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Cuando Teófilo Rodríguez nació pesó 3,5 kilos. Fue un 6 de agosto, en Puerto Llano (Ciudad Real). Era el primogénito de Paula y Gregorio, un ama de casa y el trabajador de una fábrica de aluminio. Después llegó su hermana, Devora. En aquel día no imaginaban que la enfermedad iba a agrandar aquel pequeño hasta los casi 400 kilos de masa corporal.
Pero al mismo tiempo que aumentó su peso, se ensanchó su fama. Fue en el verano de 2018, a costa de una imagen que dio la vuelta a España en los informativos: su traslado desde el Hospital de Manises al pueblo de Turís, donde reside, en un camión de mudanzas. Por aquel entonces rondaba los 345 kilos y no se podía mover.
Hasta ahora habíamos visto a un Teo sonriente, en lucha, que enseñaba su pulgar al alza y se dejaba fotografiar satisfecho en su camino de reducción de peso. Tanto solo como con su familia, siempre próxima. O con los médicos que le abrían paso en su apremiante batalla contra la báscula.
Pero el mito valenciano contra la obesidad mórbida acaba de ser noticia por un motivo bien distinto. La Guardia Civil lo sitúa como punto de trapicheo en Turís: hallaron marihuana y hachís en su casa. Junto a otros cinco presuntos colaboradores, un juzgado de Requena lo mantiene investigado por supuestos delitos contra la salud pública y pertenencia a organización criminal, entre otros.
Teo da la cara, como hasta ahora. Y lo hace para proclamar su inocencia, dos días después de su puesta en libertad provisional y mientras sigue la instrucción: «Soy consumidor de drogas desde muy joven, pero yo no vendo», ha asegurado este lunes en la puerta de la casa donde vive con su madre y con su hermana. No quiere entrar en más detalles y extrae esta conclusión: «Si estoy en la calle, no habrá tanto delito».
A sus citas y revisiones hospitalarias, Teo debe sumar ahora un desplazamiento cada quince días a los juzgados de Requena para firmar. Es la medida cautelar con la que se garantiza que no se fuga y sigue localizable. La justicia decidirá su futuro: su culpabilidad o inocencia. Él, mientras, se siente «tranquilo y confiado, sin nada que ocultar».
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A sus nuevos problemas se suman dos hechos oscuros que no habían trascendido: denunció un atraco con palos y cuchillos en otro piso donde habitó en Turís y ahora asegura que han entrado a su casa a robar mientras estaba arrestado, «aprovechando que la puerta se quedó abierta y sólo con un precinto» tras el registro de la Benemérita.
Pero ¿quién es Teo? ¿Cómo es su vida de claroscuros? Quienes lo conocen lo definen como «luchador» y «optimista». Durante una entrevista en el Hospital de Manises en 2018 constatamos que habla por los codos. Con desparpajo y un palpable vínculo de hierro con su familia. Uno de sus muchos tatuajes resume fielmente su actitud ante la vida: «Contra mí, quien pueda».
«Lo que ha pasado», en referencia a su arresto, «no me tira para abajo, me hace más fuerte», sentencia. Y ha seguido estampando su cuerpo con elementos que le motivan, como el rostro de su perra 'Chola', un bulldog francés que murió recientemente y sigue inmortal en su brazo derecho.
Teo ha vivido en varios pueblos. A los dos años dejó Ciudad Real junto a su familia para establecerse en Torrent. Allí transcurrió su infancia y empezó el colegio. Pedaleaba en bici, hacía deporte, jugaba con sus amigos… Nada distinto a cualquier niño de su edad.
Fue hasta los siete años. Entonces, y según su familia, la glándula tiroides dejó de funcionar correctamente y lo abocó al infierno de la obesidad. Fue con 15 años cuando ingresó por primera vez en un hospital tras alcanzar un peso de 120 kilos.
Empezó una dieta, pero la báscula parecía inamovible. Y se desanimó en la delicada etapa de la adolescencia. «Es verdad que fallé con la alimentación, pero el sistema sanitario ha tenido errores y lentitud en mi caso», criticó en uno de los encuentros con LAS PROVINCIAS.
Según ha descrito su familia, la gordura no le generó complejos. Como resumió su hermana Devora, «nunca fue un problema». Siempre ha sido «feliz, sociable, ha salido de fiesta a todos lados, ha tenido novias y rolletes…».
Sin embargo, el 'bullying' se cruzó en su camino en el colegio. Así lo resume su madre, Paula: «Como estaba gordete, los niños se burlaban, se metían con él... Nunca quiso hablarme demasiado de eso, igual para no preocuparme», reflexiona la mujer. Ya en Secundaria, cambió libros por un puesto de trabajo como mozo de almacén. Más tarde la enfermedad lo transformó en pensionista.
«Empecé por los porros, luego la cocaína… Para mí la droga fue un refugio ante las dificultades en mi vida», ha argumentado el sospechoso en libertad este lunes. «Y me han acompañado toda la vida, pero como consumidor».
Teo ama el Real Madrid, su equipo de fútbol desde niño. También los ritmos y frases raperas de Nino o Aloy. O los mandos de la Playstation o la Nintendo a los que se aferró en los largos días que pasó postrado por la inmovilidad. «Adora los juegos de carreras y las aventuras gráficas», asegura su hermana.
La madre atribuye el desmesurado peso que alcanzó su hijo a la «lentitud para las intervenciones quirúrgicas de hasta tres y cuatro años». Jura que en su casa nunca ha comido «más de lo normal». «Primer plato de lentejas, judías, paella, postre de fruta...», ejemplifica.
Desde que su batalla por la salud corporal saltó a la luz en 2018, la vida de Teo está sacudida por altibajos. Un año después, en mayo de 2019, fue sometido a una intervención en el Hospital HLA Inmaculada de Granada, un 'bypass' gástrico que fue clave para su recuperación. Pero luego llegó la pandemia y «las cosas se complicaron».
Y el final de 2021 fue un infierno. En septiembre murió su padre, Gregorio, tras años lidiando con el Alzheimer. Pero hubo más: en la Navidad del mismo año Teo denunció haber sufrido una «brutal agresión». Fue en la casa de Turís donde vivía con su pareja.
Siempre según su relato, unos atracadores irrumpieron «armados con palos y cuchillos y con el rostro cubierto», colocaron un cuchillo en el cuello a su novia y le golpearon. Se llevaron »oro de la familia, un ordenador portátil, lo que les dio tiempo...«. Aquello »lo denunciamos pero hasta la fecha no ha habido arrestos«, lamenta.
Ahora, y así quiere denunciarlo, le han vuelto a entrar a robar. «Han entrado aprovechando que estaba detenido y se han llevado anillos de mi padre, ropa, colonia... No dejaron la puerta cerrada tras el registro y los ladrones no han respetado el precinto», mantiene.
Teo cobra pensiones de unos 900 euros, «por incapacidad y por dependencia». Asegura que, a medida que fue recuperando la movilidad, ha intentado encontrar trabajo «pero las cosas están muy difíciles». Su madre, Paula, percibe una pensión de unos 1.000 euros por viudedad y su hermana ingresa otra ayuda por el paro. Y con eso, explican, pagan el alquiler de la casa donde ahora viven juntos (novia de Teo incluida) y hacen frente a los gastos familiares.
Económicamente, son una piña. Y también en el día a día. «Y yo ahora vivo con mi madre para ayudarla porque también está delicada con problemas de obesidad», defiende. «Entre los tres ingresamos lo suficiente para poder ir tirando. ¿Por qué íbamos a meternos en el negocio de la droga?», plantea Devora.
Teo no conduce. Se mueve por el pueblo con patinete eléctrico, «pero se le ve muy poco», aseguran los vecinos. El hombre de 38 años tiene ahora dos objetivos en la vida: intentar demostrar ante la justicia que no trafica con drogas y que los médicos le quiten de encima más peso. La piel colgante tras vaciarse en los últimos años sigue elevando la báscula hasta los 150 kilos «cuando mi objetivo para estar bien me lo han marcado en 80 o 90».
Mientras Teo defiende su inocencia con el apoyo incondicional de su familia, otros vecinos de Turís siguen sin fiarse pese a su puesta en libertad provisional. Basta un paseo por el centro del pueblo para confirmar que existe un claro recelo ante la actividad del hombre, en particular entre los residentes que habitan cerca de su casa.
Los lugareños prefieren no identificarse, claro. Alegan el habitual «miedo a posibles represalias», siempre presente en estas operaciones policiales. Un hombre, por ejemplo, refiere una relación «de hola y adiós» con Teo. Pero otros consultados no dudan en calificarlo como «un pájaro», una persona «que no es del pueblo, lleva establecido aquí desde hace años y lo que hace desde su domicilio es 'vox populi'».
¿En qué basan su sospecha? Esencialmente, «en un trasiego enorme de jóvenes por su calle y en la puerta del domicilio». También en que algunas de esas personas que conciben como clientes en busca de droga «a veces se han equivocado de domicilio y molestado a otros vecinos, llamando a timbres a altas horas de la madrugada». En una ocasión los residentes llegaron a colocar un cartel: 'Aquí no se vende', rezaba el mensaje eludiendo la palabra 'droga'.
«Yo estoy sorprendido. Esperaba que hubiera acabado en prisión a la espera de juicio», señala otro vecino. «Se te queda cara de tonto con decisiones judiciales como esta y lo único que queremos es tranquilidad para el pueblo», señala un jubilado.
Mientras, otra mujer apunta en la misma dirección: «Hacia la puerta de su casa circulan a todas horas hombres mayores y jóvenes, de todo aspecto, con coches de gama alta y gama baja, y a todas las horas del día. Yo creo que eso no es normal». Y por eso valora: «No veo claro que lo hayan dejado libre. Demasiado pronto».
¿Podrían ser sólo rumores infundados y habladurías? Esa respuesta está ahora en manos de la justicia. En general, los vecinos piensan que si la Guardia Civil ha puesto en marcha la operación antidroga «por algo será». Para ellos es «blanco y en botella».
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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