Imagen de archivo de una operación de la Policía Nacional contra la explotación sexual de ciudadanas nigerianas. Efe

Cuando 'Sky rojo' se vuelve real en la Comunitat: el infierno de la prostituta Abeba

Raptada en su país de niña, obligada a acostarse con clientes durante siete años, arrasada al arrebatarle la mafia a su hijo recién nacido, sometida con vudú, malviviendo con ocho chicas en un piso de 40 metros... La liberación de una joven por la Policía en Castellón revela el drama de la prostitución. Más de 2.000 mujeres la sufren en la región

Arturo Checa

Valencia

Jueves, 16 de febrero 2023, 01:34

Abeba era terriblemente pobre en Lagos. Pero era absolutamente libre. A sus 16 años vivía con sus cinco hermanos en un chamizo con techo de paja a las afueras de la capital nigeriana. Apenas un cuartucho más grande que el comedor de cualquier casa valenciana. ... Pero vivía feliz entre eternas jornadas recogiendo el fruto de plantaciones de mijo y judías. Pastoreando las cabras de la familia. Hasta que un falso 'El Dorado' se cruzó en su camino. Un oasis radicado en Castellón. A Abeba le ofrecieron trabajar de camarera en una cadena hostelera de la Comunitat Valenciana. Futuro. Dinero para los suyos. Prosperidad. Pero todo era una trampa. Una mascarada de las muchas que organizan las redes de explotación sexual. Los tentáculos que cada año explotan a más de 2.000 mujeres en la Comunitat.

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En la exitosa serie de Netflix 'Sky Rojo', los proxenetas del club 'Las novias' encerraban a las prostitutas dentro de tuberías de metal. Las sometían a violaciones masivas. Las drogaban. Las enterraban vivas dentro de bloques de cemento en el desierto de Tenerife. Wendy, Coral y Gina eran los nombres de ficción de las protagonistas. Abeba es un nombre real. Y la pesadilla que ha vivido durante siete años la joven nigeriana es una cruda realidad, la cara más cruenta de las redes de prostitución. Su liberación por la Policía Nacional en Castellón ha desenmascarado su infierno.

Cuando Abeba fue raptada en su país tenía 16 años. La mafia que la captó falsificó sus papeles para hacerla pasar por mayor de edad. La subió a un avión con la documentación falsa. Y la metió en el pozo más profundo de la prostitución. Alojada junto a ocho chicas en un piso de apenas 40 metros cuadrados. Con un hacha con el filo rojo colgada de la pared de una de las habitaciones. Era solo una de las armas que sus captores empleaban contra ellas. Una pareja de compatriotas nigerianos, un hombre de 48 años y una mujer de 39, sus explotadores, usaban un método mucho más poderoso contra Abeba. Ritos de vudú. Bolas confeccionadas con pelo púbico de la joven, enredadas en madejas de hierbas de rituales africanos y fotos pinchadas con alfileres. Ahí clavaban el rostro de los familiares de la joven. De sus hermanos en Lagos. De sus padres. La intención de la mafia, «atemorizarla y garantizar su obediencia».

La reacción de un policía: «Jamás olvidaré el alivio de la joven en sus ojos color miel cuando la liberamos»

«Jamás olvidaré el alivio de la joven en sus ojos color miel cuando la liberamos». Son palabras de un agente de Extranjería que participó en la operación policial. Uno de los artífices de poner fin a los siete años que duró la esclavitud de Abeba. De los 16 a los 23. Forzada a acostarse con cientos de hombres para pagar la astronómica deuda que la organización delictiva le ponía ante sus ojos: 50.000 euros.

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Aunque la crueldad de la mafia alcanzó su máximo exponente cuando cometieron el mayor de los crímenes: separar a una madre de su hijo. Abeba se quedó embarazada en una de las relaciones con los clientes. En cuanto el bebé nació, sus captores se lo llevaron de su lado. Rota, Abeba no tuvo más remedio que seguir prostituyéndose. Ceder al yugo de sus secuestradores, continuar vendiendo su cuerpo y su alma para mantener con vida a su pequeño. Pese a sus siete años de esclavitud, cuando fue liberada la mafia aún aseguraba que les debía 10.000 euros. «Sus ojos miel no dejaban de llorar cuando la rescatamos».

Las condiciones en las que Abeba vivía con sus compañeras en el zulo de Castellón eran dantescas. Con comida almacenada en bolsas de plástico de la compra en la nevera. Con peluches repartidos por la casa como intentando transmitir dulzura y carácter hogareño. Pero en una mesa se amontonaba un altar casi demoniaco: las bolas de vudú con las que la mafia retenía a sus víctimas. La imagen con la que mantenían eternamente presas a las víctimas del 'Sky Rojo' más real.

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