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«Te quiero con toda mi alma, cariño». Con estas palabras, Noemi recibió ayer a su hija María, esposada y conducida por policías, a ... la entrada de la sala de vistas. Ella es la abuela materna de los niños asesinados en Godella, la mujer que luchó sin éxito por apartar a los pequeños de la pareja antes del crimen, convencida del enorme peligro que corrían por el estado mental de su hija María y las creencias esotéricas de ambos padres en marzo de 2019. Pero ni el sistema judicial, ni el policial ni el sociosanitario llegaron a tiempo.
Noemi describió que su hija «tenía la mirada ida» poco antes del crimen. «Sabía que estaba entrando en crisis». Ya en febrero «María desapareció de casa con la bebé, en pleno invierno. La encontramos tapada con una manta con la niña en el campo. Decía que había ido a buscar a sus ancestros y me culpaba de quererla encerrar en un psiquiátrico».
Más tarde «se enfadó mucho conmigo, diciendo que no tocara a su hijo nunca más». Años antes, «ya tuvo problemas mentales cuando nació su primer hijo, Amiel», recordó. En los días previos a los asesinatos «María estaba muy mal y por eso pensaba que yo le quería hacer daño, encerrarla. Me veía como su enemiga y yo sólo quería ayudarla y proteger a mis nietos».
Noemi aseguró que insistió a Gabriel, padre de los niños, con la urgencia de ayudar a María y llevarla a un centro psiquiátrico. «Él me daba la razón pero no hacía nada». María «no quería ayuda, todo el que tenía uniforme era para ella enemigo», miembros de la inexistente secta que marcaba la vida de la pareja. «La locura era de los dos, con las sectas, los marcianos que les amenazaban…», matizó.
También alertó a los servicios sociales de Godella, pero no hubo intervención. «Los dos se oponían frontalmente a cualquier ayuda y decían que estaba loca», lamentó la abuela en el juicio. La mujer siguió su periplo en el centro de salud de Godella. «Me dijeron que llevara a María a la psiquiatra y que, si no, iban a por ella». Logró así que su hija se presentara ante la especialista. Pero fue un nuevo bache. «La psiquiatra la vio y dijo que mi hija estaba muy bien, sólo nerviosa y con ansiedad. Le conté su fuga al campo para encontrar a sus ancestros y me tachó de madre controladora, que llevaba 20 años trabajando y sabía cuándo una persona está bien o mal».
Tras insistir, le dio cita para otra revisión días después. «No va a venir», le advirtió la abuela a la especialista. En días posteriores ellos «ya no me dejaban entrar en la casa, les dejaba la comida en la puerta». Un día «Gabriel salió corriendo detrás de mí y decía que abusaban del niño en el colegio. Le dije que era una locura, que eso era cosa suya».
Poco antes del crimen, María mensajeó a su madre: «Mamá, me voy con el Creador. Adiós». Preocupada por si su hija quería suicidarse, avisó a la Policía y se desplazó a la casa. «Amiel estaba desnudo en la cocina. Lo cogí en brazos y lo saqué. Gabriel salió hecho una furia y me riñó por despertarle de la siesta. A María la encontré acurrucada en una habitación y me dijo que yo no había entendido el mensaje».
Añadió «que en una regresión de Gabriel salió que yo había abusado de ella de niña, y de su hermano. Hasta me acusaban de abusar de Amiel», el mayor de la pareja. Y Gabriel, cuenta, le amenazó: «Si le he puesto un cuchillo a mi madre me atreveré a ponértelo a ti».
En esa tesitura, «busqué por internet todo lo que tenía que ver con protección de menores y llamé para pedir ayuda». En una de las atenciones «admitieron que era urgente, pero decían que va muy lento».
Ya en la víspera del doble asesinato, Noemi recaló en Fiscalía de Menores. «Una fiscal me dijo, textualmente, que eran capaces de sacrificar a los niños, que lo denunciara con urgencia en el juzgado de guardia». La abuela siguió los pasos indicados y se topó con una funcionaria que la rechazó «porque decía que no estaba denunciando ningún delito». Tras insistir, «el magistrado accedió y nos dijeron que iban a actuar esa misma noche, pero parece que lo pasaron a la policía sin sello de urgencia». Nadie llegó a tiempo y, en la noche crucial, la pareja estaba sola con los niños y sus elucubraciones religiosas y conspiratorias. Al día siguiente, el crimen era un hecho.
En cuanto a las sectas, «su obsesión era brutal». Además, Gabriel «hablaba mal a mi hija, con insultos». Es una persona «irritable, absolutamente controlador respecto a mi hija. Escuchaba detrás de la puerta, leía sus mensajes...». María era, en su opinión, muy maleable. «E ingenua. Vivía controlada y manipulada por Gabriel». Antes de enfermar «mi hija era muy diferente, creía que todo el mundo era bueno».
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