocolate negro, que hace que me quiera levantar todos los días de la cama sólo para desayunar.

Gat-checking: periodismo de gatos

Si me toca la Lotería, no te acerques por mi casa. m. h.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

24. Las grandes decisiones

25. La segunda vez

26. Poner el árbol

27. Regalar o que te regalen

Esta semana quiero que me contéis vuestras neuras con la lotería. Si compráis mucha, poca o ninguna. Y si sois supersticiosos... Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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