Borrar
Directo Última hora del temporal de lluvias en la Comunitat Valenciana
Marisol Burón junto al cuadro de Marta Calvo. Irene Marsilla

Mi vida sin Marta

El coraje se va y surge la madre. Marisol no celebra cumpleaños ni navidades. Sueña con enterrar a su hija bajo un árbol. «Le contaré todo lo que he hecho por ella»

Domingo, 29 de septiembre 2024, 01:18

Desde el chalet de Marisol Burón sólo se escucha el canto de los gallos y los ladridos de su perro 'Sena'. El silencio grita en una casa demasiado grande para dos. La habitación de Marta Calvo permanece intacta. Las hamacas en las que se tumbaba a tomar el sol siguen en la misma posición que las dejó. De eso hace cinco años. «Antes aquí nos reuníamos casi 30 personas. Marta ponía la música y bailaba. Era el alma de la fiesta», recuerda con nostalgia Marisol.

Está exhausta. En sus hombros carga con un peso indescriptible. Arrastra su dolor con pasos aletargados. 'Sena', el pastor belga que adoptó Marta, la persigue por la casa. Tratando de consolarla. Como si fuera una extensión de su dueña. «Mira, es la nieta que me dejó mi hija», cuenta Marisol. Acaricia el pelo castaño del perro. Se resigna. La mujer esperaba que, en 2024, ya habría sido abuela. Marta siempre quiso ser madre joven. «Yo le decía que se le iba a pasar el arroz. Tenía 25 años cuando murió, yo la tuve a los 23», revela.

La víctima del asesino en serie tenía las ideas claras. Compartía cada uno de sus pensamientos con su madre: cuando vivían juntas, hablaban de sus planes con el primer café de la mañana. Después de que se independizara, cientos de 'WhatsApp' al día. Detrás de Marisol hay un cuadro de un Buda. «Mira, esto es de Marta. A ella le gustaba mucho esta religión. Íbamos a hacer un viaje a Tailandia…».

Rompe a llorar cuando recuerda el futuro que Jorge Ignacio Palma les robó. Marta y Marisol eran dos partes de la misma alma. Para la madre, vivir sin su hija se ha convertido en vivir para ella. «Voy a hacer ese viaje. Iré sola. De mochilera. Es mi manera de reencontrarme con Marta y decirle: 'aquí está mamá'».

Despertar sin Marta

Está tan nerviosa que ni encuentra su paquete de tabaco. Sus manos, temblorosas, atinan por mera inercia del día a día a encender el mechero. La 'madre coraje' por fin tira al suelo el hacha de guerra. Se acabó la batalla. Ha conseguido hacerle justicia y encerrar a Jorge Ignacio Palma de por vida. Ganó al monstruo. Pero eso no va a hacer que Marta vuelva. El coraje se rinde y vence la madre. El ser humano.

¿Dónde está Marta?

Ni siquiera tiene una lápida ante la que llorar a su hija. Tampoco la quiere. Una joven tan vital merece otro tipo de homenaje. «Si encontrara los restos de Marta plantaría con ellos un árbol frutal. Porque eso significa vida». La mujer se acaricia las sienes. «Quiero pensar que ha vivido mucho en estos 25 años» … Luego exhala. «Se fue demasiado pronto», lamenta.

Marisol es más que una luchadora. Es una madre completamente devastada. Marta Calvo también era una joven con un futuro antes de que su nombre se asociara con la tragedia que sufrió. Sus amigos la recuerdan por su bondad. Su perra 'Sena' todavía la espera en casa. La joven la rescató de una protectora. Dormían juntas. Y la pastor belga siempre se asoma a la puerta por si regresa. 25 años le bastaron para dejar en la tierra todo un legado. «Su mejor amiga se casó. Cogí oro de mi hija e hice una medalla con el árbol de la vida».

Marta debía haber estado junto a su amiga de la infancia cuando dio el 'sí, quiero'. Pero la hizo partícipe. No dio regalos a sus invitados. En su lugar, en las mesas había una fotografía de las dos. «Todo lo recaudado se destinará a la Fundación por Marta Calvo», se leía en el folleto. Una amistad que ni la muerte ha sido capaz de separar.

Toma aliento. Sus ojos verdes se enfocan en 'Sena'. Tras unos segundos de pausa, reconoce: «Yo no quería vivir después de que mataran a mi hija». Una mujer que durante 35 años se levantó a las 5 de la mañana. Iba a trabajar. Sacaba a sus dos hijos adelante. Luego volvía a casa a las 14:00 horas. Le preparaba una fideúa a Marta. «Siempre se la hacía cuando le apetecía». Su hija era, y es, su debilidad. También su fuerza. Por ella ha peleado en los juzgados durante cinco años hasta conseguir que al hombre que le asesinó lo condenaran a la pena máxima.

La pena de una madre

Desde que Marta no está, levantarse de la cama es toda una batalla campal con sus demonios. Coge su móvil. No hay ningún mensaje de su hija. No van a poder abrir la clínica de estética con la que tanto soñaban. 'Ponte Guapa', se iba a llamar. Marisol tiene que medicarse a ansiolíticos para poder conciliar el sueño. Luego se fuerza a sí misma a hacer ejercicio. «Nunca había hecho. Me lo recomendó mi psiquiatra. Marta también odiaba el ejercicio. No quería ni salir a andar». Y ríe. Agradecida por haber disfrutado tanto de su hija.

Marisol estaba a punto de cumplir 50 años cuando Jorge Ignacio acabó con la vida de su pequeña. Y Marta, que adoraba a su madre, lo tenía todo planeado. «Quería hacer una gran fiesta. Poner un catering y un 'photocall'». Desplaza la mirada al jardín donde debía haberse celebrado. «No he vuelto a celebrar un cumpleaños. Nunca lo haré».

Sueños rotos

En su mano derecha cuelga un cigarro medio consumido. Señala las palmeras de su terreno. «En navidades lo llenábamos todo de luces. A Marta le encantaba colgar el árbol». La recuerda sin esfuerzos. Suele escuchar sus audios para poder salir del pozo en el que se encuentra. Estuvo a punto de tirar la toalla. Hasta que Marisol, atea de toda la vida, escuchó con claridad la voz de Marta. «Me dijo: 'Mamá, estoy bien'. Nadie me puede discutir lo que escuché. A partir de ese momento me dije: 'Tengo que vivir'».

Los adornos siguen en el desván. «Sólo los sacaré cuando mi otro hijo me haga abuela. Hasta entonces, sin Marta no hay nada que celebrar». Y se queda absorta en la vida que pudieron tener y se la arrebataron.

Marisol nunca verá a Marta ir hacia al altar. A esa niña que se puso a trabajar a los 18 años en la hostelería para ayudar a su familia. «Siempre me decía: 'Mami, no te preocupes por nada'». Exhala. Marta se dedicó a la prostitución para conseguir una estabilidad económica que le permitiera dedicarse al mundo de la estética. Pero Jorge Ignacio Palma la mató introduciéndole cocaína en el cuerpo hasta provocarle una sobredosis. Sin saber que la esperaban en casa.

Marta le mandó a su madre su ubicación. Como cada noche. La confianza que consiguió encerrar a un asesino en serie. «El mérito es todo de mi hija. A saber a cuántas mujeres más hubiera matado», dice orgullosa de su hija. Se consuela pensando que Marta vivió mucho. Muy rápido. «Era muy cariñosa. Creo que en 25 años me dio todos los besos que me podría haber dado en toda una vida».

Su futuro las esperaba a ambas. A la mañana siguiente de su asesinato tenían que ver el local para su clínica de estética. Marta nunca llegó a aquella cita. No volvió a abrir la verja de su casa. No se reencontró con su perra 'Sena'. Ni tuvo dos hijas gemelas como soñaba. Sí lo hizo su prima. Tras muchos intentos, engendró a dos mellizas. Una de ella se llama Marta. Cada vez que va al chalet de Marisol, señala el cuadro con la foto de la víctima. «La tata», pronuncia la pequeña.

Vivir con un propósito

«Desde donde esté sigue haciéndonos el bien. Yo no sé lo que habrá hecho en el Cielo para ayudarnos a todos», cuenta Marisol. Una mujer que saca las pocas fuerzas que le quedan para pelear por los derechos de las mujeres como su hija. «Ya nos reencontraremos y le contaré todo lo que he hecho por ella».

Ahora, Marisol Burón se dedica a regentar la formación que rinde homenaje a su hija. «Quiero que las niñas sepan que no saben qué se van a encontrar detrás de una pantalla. Hay asesinos», dice.

Su vida no se recompondrá. Pero luchará hasta su último aliento por salvar a otras niñas de lo que le pasó a su hija.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Mi vida sin Marta