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Tono de rojo que Pantone creó para definir el color de la regla m. h.
HACERSE LA CROQUETA

HACERSE LA CROQUETA

M. Hortelano

Valencia

Miércoles, 2 de junio 2021, 10:25

Hola capturadores

La semana pasada abrieron un Primark en Bilbao y el producto estrella del estreno fueron las bragas para la regla. Sí, amiguis, ropa interior a la que no le hacen falta compresas, ni tampones, ni copas menstruales. Y no, no me refiero a las bragas que todas desterramos al rincón de los escombros por si «en esos días» hay fugas. Las bragas carpa, que las llamo yo. Estas son otra cosa. Tecnología menstrual incorporada, un paso adelante en la sostenibilidad y no sé cuántas cosas más que, bienvenidas sean, si ayudan a poner de una vez por todas el asunto encima de la mesa. Hoy se celebra el Día Internacional de la Higiene Menstrual y yo lo único que quiero es hacerme la croqueta y pasar el día en el sofá, abrazada a mi almohadilla eléctrica para celebrarlo.

La regla me vino por primera vez a los doce años, después de unas anginas que me dejaron tiritando. Ese día, según las abuelas de la época, me hice mujer. Hasta ese momento igual había sido un dinosaurio o una planta del dinero. Pero ese día, pasé la prueba del algodón. O del manchurrón, según como se mire. En esos años 90 las compresas estaban en transición hacia convertirse en finas y seguras, pero todavía había algunas más mullidas que las almohadas de la cama. Un cuadro. En esa época, llevar una compresa en la mochila del colegio y que te la viera alguien estaba casi penado con cárcel. Si ese alguien era un chico, las risas a tu costa eran el juego del recreo. Pasarle una compresa a alguien a quien no le quedaban era casi un ejercicio de contrabando, e ir con un tampón al baño escondido en la manga de la camiseta, como si fuera un porro, lo habitual. Tan malo era entonces haber menstruado pronto como tardar demasiado en hacerlo. Esos días del mes eran los de la sudadera alrededor de la cintura, tapando el culo, aunque fuera verano. Días de Saldeva, culpa y vergüenza. Y de no ir a la piscina. Porque eso ha sido siempre lo que nos han hecho creer a las mujeres que era la regla. Algo sucio, algo que esconder, una especie de enfermedad. Solo hay que acudir a algunas de las maneras más comunes de referirnos a ella para darnos cuenta de que la menstruación es de todo menos lo que es. Al fin y al cabo, salud. A tener la regla se le llama «estar mala», «que te haya bajado el cuerpo», «estar en esos días», «tener el mes» o no sé qué de que te vista no sé quién de rojo. Cuando a mí me venía de joven, mi abuela me decía que no me lavara el pelo, que una señora de su pueblo se volvió loca. Ahora, por lo visto, tampoco se puede hacer mayonesa, porque se corta, no se pueden regar las plantas, porque las marchitas, y si te acercas a un animal macho te huele las hormonas desde Requena. Por lo menos no vivimos en Reglalandia, provincia del pleistoceno, y nuestra tribu no nos obliga a irnos de casa los días en que estamos echando abajo las paredes del útero porque molestamos.

Por suerte, los tiempos han cambiado un poco. Pero no tanto como nos gustaría. A la actriz Leticia Dolera le cayó la del pulpo el día que enseñó una triste gota de sangre en sus redes para recordar que la regla es roja, y no azul como nos la enseñan en los anuncios. Unos anuncios en los que la peña salta, baila y desparrama en pantalones cortos o muy ajustados como si se hubieran tomado un par de fresquitos. En los que la regla huele a nubes (Coixet dixit). La fiesta de la menstruación, nos deben hacer pensar. Cuando yo lo único que quiero cuando tengo la regla es no quedarme sin enantyum, llevar pantalones del chándal, no manchar la cama y hacerme un ovillo.

A visibilizar la menstruación como algo cotidiano hemos ayudado mucho las mujeres, que somos quienes la traemos puesta de serie y quienes la vivimos. Unas más que otras, como Carolina y Victoria, del podcast Estirando el chicle (mañana y pasado en el Teatro Olympia de Valencia). Y lo hemos hecho llamando a las cosas por su nombre. Lo hemos hecho diciendo delante de nuestros amigos, de nuestras parejas o de nuestros jefes que tenemos la regla, que nos duele la tripa o que nos tenemos que ir a casa porque nos hemos manchado los pantalones. Así, sin filtros. Y lo hemos hecho sumando el gasto en compresas y tampones a la compra familiar, a precio de helado de Haagen Dazs. En concreto, según un Informe del Instituto de la Mujer, una mujer menstrúa de media unos 40 años de su vida, lo que supone un gasto de más de 2.000 euros en tampones o compresas. Unos productos que, para más inri, no tienen el IVA reducido porque a los que mandan no les parecen de primera necesidad. Si eso llega a pasar con las mascarillas, arde el país. Lo de las compresas de lujo tiene un nombre, y se llama pobreza menstrual. En España, una de cada cinco mujeres la padece. Es decir, no tienen dinero para comprar tampones, compresas, la copa menstrual o cualquier invento, según la ONG Period Spain. Pero, todavía nos parece algo poco importante cuando cualquiera propone bajarles el precio o hacerlos gratis, o permitir que nos ausentemos del trabajo si el dolor de la regla es incapacitante, como ya han hecho otros países o algunos ayuntamientos cercanos. Total, sólo le afecta a más de la mitad de la humanidad. Como pasará con la newsletter de hoy, que erróneamente, sólo interesará a las lectoras y menos a los lectores. Como si esto no fuera con vosotros. Ojalá me equivoque.

A esa movida se suma también la nueva culpa menstrual, la que nos sitúa como enemigas del planeta y primas de Rajoy si decidimos seguir usando tampones o compresas de usar y tirar en lugar de chismes sostenibles que se lavan con cada uso. Como si fuéramos lavanderas en el río. Aunque los tiremos al contenedor que toca. Un debate, el de la sostenibilidad, que jamás se abrió con los preservativos masculinos, por ejemplo, pero sí con los tampones de ganchillo o la nueva tendencia, el escape libre (¡virgen santa!) o las bragas del Primark. O los desajustes que la vacuna del coronavirus ha supuesto en los ciclos menstruales de millones de mujeres, reseñados científicamente (lo cuenta la matrona @lauracamara.ginesex en su instagram). Pero oye, tenemos ahí al Pantone que le hizo el color rojo periodo al gotelé que rascamos en cada ciclo. Pero, ya se sabe, de lo que no se habla no existe, aunque más de la mitad de la población pasemos por ahí o hayamos pasado cada mes, y pobre de la que no lo haga. Esa es otra, el día que lo dejemos de hacer, entraremos en el club de las machuchas. Y si lo de la regla nos ha parecido una mala broma social, decir que tienes la menopausia te lleva directa al ecoparque.

Voy a hacerme la croqueta y a ver si alguien me firma un justificante para no ir a trabajar. El viernes que viene vuelvo.

Culturismo

Ser machucha puede ser algo muy guay, pero también algo regulero. Todo depende de la situación en que se pronuncie. Así que cuidado con quién te lo diga porque puede ser un piropo o algo más desagradable. Según la RAE, dicho de una persona: Entrada en años. «Se ha casado ya machucha». Pero su segunda acepción es esta: Dicho de una persona, juiciosa y experimentada. «Era una mujer cabal y machucha».

Pantallazos

Esta semana se acaba mayo, los días son larguísimos y las fruterías están llenas de tesoros. Date una vuelta por una. Son pequeños comercios de barrio donde la fruta no va en bandejas. En algunos, la puedes elegir hasta tú. Y si vas dos o tres semanas seguidas, te suelen llamar por tu nombre. Las cerezas están en su mejor momento.

Magia: Siguiendo con el tema principal, si alguna vez manchas algo de ropa o el sofá con sangre, ya te aviso de que no es muy fácil de quitar. En cuanto puedas, moja el tejido y ponle un chorretón de agua oxigenada. Después, fairy o jabón de las manos si no tienes a mano detergente. Agua y a secar.

Sororidad: La investigadora valenciana de la Universidad Politécnica de Valencia Sara Sánchez está recogiendo datos para estudiar la repercusión social y económica que la menstruación tiene sobre la sociedad y las personas que viven en España. Puedes ayudarle haciendo la encuesta aquí. Son cinco minutos y servirá de mucho.

Tranquilidad: No se me ocurre mejor forma de empezar el fin de semana que con la ceramista Ana Illueca. Pero como no podemos clonarla y tener una Ana en cada casa, me conformo con una de sus tazas de cerámica Dignity, hechas a mano. Piezas únicas para desayunar con tiempo, con sosiego... con la energía salida de su taller. Esta semana ha presentado el mapa del ADN de la cerámica de la Comunitat en un acto de Valencia Capital del Diseño. Las compañeras de Cultura te lo han contado aquí.

Gat-cheking: Periodismo de gatos

Justificante para poder faltar al trabajo los días que me duela la tripa por la regla LP

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigas. Compartir es vivir. Y dicen que de guapas. Y si eres nuevo aquí y te perdiste las primeras cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí , aquí y también aquí.

Deberes para esta semana: Rellena la encuesta que te he puesto arriba y cambia el armario, que en trece días es cuarenta de mayo. No digas que no te lo avisé.  Y si quieres que el gato te haga un justificante con tu nombre, pídemelo aquí. Por un módico precio lo arreglamos: marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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