![#80 Ser turista](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/04/20/carta80-kJXH-U2009306777711G-1200x840@LasProvincias.jpg)
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Hola capturadores
Acabo de volver de unas vacaciones en las que mi principal reto era evitar el móvil a toda costa, como casi siempre en los días libres. El teléfono, entendido como fuente de problemas, de avisos, de peticiones, de mensajes a deshora y de conexión con mi vida cotidiana. Esa con la que, en el fondo, trato de poner distancia. En sentido literal, la verdad. Así que además de pasar unos días con mi familia (comiendo mi peso torrijas) y otros haciendo el cambio de armario en casa, he puesto tierra de por medio con un viaje al extranjero, a un lugar en el que el precio de los datos del 3G es el mejor enemigo contra la tentación de echar una miradita al teléfono.
Y allí he viajado como me gusta hacerlo: con mi cámara de fotos, el mapa de papel y una libreta con un boli para ir apuntando lo necesario o mirando lo que ya tengo anotado. Sé que estarás pensando que todo eso ya lo hace el móvil. Las fotos, buscar el camino y servir de cuaderno de notas. Y que abulta menos, es más ligero y más moderno. Y que soy muy antigua. Pero ya te digo yo que no es lo mismo. El nivel de conciencia que tomas con una pequeña desconexión digital es antológico. Si quieres, prueba a hacerlo un día en tu propia ciudad. Déjate el móvil en casa y haz un plan que no hagas habitualmente. Sin haber mirado previamente cómo llegar, haber reservado para comer… Una especie de aventura. te sorprenderá cómo prestas más atención a los detalles.
Pero, como te decía, he estado unos días fuera siendo turista. O viajera, que no es lo mismo. Ha sido en uno de esos sitios a los que la maldita Unesco les ha puesto la chincheta. Siempre lo hacen con la voluntad de proteger el patrimonio de algunas ciudades o paisajes, pero el efecto siempre acaba siendo el contrario. Allá donde la Unesco pone su vista, los turistas aparecemos en masa. Y no nos engañemos, esos sitios siempre merecen la pena, porque con el auge de internet, ya sabemos que donde no va nadie es porque no hay demasiado que ver o que hacer. Tampoco hay que hacerse los interesantes.
Pero, esos mapas del turismo han comenzado a ser escenarios de cartón piedra. Se montan por la mañana, cuando llegan los visitantes, y se desmontan por las noches, cuando se van a la cama. En esos sitios apenas vive nadie, porque quienes acudimos a visitarlos, los hemos expulsado. Hemos reventado el mercado de los precios de todos los servicios: el alojamiento, la comida y el ocio. Total, a nosotros unos euros de más nos dan igual porque son unos días y para eso trabajamos sin parar el resto del año. Es que nos lo merecemos, nos gusta decirnos.
Además, ahora consideramos que viajar es un derecho, que para eso Ryanair nos lo puso tan barato. Por eso todos hemos tenido ya que pasar fines de semana en todas las capitales europeas (que tienen el aeropuerto a una hora de bus), hemos considerado que nuestra experiencia es la buena, porque buscamos «lo auténtico», donde comen «ellos», donde no han ido otros turistas, o donde aún no se han fijado los blogs. Nosotros viajamos mejor, viene a ser la conclusión. Sólo hay que escuchar las colas de facturación en el aeropuerto, en la vuelta a casa. Todos presumen de su viaje. De haber encontrado el restaurante más barato, más casero, menos conocido. De haber comprado la ganga más barata, el mejor chandal falso para sus hijos. De haber estado en el alojamiento más instagrameable. Pero lo cierto es que nadie hacemos ya nada auténtico, porque todo eso ha desaparecido. Todo es ahora una representación para turistas.
El turismo es un fenómeno social. La industria más relevante del siglo XXI, con sus industrias auxiliares asociadas. La magnitud de la tragedia la vimos en pandemia. Sin turismo, muchas ciudades se mueren. En sentido literal. Viven por y para agradarnos. Para agasajarnos. Nos identifican con mucha rapidez. Sólo hay que echar un vistazo a los pies de los turistas, con sus botas de montaña en medio de ciudades llanas. O zapatillas de Bimba y Lola para ellas. O con las mochilas de Decathlon a reventar de gadgets tecnológicos. Pero en ese proceso de tratarnos como a marqueses, no son conscientes de que eso supondrá su propia muerte como comunidad. De hecho, ya la están viviendo.
Uno de los mejores momentos de este viaje lo vivimos gracias a un error. Llegamos a un sitio turístico temprano, sin saber que las entradas se tienen que comprar por internet días antes de acudir. Así que la caminata que nos pegamos hasta llegar (solemos hacer más de 20 kilómetros andando al día) la aprovechamos para dar una vuelta por la parte de la ciudad que dicen que no es turística. En la que según la guía, no hay nada relevante que ver. Y allí vivimos una clase de historia presencial. Simplemente observando el entorno. Empezamos a ver bloques de hoteles vacíos, abandonados. Algunos, incluso, derrumbados. Moles preciosas de una época que fue y ya no es. Complejos construidos en los años 30, para dar acogida al turismo europeo de la época, que tenía en esa ciudad el destino más exótico posible a poco más de dos horas de avión desde España y Francia. Junto a ellos, los locales fueron poblando esa parte de la ciudad, cansados de vivir en otro siglo. Todo el mundo sueña con tener un piso con comodidades, con ascensor, con aparcar el coche cerca de casa, con abrir el grifo y que salga agua potable… con tener alcantarillas.
Pero a los turistas nos gusta lo 'auténtico'. Así que fuimos colonizando las casas que los locales iban abandonando en la parte antigua. Esas que ya no les eran cómodas. Y fuimos llenándolas de alojamientos. Y de restaurantes en los que comer su comida, pero a nuestro gusto y a nuestro precio, que tenemos estómagos delicados. Y repoblamos una zona de la que los locales salieron. Y de la que ahora los hemos expulsado. ¿Te suena? Pasa en cualquier ciudad turística. Seguro que también en la tuya. En cualquiera a la que la Unesco le haya puesto una chincheta. Viajar es maravilloso, pero la huella que deja comienza a ser terrible en muchos aspectos. Empezando porque ya nadie quiere reconocerse turista, que queda cutre. Eso que lo sean los demás. Nosotros buscamos vivir como los de allí.
Pero, si quieres vivir la vida de un local y vienes a mi ciudad, donde tendrías que ir a es Mercadona, que es de lo poco que a muchos nos da tiempo a visitar hoy en día. El Mercado central se lo han quedado los turistas.
CÍRCULO DE CAPTURADORES
Pasado mañana se celebra el Día del libro y como en esta carta tengo unos colaboradores muy culturetas, les he pedido que me hagan una recomendacion para ti. Pero no cualquier novedad que acabe de salir al mercado. Un libro que merezca hacerse un hueco sí o sí en tu ya sobrecargada estantería. Porque las casas son finitas, pero nuestra capacidad para comprar nuevos libros es sorprendente.
Carmen Velasco: Yo recomiendo 'Nubosidad variable', de Carmen Martín Gaite. De esta autora hay que leerlo todo, todo, todo, pero me quedo con esta historia de dos amigas de la infancia, Sofía y Mariana, que, tras años sin saber nada la una de la otra, se reencuentran de adultas y recuperan la relación a través de la escritura. ¿Qué se cuentan? Que la vida no ha sido aquello que esperaban. Literatura de la mejor a cargo de una escritora clásica.
Mikel Labastida:
Andrea Morán:
Gat-checking: periodismo de gatos
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Marta
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