J. A. Marrahí
Lunes, 3 de julio 2023, 00:36
El hallazgo del cuerpo de Sonia Rubio en un barranco de Oropesa en noviembre de 1995 fue un mazazo de dolor que acabó con las ... esperanzas tras su desaparición. Sin embargo, la escena del crimen, en particular el análisis del cuerpo, aportó una de las claves más potentes para poder incriminar a Joaquín Ferrándiz.
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El asesino había utilizado una cinta de embalar de 18 milímetros de anchura para amordazar a la joven. La enrolló alrededor de su cabeza y los agentes la recuperaron tras el hallazgo del cadáver de la joven filóloga de 25 años.
¿De qué modo podría ayudarles a dar con el asesino? Lo que hizo la Guardia Civil es empezar a preguntar a responsables de las empresas fabricantes de estos productos en España. Una por una. Y siempre con la misma respuesta: hay muchos tipos de cintas de embalar, pero ninguna de 18 milímetros. De esa medida no se confeccionaban en nuestro país. Ni siquiera en Europa.
A primera vista, parece algo intrascendente, pero no. Estaban ante un elemento inequívoco, algo que sólo podría tener el asesino. Obviamente, era imposible buscar una cinta de este tamaño en cada hogar para dar con el criminal. El enfoque es otro: si en algún momento había un sospechoso y conservaba esa cinta, entonces podrían atribuirle el crimen de Sonia Rubio con una prueba bastante clara y consistente.
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Tuvieron que pasar tres años hasta que, al fin, Joaquín Ferrándiz se perfiló como sospechoso. El 1 de septiembre de 1998, cuando la Guardia Civil registra su casa en presencia del psicópata, Ferrándiz asiste desconcertado a un grito de júbilo compartido entre los agentes. En un mueble de la vivienda había un rollo con la peculiar cinta de 18 milímetros. «¿Y sólo por esto ya me tienen?», preguntó él en ese instante al ser testigo de la alegría que embargaba a los investigadores.
Así explica la trascendencia de esta prueba José Miguel Hidalgo, capitán de la UCO de la Guardia Civil y pieza clave en las investigaciones del caso: «Esas medidas no eran estándar como las que se comercializaban en Europa». Cabían dos posibilidades: «Podría haberla cortado manualmente, pero se comprobó que el corte de la cinta en sí era industrial y nos hizo ver que podía venir del extranjero», destaca el mando de la Unidad Central Operativa.
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De algún modo, esa cinta acorraló a Ferrándiz, pues tras su hallazgo no tardó en admitir que había asesinado a Sonia Rubio. Tres años después de su cruel uso con Sonia, ahí seguía, intacta, en su hogar de Castellón. Pero ¿por qué era única? La Guardia Civil comprobó que el padre de Ferrándiz, Antonio, fue marino mercante. Debió de traerla en alguno de sus muchos viajes y el objeto quedó en poder de la familia antes de morir en octubre de 1980.
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