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Interior de unos de los pisos calcinados.

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Interior de unos de los pisos calcinados. Txema Rodríguez

Dentro del edificio de Campanar: donde habitan el silencio y la nada

El interior ha quedado reducido a la nada, apenas montañas de escombros y esqueletos metálicos

Txema Rodríguez

Valencia

Miércoles, 28 de febrero 2024, 00:36

No queda nada salvo el viento, ha girado y ahora sopla en dirección al río, que sigue arrancando escamas a la piel ennegrecida del edificio, unas láminas que desaparecen y a saber dónde caerán. Tal vez sobre los coches que ralentizan su paso al llegar a la rotonda o sobre las madres que arrastran a chiquillos con carteras. La vida sigue, como siempre lo hace, sin reparar en gastos.

Dos bomberos andan hurgando con un bichero por los balcones. A veces pinchan algo y se lo acercan a la cesta. Otras lo dejan caer, algo que parece un trozo de yeso que describe una leve parábola y acaba cerca de la figura de un enano de escayola calcinado, blanco. Puede ser uno de los compañeros de Blancanieves o un vulgar adorno de jardín. A su lado, junto a la piscina, algunas macetas muestras hojas verdes salpimentadas con polvo negro, otras son un esqueleto, como todo si se observa con detalle. Los teléfonos móviles del vecindario tienen cientos de vídeos con cada uno de los momentos claves de la historia, desde el toldo primigenio hasta la antorcha, desde la pareja que salvó el pellejo de milagro hasta el bombero que subió como pudo al primero para sacar a un vecinos. Todo ha quedado registrado, sonidos, gritos, el agua en aspersión, sirenas. Ya forma parte de nuestra memoria, en esta tierra que venera el fuego como algo sagrado pero no lo quiere como promotor de tragedias, en este barrio que fue el paradigma de unos tiempos de esplendor que trajeron, tal vez con las prisas del éxito, un futuro comprometido para muchos de sus habitantes.

No queda nada, salvo el silencio. Y nuestras mentes no pueden evitar asomarse a la ventana y ver a los vecinos. Alguno sentado en la terraza, tal vez desayunando. Otro esperando a que la lavadora acabara de centrifugar mientras recoge la colada seca, un gato tomando el sol en el alféizar (hay una red en una terraza que a buen seguro le salvó antes de una caída al vacío, porque era travieso), una mujer preparando unas croquetas, ojalá supiéramos su nombre para poder escribirlo. Y así una lista larga, no interminable, de vidas que se han ido cruzando en los días y en los años, compartiendo nochebuenas, fallas, cumpleaños e incluso alguna boda. Momentos en el que las mesas rebosaban comida, la música atravesaba el pladur y los críos gritaban al lanzarse a la piscina.

El viento sigue llevándose pequeños trozos de la fachada mientras los bomberos repasan cada centímetro del edificio

Todas las vidas nos parecen semejantes hasta que se van, pero vuelven hasta nosotros porque las vemos a diario y porque compartimos el significado de sus objetos aunque el fuego los haya retorcido hasta transformarlos en nada. Queda algo de una bicicleta, un poco de los muebles de una cocina, unas cuántas hojas de un libro, una cama todavía hecha con sábanas de flores de tonos rojos y malva, también una funda nórdica a juego. Por una ventana cercana asoman los objetos acumulados sobre un escritorio, papeles, cajas, las funda de unas gafas. También puede ser de un plumier, es complicado a causa de la perspectiva. Luego se ve un salón en el que habita el chasis de una mesa y unas sillas. Cuando la mirada se detiene en una forma reconocible se percibe el silencio con mayor fuerza, se impone sobre el viento que desnuda lentamente las paredes, vence al olfato que nos recuerda que todo aquello antes fue vida y ahora un desierto de cenizas y escombros.

Unos vecinos corren las cortinas y a otros contemplan el infinito porque ya están cansados de esta visión. Y saben que cada mañana, durante mucho tiempo, cada vez que se asomen a ver qué tal día hace, o cada vez que abran las ventanas para ventilar su dormitorio verán que al otro lado hay un montón de muelles retorcidos. Y recordarán que la vida es siempre algo efímero.

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