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La historia se repite. Una víctima que se llama Marta, la búsqueda del cadáver en un vertedero, el sufrimiento de unos padres y hasta una supuesta estrategia para que el cuerpo nunca aparezca. Once años después del asesinato de su hija, Antonio del Castillo y Eva Casanueva han vuelto a revivir la tristeza que supone escuchar el nombre de Marta en las crónicas sobre otro horrendo crimen. La herida se ha reabierto. Nunca cicatrizó.
«Todos los años voy una vez a la Jefatura de Policía de Sevilla para preguntar si han averiguado algo nuevo. El tiempo pasa pero sigo insistiendo para que busquen el cadáver si tienen alguna pista nueva», afirma Antonio del Castillo. «Cuando veo en la televisión el caso de Marta Calvo es inevitable que me acuerde mi hija», reconoce el padre de la menor asesinada en Sevilla.
Las similitudes sobre las búsquedas de los dos cadáveres en sendos vertederos o las mentiras de los homicidas para dificultar las investigaciones centraron parte de una conversación telefónica entre la madre de la joven valenciana y el padre de la menor sevillana. Antonio del Castillo trató de aliviar la pena de Marisol Burón tras intercambiar impresiones sobre los crímenes y comprender ambos el sufrimiento de cada uno. «Yo le llamé siguiendo el consejo de mi psicólogo y nos animamos mutuamente», explica Marisol.
El año pasado, el fiscal del caso de Marta del Castillo, Luis Martín, admitió que sin la confesión de Miguel Carcaño hubiera sido difícil una condena en la causa por el asesinato de la joven «con indicios racionales pero simples indicios». En el caso de Marta Calvo, la confesión del presunto homicida en serie Jorge Ignacio P. J., que está acusado de matar a otras dos jóvenes en Valencia, dificultaría una condena por asesinato si el tribunal diera credibilidad a su testimonio en el juicio.
El narcotraficante colombiano negó el crimen y declaró que la joven de Estivella murió por sobredosis tras consumir gran cantidad de cocaína. Horas después, Jorge Ignacio P. descuartizó el cadáver y lo arrojó a varios contenedores, según su confesión.
En el juicio por el crimen de Marta del Castillo, Carcaño reconoció que mató a la menor al golpearla con un cenicero en la cabeza, y que sus amigos Samuel Benítez y Francisco Javier García se deshicieron del cuerpo.
En los dos casos, la búsqueda del cadáver ha sido una prioridad durante mucho tiempo para los investigadores -11 años en el crimen de Marta del Castillo y seis meses en el de Marta Calvo- y la pieza que falta en el rompecabezas macabro.
Las familias de las dos jóvenes y las acusaciones creen que el hallazgo de los cuerpos podría arrojar luz sobre las causas de las muertes, desmontar la versión del presunto asesino en serie, probar la agresión sexual en el caso de la menor sevillana e incluso incriminar a otros de los procesados que fueron absueltos. Los investigadores consultados por LAS PROVINCIAS no descartan que Jorge Ignacio y Carcaño hubiesen mentido en sus declaraciones por el mismo motivo: impedir el hallazgo del cadáver y la autopsia.
Con esta estrategia criminal, probar la causa de la muerte es imposible, el proceso de duelo de las familias de las víctimas se alarga, y los autores de los crímenes suelen atenuar sus condenas. Para el profesor de Criminología de la Universitat de València, Vicente Garrido, la ausencia del cadáver «dificulta la incriminación, aunque no la impide si existen otras pruebas que aporten la convicción de que murió de forma violenta, como ocurrió en el caso de Marta del Castillo».
En cuanto a la búsqueda del cuerpo de la joven de Estivella en el vertedero de Dos Aguas, Antonio del Castillo cree que puede resultar infructuosa como sucedió en el caso de su hija. El operativo de rastreo de 45.000 toneladas de basura costó 240.000 euros en 2009. «La mentira del asesino de mi hija tuvo ese precio y me temo que ahora puede ocurrir lo mismo con el caso de Marta Calvo», asegura Del Castillo. «Los criminales que mienten y no dicen dónde está el cadáver deberían tener mayor pena por la profanación y tenían que pagar todo el dinero que cuesta la búsqueda», añade.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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