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Al lado de Gulroya, en una habitación del hospital Clínico de Valencia, duerme plácidamente una bebé de apenas un día. Inocente. Ajena al revuelo que ... su nacimiento causó en Valencia apenas unas horas antes. Ella es la joven que dio a luz en un autobús de la EMT. Accede a contar su historia en exclusiva a LAS PROVINCIAS a pesar de las dudas. En su país no estaría bien visto. «Para mi familia es una vergüenza que haya tenido a mi hija en un autobús por su cultura pero para mí es un milagro que mi niña esté bien». Gulroya tiene 23 años y es de Afganistán. Dio a luz en el autobús de la línea 93. Sus ojeras no consiguen opacar la luz de sus ojos castaños. Vibrantes. Fijos en su recién nacida.
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A primera hora de la mañana de este jueves se puso de parto. Llevaba una hora esperando a que pasara un taxi al empezar las contracciones. Por más que esperara en la avenida en la que vive, no pasaba ningún vehículo. Cerca de las 7.30 horas optó por subirse al autobús creyendo que le daría tiempo a llegar al hospital Clínico de Valencia. Pero no fue así. La vida tenía otros planes.
Su pequeña nació entre una treintena de pasajeros volcados por ayudarla y un conductor de la EMT que no dudó en desviar la ruta para llevarla en cuestión de minutos a la puerta de Urgencias. «Recuerdo desmayarme en el autobús y luego oír llorar a mi niña y saber que estaba bien», cuenta la joven con dulzura. Su miedo era no poder llegar al hospital y que le pasara algo a su pequeña. Desde la habitación del centro sanitario, aún a sabiendas de que su niña está perfecta, cada vez que solloza no duda en cogerla entre sus brazos. Un remedio instantáneo. Al notar los latidos del corazón de su madre, su llanto cesa como por arte de magia. Con sólo un día de vida, es capaz de reconocer que pegada a la piel de su madre tiene un lugar seguro. Un hogar.
Es su segunda hija. La mayor ya tiene dos años. También nació en Valencia. Hace tres años huyó con su marido y la familia de él a España para buscar un futuro mejor. «Las mujeres en mi país no podemos hacer nada. No podemos estudiar ni trabajar». Mientras pronuncia estas palabras mira de reojo la cuna de su pequeña, pegada a su cama. La recién nacida no ha pegado ojo en toda la noche, pero por fin ha logrado conciliar el sueño y duerme tranquila entre sus sábanas de color rosa. Enfundada en un mono de pijama blanco con letras entre las que se puede leer 'Mis amigos', 'mi balón', 'feliz'... Dibujos de corazones sonrientes arropan el cuerpo de la bebé.
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Una recién nacida llena de vida. Ajena a todo el revuelo que el jueves por la mañana se formó en Valencia. Un autobús a toda velocidad para llegar al hospital Clínico. Una treintena de pasajeros revoloteando a su alrededor. Toda la ciudad pendiente de su nacimiento. La prensa de media España queriendo hablar con el chófer que al volante surcó las calles de la ciudad. En pocas horas, la pequeña se despierta. Entre lágrimas pide que su madre la vuelva a abrazar. Un llanto que a los pocos segundos se convierte en una especie de risa traviesa cuando la joven la coloca en su pecho. Gulroya sonríe. Echa de menos su país y a su familia, pero sabe que en España tendrán un futuro en el que sus niñas podrán decidir quién ser.
Cada vez que la pequeña esboza un quejido, vuelve a enfocarse en la cuna. Pero la niña simplemente estira sus bracitos diminutos y sigue durmiendo plácidamente a pesar de que se hable a su alrededor. Gulroya le pone humor. «Cuando sea mayor le contaré cómo nació», dice mientras se ríe con ternura.
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Ahora ya puede moverse de la cama. El parto fue muy doloroso para ella. Su mente se retrotrae a las 24 horas anteriores. Al sufrimiento que sintió cuando las contracciones se intensificaron. «Cuando subí al bus sabía que algo no iba bien pero no me pensaba que el parto fuera a llegar tan rápido», revela. Pero una vez se sentó, notó que su hija tenía prisa por venir a este mundo.
En cuestión de minutos, la recién nacida asomó su cabecita. Una de las pasajeras no dudó en apresurar al conductor de la EMT para que acudieran corriendo a Urgencias. Su marido la ayudó a dar a luz en el bus, con el apoyo del resto de personas que viajaban en la línea 93. Sus recuerdos están nublados por el dolor. Sin epidural y entre los asientos de un autobús de la EMT. Fue una situación muy traumática para ella el encontrarse de parto en mitad de una muchedumbre de desconocidos. Pero tuvo un final feliz.
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Ahora mira a su hija y repite para sí misma varias veces en voz alta: «Es un milagro». El primer día no podía ni moverse de la cama. Hablaba con la voz cansada. Pero este viernes ya consigue sentarse en el pequeño escritorio que tiene en la habitación. Se coloca con descuido un velo con motas de colores. Deja entrever el nacimiento de su melena morena. Llama a su familia en Afganistán para enseñarles a su bebé. Allí no cesan los bombardeos. Su llamada es un rayo de luz. Celebran una alegría capaz de hacerles olvidar por unos instantes el infierno en el que viven.
Al hospital ya ha ido la hermanita mayor de su bebé. La madre cuenta alegre cómo saltaba en el sofá de la estancia, entusiasmada de conocer por fin a la pequeña. «Su padre se la ha llevado abajo a jugar para que yo pueda descansar», cuenta aliviada. No ha tenido una vida fácil. A los 20 años tuvo que abandonar su país por la guerra. Ahora lucha porque les concedan el asilo político en España. Sus dos niñas nacieron en Valencia, pero todavía no tienen DNI. Los ingresos de su marido sólo les alcanzan para vivir en una habitación de un piso compartido.
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«Yo no quiero esto para mis niñas. Se merecen un hogar», cuenta la joven. Luchadora, dulce. Aunque con un profundo sentimiento de soledad al tener que dejar atrás su vida en Afganistán, a los suyos, para acariciar un futuro mejor. Con la satisfacción de saber que está logrando formar una familia preciosa. Gulroya mira a los ojos de su niña. La bebé del autobús 93. Bromea sobre lo pequeñas que son sus manitas. La mece. Y le susurra: «aquí está mamá».
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