La abogada se ha quejado de una supuesta conclusión mediática de la madre como culpable del crimen. Además, ha insistido en otra idea: «La enfermedad mental de mi defendida no puede ser un argumento para concluir su participación» en el asesinato de los menores.
Según Luisa Ramón, es complicado «enjuiciar algo que ha sucedido en un lugar apartado y sin testigos», como ocurre en este caso. En esta tesitura, debemos guiarnos «por los indicios y por la credibilidad de las personas que han declarado». Según la letrada, «mi defendida no mató a sus hijos a pesar de su brote psicótico».
En cuanto al padre, «Gabriel ha mentido de forma sistemática y reiterada. Y el que miente una vez sobre todo lo que se le pone por delante es digno de que su declaración sea puesta en duda». En primer lugar, refiere la abogada, «ha negado tener unas creencias esotéricas muy tóxicas porque cree que no le va a beneficiar, pero hemos visto cómo mentía». Como ejemplos, «intentó camuflar su letra en las pruebas caligráficas y amigas de los dos han descrito sus creencias de creerse Jesucristo, de que María era María Magdalena y de que quería formar su propia secta para que todos le adoran».
Y «no olvidemos que Gabriel, no confiaba en la química para curar enfermedades», lo que fue un flaco favor para la enfermedad de María, según Ramón. Gabriel dijo que rompió la relación con María en prisión «pero eso se ha probado que no es verdad. Lo ha negado porque las cartas no le benefician, igual que ha negado todo lo que puede confirmar su autoría». En prisión, «dijo que un abuelo había ido a por los niños para hacerlos renacer, 'no te preocupes van a volver', le mencionó».
Ya en la cárcel, dijo Gabriel por carta a María: «Un indio oscuro te persigue». Y en otra misiva: «Ahora los aztecas ya saben lo que ha pasado, vendrán a conquistar España, jajaja». Para la abogada, «esto no casa con un padre que ha perdido a sus hijos y busca un interés manipulador». Él «pensaba que iba a ir a la cárcel y ella no por su enfermedad». En una coincidencia en los calabozos Gabriel «le conminó a su pareja que se inculpara para así cubrirse las espaldas». Este hombre «la volvió medio loca porque ella es sensible e influenciable, un juguete y un títere para cualquiera que quisiera aprovecharse de ello».
Gabriel «maltrataba a su hijo Amiel con tres años y medio y también a su mujer». Fue «un maltratador y un manipulador, como padre y como marido». El hombre «envenenó a María con sus ideas para lavarle el cerebro y sus escritos se los repetía para que terminara creyendo que una secta e incluso la familia más cercana abusaba de sus hijos». Y «alguien que miente sobre todos los puntos no puede ser creído».
Una vez recuperada en prisión, María «dio un relato de los hechos mucho más claro de sus recuerdos y no debemos restarle credibilidad». Y en ese relato, «ella ya se despertó y se encontró a los niños muertos». Y hay otra clave, según la letrada: «Gabriel se negó durante meses a llevar a su mujer al médico a pesar de que criaba a dos niños pequeños». Ella «daba señales inequívocas de riesgo y él se hacía el loco». Y cuando al fin tenía una psiquiatra delante, «él le instruyó para que no contara la verdad y ocultara su estado, necesitaba tenerla como títere para sus experimentos y para alimentar su narcisismo».
Gabriel, ha ahondado la abogada, «tampoco tenía empatía con sus hijos y no se preocupaba por ellos para nada. Él tocaba la guitarra mientras su hija pequeña lloraba de hambre». Su personalidad es «megalómana y hasta psicopática». Además, daba la impresión de que el hombre preparaba «algo que iba a pasar, al decir dos días antes que estaba preocupado por si María hacía algo a los niños». Lo interpreta Ramón como «una puesta en escena para ir cargando culpas sobre su compañera».
Según la abogada, «hay indicios de que Gabriel limpió ropa e hizo desaparecer prendas claves en el crimen, y se cambió para tener un aspecto más aseado que nunca, seguramente para marcharse con sus cosas». Nadie «en un brote psicótico se pone a hacer estas cosas y, por tanto, no pudo ser María».
Gabriel no ha querido usar su turno de última palabra. María sí, con un breve parlamento: «Con lo que ha dicho mi abogada, está todo dicho». Con esta sesión ha finalizado la fase de la prueba y ahora resta la configuración del objeto del veredicto, las cuestiones sobre las que debe decidir el jurado durante su proceso de deliberación.